Este es el blog de algunos de nuestros últimos viajes (principalmente, de los largos). Es la versión de bolsillo de los extensos relatos, que se encuentran en la web, que se enlaza a la derecha. Cualquier consulta o denuncia de contenidos inadecuados, ofensivos o ilegales, que encontréis en los comentarios publicados en los posts, se ruega sean enviadas, a losviajesdeeva@gmail.com.
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jueves, 15 de septiembre de 2016

14 "pequeños" destinos imprescindibles en África

Frontera entre Sahara y Maurittania
          Afortunadamente, terminó este insoportable verano, lleno de tardes soporíferas, aunque también de fiestas, conciertos, limonadas, barbacoas... Por diferentes circunstancias -que no vienen al caso- el periodo estival ha transcurrido sin un viaje, que llevarnos a la boca. El debate, a fecha de hoy, es si nos iremos 20 días a Grecia, en octubre; arrancaremos el séptimo viaje largo, en noviembre o pasaremos este año en blanco. Ya iremos viendo.
                                                                                                                                       Rosso (Mauritania)
          Mientras tanto y después de tres meses sin publicar, retomo el blog con el objetivo de haceros llegar catorce “pequeños” lugares de África, que no deberíais perderos en los periplos por este continente. No se trata de sitios famosos, pero si entrañables, encantadores o pintorescos. No se exponen ni en orden ascendente, ni descendente, sino simplemente geográfico, de este a sur y de noroeste hacia abajo. Y además, sin repetir un solo país.

          -Bahariya (Egipto): A unas cuatro horas en coche de El Cairo, este oasis no tendría nada de especial, sino fuera porque a unas decenas de kilómetros, se hallan los desiertos Blanco y Negro, muy sorprendentes, poco turísticos y maravillosos.

                                                               Fadiouth (Senegal)
          -Harar (Etiopía): Se trata de la cuarta ciudad sagrada del Islam y aunque es una gran urbe, su centro histórico se presenta bastante recogido y muy atractivo, con casi cien mezquitas de diferentes épocas, bellas casas tradicionales y calles gremiales, a casi 2.000 metros de altitud.
Vilankulos (Mozambique)
          -Lamu (Kenia): La más antigua y tradicional ciudad swahili del África oriental, ofrece encantadoras calles, que parecen haberse detenido en el tiempo, además de gentes muy amables y bonitos paisajes de mar. Quizás, no sea tan bello, como Zanzibar, pero sí, mucho menos turístico.

          -Namanga (Tanzania): Se trata de un pueblo de unos 10.000 habitantes, en la frontera con Kenia, que penetra parcialmente en este país. Es uno de los lugares donde contemplar la cultura masái en estado puro, sin la contaminación de las agencias de viajes y sus tours. Las celebraciones religiosas musulmanas están a la orden del día.
                                                                                                                                                 Djenné (Mali)
          -Chipata (Zambia): A pesar de no ser un núcleo muy pequeño, la ciudad conserva su indiscutible talante rural y agrícola, dentro del parque nacional de Luangwa del Sur. El mercado es puramente africano y sus gentes resultan entrañables, en un país, donde la hostilidad hacia los extranjeros blancos se hace incuestionable.

          -Michinji (Malawi, en la frontera con Zambia): Malawi es de las naciones más pobres del planeta, pero el turista siempre es bienvenido y -en la medida de lo posible- agasajado. Tiene todos los encantos de las pequeñas ciudades de frontera y ninguno de sus inconvenientes. Al menos, durante nuestra estancia, las actividades lúdico-festivas nos llenaron de gozo.
-Vilankulos (Mozambique): Una de las joyas de este país, algo dispersa -como es frecuente, en África-, pero encantadora, donde parece que uno ha retrocedido varios siglos atrás, cuando se observan las artes de la pesca y preciosos barcos, que parecen sacados de una película medieval. Me ha costado decidirrme entre este núcleo urbano y Cuchamano, en la frontera de Zimbabwe, uno de los lugares más entrañables del continente.

                                                                                                Michinji (Malawi)
          -Kariba (Zimbabwe): Disperso enclave de cultura y tradiciones muy rurales, donde contemplar animales salvajes está a la orden del día. Nosotros llegamos a fotografiar elefantes a dos metros de distancia, además de ver hipos, cebras y otras muchas especies. Afortunadamente, nuestras imprudencias no tuvieron castigo.
                                                                                                                                    Mamamga (Kenia)
          -Tozeur (Túnez): Que yo sepa, se trata del mayor palmeral del mundo, donde acabamos odiando y vomitando los dátiles, debido a los excesos, que como otras tantas veces, cometemos. Un lugar con mucho encanto, con pocos viajeros y con ningún pelma.

