Djeneé
Abandonamos Mopti, en un destartalado taxi de siete plazas,
en el que en realidad, vamos diez adultos y seis niños, además de toda la
cacharrería inservible de siempre. Para adivinar quien fue el primer propietario
de este vehículo, habría que trazar su complejo árbol genealógico. Por el
camino, recorremos los mismos pueblos de adobe, del otro día y pasamos varios
controles policiales, delimitados por oxidados bidones.
En un momento dado, nos obligan a
tirarnos a un lado de la carretera. Y es, que de frente, vienen unos cuantos de
los golpistas, en once vehículos militares –impecables-, con sus ametralladoras
montadas. Y luego, la gente quiere ir a Hollywood. ¡Pero, si esto es más
difertido!..
Djeneé
Para llegar
a Djenné, es necesario cruzar un río. Se hace en un destartalado ferry, donde
los coches montan por una rampa y los pasajeros, debemos pisar por el agua
varios metros, hasta acceder a la cubierta. En el que vamos a tomar, vienen dos
todoterrenos, pertenecientes a un grupo de alemanes. Por fin, conseguimos
entender lo de las dos velocidades de la Unión Europea. Ellos, en 4 por 4 y los
dos españolitos, en agónico y nonagenario taxi compartido (que presenta una
avería, antes de subir a la embarcación).
Previamente,
hemos tenido que ser muy firmes con un pelma, que nos ofrecía, sin parar, la
terraza de su casa, con mosquitera, “ducha africana”, cena de alubias y pan y
café para el desayuno por sólo 2000 francos, por persona. Es simple casualidad,
pero hemos llegado a Djene, en su día de mercado.
Abundan los
puestos de casi todo, las motos y los carros de transporte –además, de
personas, que te empujan- y el transitar se hace difícil y más, con la mochila
a cuestas.
Sólo existen tres hoteles en el
pueblo, así que comienza la subasta: el primero y mejor, nos pide 12500
francos. Lo del segundo es de chiste, dado que solicitan 18000 francos,
advirtiendo que la electricidad está averiada, pero aún así, nos pregunta si
queremos la habitación, con ventilador o aire acondicionado. Nos cacomodamos en
el tercero, al bajarnos el precio, de 15000, a 10000. El establecimiento es orrecto
y bien mantenido, con propietario parco en palabras y con los pies metidos en
un barreño, por el calor.
Djeneé
Comemos muy
variado, en los puestos del mercado, donde encontramos enormes cacerolas de
insípidos espaguetis –aliñados con colorante-, bolas de masa frita, peces, albóndigas
de pescado, yuca, patatas fritas y los omnipresentes mangos.
La mezquita es maravillosa y los numerosos
–unos más cuidados que otros-, edificios de adobe, también. Hay fuentes
públicas –que funcionan- y algunas canalizaciones, que están tapadas. Aunque,
casi todas apestan.
Lo que en su día debió de ser un
río, hoy son pestilentes ciénagas. La mayor molestia en Djene es, que tenemos
que lidiar con mucha energía, con los cientos de niños pedigüeños y los
agresivos pelmas que pululan –sobre todo- por los alrededores de la plaza
principal. Los primeros, piden cien francos, con su cara de pánfilos, pero se
acaban conformando, con rechupetear las bolsas de agua, que nosotros vamos
bebiendo (no tendrían necesidad, porque pueden beberla del grifo o pagar los
escasos 25 francos -3,5 céntimos-, que vale). Los segundos son peores, como
siempre.
Tenemos
varios incidentes, a lo largo del día: por la mañana, un individuo nos trata de
impedir hacer una foto, sin estar él implicado. Y, por la tarde, tres en cinco
minutos: con un radical de la mezquita, con un individuo que me atropella con
un carro y con un listillo, que pretende con los argumentos tópicos y manidos
de la pobreza, ganarnos la batalla psicológica y obtener dinero. Respuesta contundente.
“Nosotros hemos pagado un visado y una tasa turística –esta mañana y a
quemarropa, aunque con recibo-, para mantener a pelmas y desocupados, como tú,
que encima nos agreden, verbalmente”
Aunque, en
nuestro fuero interno, somos conscientes, de que ese dinero, más bien irá a
parar, a los gastos del golpe de estado.
Sobre las seis, desmontan el
mercado y la nube de polvo, basura en suspensión –y por el suelo- y
contaminación diversa, nos impide, casi ver o respirar. Los niños se
arremolinan alrededor de un camión de mangos, para recoger los que se han
caído. Da igual, que estén muy maduros o aplastados. Lo fácil es decir: “que
pena” y conmoverse. Lo difícil, tratar de evitar esto en el futuro.
Djeneé
Al menos, en el pueblo hay vallas
muy didácticas, informando, sobre como prevenir la malaria o el sida.
Si decidís venir aquí, hacedlo
los lunes, que es el día de mercado. El resto de jornadas de la semana, pierde
bastante, como pudimos comprobar, el martes por la mañana.
Por lo demás, suspendimos la
visita a Tombuctú, por tres razones de peso: estar bastante más lejos de lo que
pensábamos, desde Mopti, ser caro el transporte (4x4) e ir muy justos, con el
periodo concedido del visado (15 días). Otra vez será.