Este es el blog de algunos de nuestros últimos viajes (principalmente, de los largos). Es la versión de bolsillo de los extensos relatos, que se encuentran en la web, que se enlaza a la derecha. Cualquier consulta o denuncia de contenidos inadecuados, ofensivos o ilegales, que encontréis en los comentarios publicados en los posts, se ruega sean enviadas, a losviajesdeeva@gmail.com.

viernes, 27 de octubre de 2023

lunes, 23 de octubre de 2023

miércoles, 18 de octubre de 2023

Noveno viaje largo

           Si nada lo impide, comienza el sábado 21 de octubre, nuestro noveno viaje largo. Volaremos desde Santander, a Viena y desde allí, a Kuwait, donde permaneceremos un par de días. Estos billetes ya están comprados, a un precio total de 65 euros por persona. Lo más probable después, es que volemos con Salam Air, desde Kuwait, a Bangkok, vía Mascate.

          Aún después de tantos viajes a Tailandia, todavía nos quedan algunos sitios por visitar en el país. También, en el norte de Vietnam y en la parte oriental, de Indonesia. ¿Guinea Nueva Papúa? No lo descartamos, aunque es improbable. Es posible, que volvamos, a India, a recorrer Gujarat o los estados del nordeste. No os podemos dar muchos más detalles, porque no los tenemos.

          Esperamos, ¡que la suerte y nuestras buenas maneras nos acompañen!

De renunciar a Larache, a los problemas del regreso

           Nos levantamos y nos encaminamos hacia la estación de autobuses, de Asilah. Se trata de un edificio grande y bastante nuevo, pero para nuestra sorpresa, fuera de uso, desconociendo la causa. Una persona nos explicó, que si queríamos ir, a Larache, deberíamos acercarnos a la parada de grandes taxis, distante unos centenares de metros. Pero, al llegar allí desistimos, incluso, de hacer un regateo, porque los vehículos estaban vacíos y sin pasajeros alrededor, por lo que nos iba a tocar pagarlo entero.

          Pues nada. Con las mismas, a la estación de trenes y regreso a Tánger, dando el día por perdido, aunque cambiando el alojamiento de la primera noche, por el de nuestra estancia anterior, en mayo.

          Creo, que ya he comentado en otros artículos, que la medina de Tánger es coqueta, limpia y cuidada. Ya lo era, hace casi dos décadas. Los vendedores y buscavidas tampoco han cambiado nada y continúan utilizando las mismas rancias argucias, que entonces. Que si "bienvenido, amigo". Que si "de que parte de España eres". Que si "de que equipo de fútbol"...

          Se llevan a molestar, incluso, cuando les dices de manera contundente, que has estado muchas veces en el país y que no pierdan su tiempo contigo. O cuando les explicas, que en España viven un millón de marroquíes y que nosotros les dejamos tranquilos sin interrogarlos, a cada paso, sobre su ciudad natal o su club deportivo.

          El último día y ya sin más agenda, que tomar el vuelo de regreso a última hora de la tarde, decidimos ir al aeropuerto andando y así, ahorrarnos los diez euros del taxi. ¡Mucho calor!, pero camino siempre con acera, en dirección también, a la estación de autobuses y al estadio del equipo local, donde se jugó una Supercopa de España. Nos maravillamos de lo bien cuidados, que tienen todos los jardines de las afueras, con un verde impecable sostenido por riego automático o por personas físicas esmeradas en mantenerlo todo impecable.

          Cuando, como se suele decir, el pescado parecía vendido, surgieron tres problemas de cierto calado. Registro de la parte masculina de la pareja, tras detectar le el bolsillo interior, que llegó, sin exagerar, a la violación anal y a la tocadura de pelotas del siglo. Problemas de la parte femenina con la ubicación del sello de salida en el pasaporte, con un funcionario estúpido. Azafato de Ryanair loco, que la lió parda antes del despegue por la asignación de asientos y la volvió a montar en el aterrizaje, al levantarse la gente antes de tiempo.