           -Mulay Idris (Marruecos): Después de siete viajes al país, resulta difícil elegir un sólo sitio. Nos quedamos con este, por ser poco conocido y maravilloso. Enclavado en una roca, se puede disfrutar de sus estrechas calles empedradas, las colinas adyacentes y las cercanas ruinas de Volubilis.            Lamu (Kenia)


          -Frontera de Sahara Occidental: Los cinco o seis kilómetros, que separan este país, de Mauritania, se constituyen en una de las experiencias más alucinantes para el viajero. Territorio salvaje, lleno de minas y coches quemados, donde sin un conductor experto, se pierde la vida, seguro. No hay más población, que los numerosos empleados y buscavidas chantajistas de los puestos fronterizos.
                                                                                    Harar (Etiopía)
          -Rosso (Mauritania): Otra localidad fantástica de frontera, sino fuera por sus lamentables y tenebrosas infraestructuras hoteleras. Existe un mercado -al menos, los domingos-, genuino, muy animado y maravilloso.

          -Fadiouth (Senegal): Conectada por un largo puente de madera con la población de Joal, esta isla artificial llena de conchas, resalta la cotidianidad y convivencia de cristianos y musulmanes -con sus respectivos cementerios- en plena Petite Coté. ¡Un momentazo!.

          -Djenné (Mali): Sus construcciones tradicionales en adobe, hacen de este lugar un destino incomparable, sobre todo, si se visita los lunes, día del animado y bullicioso mercado, donde conocer gente y comer mil cosas distintas, resulta bastante factible. ¡Recomiendo las sabrosas albóndigas de pescado!.
Entradas  a monumentos egipcios

martes, 15 de mayo de 2012

Objetivo Mauritania


            Tras abandonar El Aaiun, los controles policiales nos siguieron molestando, al grito, de ¿cuál es su profesión?. Por supuesto, siempre fuimos sinceros en nuestras respuestas: periodista y terrorista, como Alá manda. A los franceses, no les piden nada, ni les hacen preguntas. Debe ser, que todos tienen oficios muy adecuados y prósperos.
Vendiendo su trabajo, en Dakhla


Después de una noche de viaje, llegamos a Dakhla, última ciudad poblada, antes de arribar a Mauritania, aunque aún muy alejada de la frontera. No hay transporte público, por lo que el que no tenga vehículo propio, acabará cayendo en las manos del dueño del hotel Sahara. El lugar es tan adecuado y afable, como el dueño, pesetero. Pero, él tiene la sartén por el mango. El precio –caro, aunque depende, como se interprete- es innegociable y ha subido un 20%, en dos años.

Tras hacer noche, partimos a la hora convenida, en un antiguo Mercedes, bien mantenido, junto a un chico marroquí y una oronda señora, a la que llamamos “la chupa-chups” de fresa y nata, por su vestimenta. Es medio liberal: va tapada hasta las cejas, pero fuma como una coracha. ¡Esto ya no es lo que era!
                                   Desierto del Sahara
                                                                                              
El desierto sigue siendo tan desértico y vulgar, como en los últimos tiempos. La frontera de Marruecos es desorganizada y nuestro conductor, para adelantar tiempo, trapichea y soborna a los funcionarios. Atravesamos unos cinco kilómetros, de tierra de nadie, sin asfaltar o siquiera alisar. Quién no conozca la zona, puede acabar no encontrando nunca, el puesto fronterizo mauritano.

Entramos en el nuevo país, rodeados de amabilidad, simpatía y trámites sencillos. A pesar de que sigan obsesionados, con nuestra profesión y el itinerario. Cuentan hasta con un escáner, lleno de arena y polvo, como todo aquí. No hay control aduanero, así que los tres litros de alcohol marroquí, que llevamos camuflados en botellas de agua, se van para adentro.

La carretera vuelve a ser buena. Hay algo más de tráfico, que desde Dakhla, donde hemos pasado más de una hora, sin cruzarnos con nadie. Adelantamos a varios camiones, de inquietante remolque vacío. Hasta aquí, ya no se adentran las caravanas de los acomodados jubilados europeos.

