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domingo, 22 de diciembre de 2019

martes, 26 de diciembre de 2017

Viaje a través de las navidades vallisoletanas

                                                    Todas las fotos del post son de las navidades, de 2.017
          Aquí andamos, pasando las Navidades, entre planificaciones de nuevos viajes -concrétamente, el octavo periplo largo-, perturbadoras muertes de familiares muy directos, frío congelador, luces de esta consumista época del año, belenes, insoportables elecciones catalanas y adictivas series, de Netflix. Un enorme totum revolutum, que nos tiene conmocionados. Y todo esto, antes de que hayan comenzado las grandes celebraciones gastronómicas de familia, que en nuestro caso y como casi siempre, se prevén tranquilas.

          Nos han pasado tantas cosas en este trepidante diciembre, que ya no queremos, que ocurran más. ¡Ni, aunque siquiera, sean buenas!.

          El pasado 2 de este mes, Valladolid iluminó 60 calles, sin demasiadas novedades con relación al último ejerecicio. Lo normal: unas te gustan y otras, no tanto, pero al menos, ya nos hemos olvidado de los primeros años de la crisis, donde se despedía de su trabajo a las gentes, a mansalva y se cambiaban las leyes de protección social, para ahorrar en casi invisibles luces de bajo consumo eléctrico.

          La gran novedad del programa navideño, me pareció una pueblerinada de lujo -por lo que costó al consistorio-, pero, funciono. Un cutre y poco original holograma proyectado sobre el ayuntamiento -con renos y todo- y un coro de gospel -ya me diréis, que tiene, que ver esta música con las deprimidas tierras castellanas-, llenó toda la plaza Mayor y sus aledaños y a punto estuvo de causar incidentes, debido a situaciones de pánico, ni siquiera previstas por la policía.

          Otra de las novedades -creo, que a propuesta del único concejal, de Ciudadanos-, ha consistido en la instalación de varias casetas de artesanía y de comida, a modo de mercado navideño centroeuropeo. Aunque falten las de vino caliente y sea todo un poco light, esta actividad, si que la aplaudo.

          A pesar de la demora en el inicio del espectáculo, también nos gustó la ceremonia de las velas, que da inicio a las navidades, en Colombia. Se van prendiendo, se rodea la iglesia de San Martín -o no, para los más vagos- y se van colocando a su alrededor. La pena fue, que después de meses sin llover, diluviara ese día.

          En cuanto a los belenes, la cosa anda algo más parada, que el año pasado. Primero, porque no son tan originales o espectaculares y segundo, porque parece, que la moda se va pasando. Donde el año pasado arrasó, una escenificación de El Señor de los Anillos, hoy se soporta un currado nacimiento de cuatro lados, con más de 100 trabajadas figuras. Técnicamente impecable, pero sin sorpresas, ni siquiera para los más pequeños.

          El de la Diputación, que cambia cada Pascua, esta vez, está dedicado a Segovia y muestra el acueducto de fondo. Si que nos ha sorprendido, muy positivamente, el elaborado por la asociación de padres, del colegio La Salle, que da vida al parque más emblemático de la ciudad: el Campo Grande.

          La pista de hielo, de la Acera de Recoletos, ha cambiado su ubicación, a la Cúpula del Milenio, esa extraña importación de instalación, de la ya lejana Expo, de Zaragoza. No me parece mala decisión, sino fuera, porque se mantiene secuestrado este recinto, durante dos meses, en detrimento de otras actividades.

          Allí, han instalado un bien montado y armónico nacimiento de playmobils. Un nexo común de todos estos belenes es, que a través de sus construcciones y figuras de gentes, abogan por la conciliación y vida cotidiana de las diferentes etnias, culturas y religiones.


          Me hace gracia, como cada año, que la jornada de Navidad y Año Nuevo -con el frío, que suele hacer por aquí-, sean unos de los días, donde pululan más paseantes solitarios de perro por las calles. Probablemente, gentes que ponen como sabia escusa a sus mascotas, para huir de incómodas celebraciones familiares. ¡Porca miseria!.