Asilah, 18 años después

           El indescifrable sistema de transportes de Tánger -salvo, claro, que vayas en taxi a todas partes-, ha condicionado sustancialmente este fugaz periplo. Por primera vez y durante nueve viajes al país, en lo que hemos visitado más de cincuenta destinos,no pudimos llegar, donde nos proponíamos. Pero, no adelantemos acontecimientos y vayamos por partes.

          Hasta 2.017, la estación de autobuses de la localidad estaba en una ubicación bastante céntrica. En aquella fecha y con una gran inversión, se la llevaron a unos diez kilómetros, no demasiado lejos del aeropuerto, como sabríamos un par de días después. Nadie nos supo decir, si hasta allí llega el autobús urbano y preguntamos a unas cinco personas -no existe oficina de turismo -, incluido el recepcionista del hotel. Y eso, que en Tánger,habla español, hasta el más tonto.

          Nuestra intención para el segundo día de viaje era llegar hasta Larache, donde ya estuvimos en 2.010. Teníamos un gran recuerdo de este lugar, al que llegamos en pleno Ramadán y por tanto, no pudimos probar sus famosas tortillas de patata o suculentas paellas, tradicionales desde la época del protectorado español. Pero, como no queríamos desangrar nos en taxis, nos decantamos por volver a Asilah, nuestro primer destino en el país alauita, hace casi dos décadas. Hasta este bello enclave llega el tren y al estación tangerina, se puede ir, fácilmente, caminando.

          El viento había amainado algo, en relación con el día anterior, aunque el calor no daba tregua. La impoluta, pequeña y coqueta medina de Asilah -repleta de españoles del sur, que van a pasar el día de compras y a llenarse la tripa -, permanece, como entonces, intacta. El mar, con sus abruptas mareas, sigue bañando con maestría sus bellas y bien conservadas murallas. Encontramos un buen hotel con agua caliente -todo un lujo en el Marruecos económico-, comimos churros - cada vez, más presentes en el mundo - y helados a veinte céntimos. Disfrutamos, de un vibrante domingo de mercado.

          Como el lugar no da para una jornada completa, ya por la tarde y antes de ver una espectacular puesta de sol -la misma, que hace dieciocho años -, nos decidimos a ir hasta la Playa de la Cueva, que se halla a unos siete kilómetros. Encontramos bien la carretera adecuada y además, durante los tres mil primeros metros hay acera. Después, durante dos mil más, nos adentramos por un serpenteante camino. No pudimos culminar nuestro objetivo, porque llegado un punto, el sendero se puso peligroso y preferimos, no arriesgar. Pero nos llevamos unas buenas vistas azules profundas de la costa y de otro par de vacíos arenales.

          Al atardecer, se montaron numerosos tenderetes de comida. En otros aspectos, no, pero en el yantar, Marruecos ha tenido, que sucumbir también, ante las poderosas propuestas gastronómicas internacionales, como pizzas, tacos estilo mexicano y hasta croquetas. Un autobús, nos debería llevar a la mañana siguiente, a Larache.

sábado, 14 de octubre de 2023

Cabo Espartel y gruta de Hércules, en el noveno viaje a Marruecos

           Lo que más nos ha gustado de los dos últimos vuelos, a Tánger ha sido, que salieron antes de las seis de la mañana, lo que nos permitía disfrutar del día entero en el país alauita, que además, maneja un horario igual, que el de Canarias. Esto es valioso, cuando se cuenta con un tiemaréis  viaje ajustado, como era nuestro caso.

          El pasado mes de mayo y como recordaréis, nos marchamos cuatro días, a Marruecos. Visitamos viejos destinos, como Chaouen, Tetuán y Tánger, que ya conocíamos, sobradamente, pero a los que no íbamos desde hace unos cuantos años. En esta ocasión, desde el mismo punto de partida y con idéntico número de jornadas, tiramos para la parte occidental del país. Hay, que decir, que las cosas no salieron exactamente, como preveíamos, aunque por lo menos esta vez, contemplamos algún lugar nuevo.

          Descendimos del avión, cuando aún no había amanecido, abordando un fortísimo viento de levante, del que ya nos había advertido la tripulación. Pasanen mos sin problemas los controles de pasaportes y nos alejamos un poco del aeropuerto, buscando un taxi, donde se pudiera regatear el precio, para llegar hasta el cabo Espartel ( los de la terminal tienen tarifa fija). Lo conseguimos, sin mucho esfuerzo.  