Nouadhibú resulta desconcertante, por varios motivos, aunque no, porque todas las calles, asfaltadas o no, estén llenas de polvo y arena, Es una urbe sin estructura, de plantas bajas, en torno a una circunvalación. Cada uno ha construido donde ha querido y lo que le ha dado la gana. Poco caos y escasos transeúntes en un lugar, donde resulta difícil saber, donde y de que viven.
Nouadhibou
Los puestos callejeros son escasos: de mandarinas y naranjas, recargas de móviles, cigarrillos sueltos y chupa-chups. Gran amabilidad, para una localidad, donde ni siquiera hay bares de te o café y donde los niños juegan en futbolines, con solo la mitad de los jugadores y al lado de coches destrozados y saqueados, de todo lo que tuviera valor.

Mauritania es cara y en estas primeras horas, nos sentimos contrariados por algunas cosas. Pero no, desde luego, porque tanta gente hable nuestro idioma y porque casi todo lo que se vende aquí, proviene de marcas de nuestro país, adquiridas en Ceuta y Melilla y transportadas, a través de Marruecos y Sahara Occidental. No me extraña, que los polis hayan sido tan considerados en la frontera.       

lunes, 14 de mayo de 2012

"¡¡Allí, ya no hacemos nada!!"

          Sin lugar a dudas, se trata de la frase del viaje, en el tiempo que ha transcurrido, entre nuestro aterrizaje en Nador y las escasas horas, que nos restan para abandonar el Sahara Occidental, camino de la enigmática Mauritania. En esta zona del globo –como en otras-, los emigrantes comienzan a retornar, con el convencimiento y la decepción, de que lo de la crisis, ha sido un invento de occidente, no se sabe muy bien para que.
                                                                                 Tarfaya
La mayoría de los que así se expresan, más con calma y sosiego, que con resentimiento, han trabajado en España y quieren a nuestro país con locura. Pero, han llegado a la conclusión –varias veces escuchada, en estos días- de que, en Marruecos o en el Sahara, sigue habiendo trabajo, para el que lo quiera. ”No da para lujos, pero al menos, si llega para vivir, porque aquí los precios de las cosas, no se desorbitaron, ni nadie se volvió loco. ¡Allí, ya no hacemos nada!”
                                                                                   El Aaioún
            España y Marruecos, son dos países, culturalmente muy diferentes. Desde el Magreb o el Sahara Occidental, nadie lo discute, ni ponen reparos. Pero, si se asombran y contrarían de qué hace unos pocos años, por el alquiler de una casa en Madrid, se pagaban, 1.200 euros y hoy, sabiéndolo negociar, se pueda sacar por 600. Si esto es difícil de entender para un europeo, imaginaos, para un musulmán. 

"Somos como los vascos. Ellos ponen bombas y nosotros tiramos piedras"

                                                                                 Desierto del Sahara 
              Abandonamos Tarfaya, contemplando como los niños se divierten, jugando al fútbol con un bote y las niñas, a las casitas, con cajas vacías de leche, zumos y yogures. Hemos tenido suerte, porque nada más llegar a la parada, hemos completado un taxi compartido. El conductor y uno de los viajeros, hablan perfecto español. El primero, porque ha vivido en Majadahonda. Casado con una filipina, tiene dos hijos españoles. Con las leyes de 2005, fue expulsado a Nador, algo que no nos cuadra, teniendo vástagos nacidos en España. El segundo es un amable saharaui, que tras larga y agradable conversación y después de que nos paren 17 minutos, en un exigente control policial, a la entrada de El Aaiún, nos lanza la frase contenida en el título de este post, de forma contundente.

            Sin embargo, la cosa no parece tan cierta. El extranjero que llega a esta ciudad, no contempla resistencia activa o protestas mediante escritos o pintadas –como ocurre en Palestina-. El Aaiún es una ciudad tranquila, moderna y civilizada, que ofrece muestras de un buen nivel de vida. Aunque, resulta algo clónica: una mezquita es igual a otra, una tienda a su competidora, un puesto al de al lado, un edificio al de enfrente. ¡Aburre!. No sé porque, pero nosotros nos habíamos imaginado, otro escenario muy distinto. Dakhla

            El aire sopla fuerte y de repente se detiene y así, todo el día. Debido a ello, en diez minutos es verano y en otros cinco, invierno. Toda la ciudad es de color ocre, al igual que las nubes, suponemos, preñadas por el omnipresente polvo del desierto.