          El faro del cabo está cerrado al público y el bonito paisaje de mar azul profundo debe ser contemplado desde arriba, sin posibilidad de descender. Desde allí y caminando, tomamos la carretera, que lleva hasta la gruta de Hércules, ubicada a unos seis kilómetros. En esta ruta nos topamos con un par de magníficas playas.

          Existen dos accesos a la cueva, aunque no lo tenemos seguro, porque a unos de ellos no entramos, dado que cuesta dice veces más, que el otro (60, por 5 dirhams). Se supone, que en este, está la famosa formación, que dibuja a un mapa de África, al revés. La parte que visitamos, es bastante chula y tiene cascadas abundantes, caprichosos recovecos en la roca y partes a cielo abierto. Unos pocos lugareños aprovechan para vender productos en su interior o tocar música, para ganarse unos dirhams.

          Optamos por regresar, a Tánger, caminando y desde luego, no fue una buena decisión. Y no, porque sean quince kilómetros de caminata o porque la carretera tenga mal arcén, que no lo tiene. Tuvimos, que luchar, contra un poderoso aire de frente y con una subida constante, de unos cinco mil exigentes metros, que nos dejaron exhaustos.

         Sabíamos de antemano y fue una de las razones para ir andando, que en este camino se encuentra nuestro conocido Carrefour, uno de los pocos puntos donde se vende cerveza, vino y bebidas alcohólicas, en Tánger. Aunque posteriormente y transitando al azar, descubriríamos una tienda de idénticos precios, muy cerca del paseo marítimo.

          Tomamos un hotel distinto al de la última vez, el Miami y nos equivocamos de plano. Detrás de un potente wifi y una limpieza impecable, el ruido exterior e interior nos hicieron muy difícil el descanso.

viernes, 13 de octubre de 2023

El regreso y el futuro inmediato

           Una vez visitada Bergen y nunca mejor dicho, estaba ya todo el pescado vendido. Había, que afrontar, una dura y larga vuelta, que no estaba contratada desde el principio del viaje, aunque si bastante estudiada.

       Si para algo nos sirvió el confortable y abuhardillado hotel de Gdansk fue, para gestionar ese regreso, a través de dos vuelos con la compañía Wizzair y otro, con Ryanair. Debemos decir y como ya estaba calculado, que nos gastamos más en estas dos compras, que en los otros seis trayectos del viaje, juntos.

          Desde Bergen, nos dirigimos, a Katowice, ciudad polaca muy cercana a la bella Cracovia, que hemos visitado muchas veces. Como ya hemos dicho en algún otro artículo, su aeropuerto resultó ser el peor del periplo, aunque el bus al centro de esta urbe es muy rápido y barato. Está ciudad no cuenta con nada más, que algunas discretas iglesias y una agradable y paseable zona comercial peatonal.

          Despedimos Katowice, rumbo a Ibiza, lugar, en el que ya estuvimos hace veinte años. Pero, no bajamos a la ciudad, porque eran tan solo unas ocho horas de escala, todas de noche. El aeropuerto es, un auténtico caos, aunque no tuvimos mayores problemas para embarcar en nuestro vuelo, a Valencia.

          Desde este punto y por 25 euros, A LO nos traslado a la capital de España y nuestro bono recurrente, desde Madrid, a casa.

          Dos proyectos viajeros se avecinaban de forma inminente. Cuando esto escribimos, ya hemos estado cuatro días en el norte de Marruecos, en nuestro noveno viaje por este país. Escribiremos algún artículo sobre esta sosegada experiencia.

          La otra aventura, aún por empezar, dará comienzo con un trayecto en autobús, el 21 de octubre, desde Valladolid, a Santander. Desde ahí, un vuelo a Viena, con Ryanair y otro, a Kuwait, con Wizzair (en total, 65 euros cada uno, por ambos trayectos). Esos boletos aéreos ya están comprados. La idea siguiente es, trasladarnos, a Mascate, en Omán y de ahí, a India o a Bangkok, dependiendo de cómo bse presenten las cosas. Se trata del noveno viaje largo, que por motivos logísticos y personales, pretendemos extender hasta principios del año, que viene. ¡Casi tres meses de duración!