            Ayer fue domingo y hoy lunes, la urbe está más animada y salvo conversaciones particulares, nada recuerda, que nos hallemos en un territorio ocupado. El ambiente es hospitalario, aunque guardamos nuestras prevenciones. Muchos sólo se nos acercan, para espetarnos: “viva el Sahara libre y viva el Frente Polisario”, en perfecto español. La mayoría son críos, que no llegaran a los quince años y que no deben tener ni idea, del meollo del conflicto. La gente de más edad, apenas abre la boca. Vive y deja vivir, desengañada y con la callada convicción, de que más vale una relativa prosperidad económica, que profundizar en el odio.
                                        El Aaiúsn
Nos topamos con varios jóvenes combativos de palabra –que nos invitan a te y se fotografían con nosotros-, que, sin embargo, están muy poco dispuestos a pasar a la acción. Por un lado, dicen: “a por ellos, que son pocos y cobardes”. Pero por el otro, que “su revolución sólo parte desde el alma”. Sus ropas y sus móviles, de última generación, denotan que son de clase acomodada. Al menos, nos ponen en la pista, de dos hechos, que el adversario no desmiente: la riqueza del Sahara Occidental, no está en la arena del desierto, sino en los prósperos caladeros de pescado. Y que El Aaiún, es la ciudad de la policía: “están infiltrados en todos los sectores de la vida cotidiana y de la sociedad. ¡Hasta el tío que te vende las patatas o los frutos secos, es uno de ellos!”

            Compartiendo el retraso del bus, a Dakhla, charlamos con un joven, que viene con su novia, del entierro de un sobrino, de 17 años, muerto en un accidente de moto. Su madre es marroquí, y su padre y su futura esposa, saharauis. No quiere saber nada de política y entiende y rehuye a las dos partes. Es viajado y liberal y aún así, dice que su sobrino, ahora estará mejor, porque ya ha llegado al paraíso. La maldita religión, acaba siempre poniendo el punto sobre la i, en cualquier conversación. Sea la que sea.

Entrando en el Sahara


            La localidad de Tan Tan, es tan tan vulgar, tan tan aburrida, tan tan anodina…Resultó una visita no deseada y algo larga, después de la magnífica, Sidi Ifni, encasquetada obligatoriamente, por problemas logísticos de autobuses.
Tarfaya
A las puertas del Sahara Occidental, nos encontramos con un Marruecos distinto. Las mujeres ya no visten ajustado ni muestran su cabello, los transportes aprovechan en mayor medida el uso de la fuerza animal y los vehículos, son más viejos y de batalla. El nivel de vida, cae drásticamente: venden incluso sacos de pan duro, en las calles, no sabemos para qué (suponemos, que para la alimentación de animales. Sin embargo, la iluminación nocturna es perfecta y no hay mucha basura por la calle.

Si alguna vez, tuviéramos que poner un negocio en este país, sería un bar de tés, una barbería, una tienda de dulces o una plancha de carne o pescado o como alternativa, un puesto de verduras o fruto secos. Los de los faldamentos, zapatos, cachivaches varios y demás, compiten entre ellos ofertando lo mismo y muriéndose de hambre, por falta de clientes.

            En Guelmin –parada obligatoria, viniendo de Sidi Ifni-, jabíamos tenido la oportunidad, de compartir cochazo, hasta Senegal. Pero, desconfiamos del hombre que nos ofreció tal propuesta, porque siendo dueño de ese vehículo, ¿quién necesita compartir gastos?
                                                                                   Tarfaya
            Abandonamos Marruecos –por séptima vez- y nos adentramos en territorio ocupado. Con más dificultades de las previstas, en materia de transporte, nos introducimos en el Sahara, en un Land Rover compartido, con un presunto polígamo, sus tres mujeres e hijos y dos santurronas, que cargan con un pesada alfombra y que paran en mitad del desierto a rezar, arrodilladas en la arena, junto al conductor, que aprovecha esa misma postura, para orinar (veríamos más veces esto, que nos llamó la atención, a lo largo del tránsito por desierto).

            El panorama es pedregoso, aunque la mayoría del tiempo y a la derecha, se ve el mar, azul profundo. Cada 30 ó 40 kilómetros, aparece algo interesante. Generalmente, son atractivas dunas, que se deslizan hasta la carretera. Un niño de menos de un año y con el beneplácito del polígamo, absorbe una lata de coca-cola, como si en ello le fuese la vida y su último disfrute.

            Tarfaya es pequeña, desanimada –en un sábado por la tarde- y presenta algunos edificios tan bellos, como decadentes, además de las habituales y casi clónicas mezquitas. Pero, resulta extraordinariamente auténtica.
El Aaiún
            Hemos bajado un nuevo escalón en la pobreza, con un recibimiento tan indiferente, en esta nación ocupada por Marruecos, como no esperábamos. Las alubias con salsa roja y preparado de harisa y aceitunas, además de los bien especiados callos de cordero, nos han templado el estómago, sin dejarlo castigado. En este último plato, la ausencia de morcilla y chorizo, se echa tanto de menos, como se agradece.