       La fecha previa al día de la Hispanidad, la aprovechamos para asistir a un concierto de Tequila, en la plaza mayor, de Madrid. ¡Sencillamente, BRUTAL!    

Bergen (parte II)

           Bergen es mucho más, que su extraordinario mercado de pescado y un lugar, donde guarecerse de los agresivos calores del verano y de principios del otoño. Bergen, sobre todo, está marcada por su magnífica e inigualable situación geográfica, con una costa repleta de ensenadas y salientes de formas muy caprichosas y bellas.

          Si alguna vez, habéis visto, aunque sea, unas pocas fotos de esta ciudad, no se os escapará, que la imagen más destacada es la de las casitas estilo nórdico, alineadas junto al mar y que son muy vistosas, desde el frente de la serena bahía. Debemos decir, que nos desencantaron un poco, porque unas cuantas de ellas se encuentran en obras, como tantos otros atractivos turísticos a lo largo de este viaje.

           Bergen tiene un pequeño casco histórico de agradables calles y con unas pocas iglesias y la catedral y edificios de interés, que hacen agradable el paseo. Es muy visitada la cercana zona de Bryggen, compuesta por muchas edificaciones de madera en diferente estado de conservación, donde han recalado unos cuantos negocios orientados a los viajeros y turistas.

          También, en la plácida Bergen, hay lugar para el senderismo urbano, que llevan a cabo, sobre todo, los lugareños. Se trata del ascenso a la cima del monte Floyen, desde donde contemplar las increíbles vistas de la bahía y una panorámica global de la ciudad. Hay, que estar un poco en forma para completar este camino ascendente, mayormente asfaltado y curvilíneo, en el que, aproximadamente, se invierte una hora en llegar y otra, en descender, si te lo tomas con calma y vas haciendo paradas contemplativas y para fotos. Aunque también puedes subir en el funicular.

          También y para escalas o esperas largas -como fue nuestro caso -, resultan entretenidos los alrededores del aeropuerto, porque cuentan con numerosas y largas aceras, además de bastantes carriles de bicicleta.

          Una de ellas y a lo largo de seis kilómetros, lleva hasta la localidad de Lagunen. Su mayor atractivo es un enorme centro comercial dotado de todos los servicios imaginables, incluido un competitivo y bien abastecido supermercado. Hay otro super de menores dimensiones, más cercano -a poco más de un kilómetro de las terminales -, en dirección contraria. Por otras zonas asfaltadas, se puede llegar a diversos pequeños pueblos, sin demasiado interés, pero en una actividad, que permite pasar el rato sin peligro aparente.

          Lo que más nos ha llenado de Bergen es la sensación de paz, de tolerancia y de convivencia sencilla, que trasmite. Si excluimos los prohibitivos precios de las bebidas alcohólicas, del vino y de la cerveza, es posible comer o beber por cantidades razonables y más, teniendo en cuenta, el nivel salarial de sus nativos y acogidos. Entre estos últimos, destacan fundamentalmente, los europeos (muchos españoles). Nos extrañó, que no haya casi inmigración del otro lado del charco o del norte de África, como ocurre en otros países del continente.

Bergen (parte I)

          Bergen nos recibió sobre las cinco de la tarde del viernes. A mediados de septiembre, los días aún son largos y anochece cerca de las nueve de la noche. Pero un cielo inquietantemente plomizo y la persistentemente y desmotivadora lluvia, nos hizo refugiarnos en la terminal, casi todo el rato y fue una pena, porque en los alrededores de este aeropuerto hay muchas formas de pasear, entretenerse y conseguir algunos servicios. A la mañana siguiente, amaneció también muy nublado, pero el agua nos respetó.

       La forma más económica de conectar con el centro es un tranvía -asi lo llaman ellos-, aunque es más bien, un tren de cercanías, que tarda unos tres cuartos de hora y cuesta treinta coronas. Nos dimos en el desconcierto, al comprar los billetes, porque en la máquina no hay ranura alguna. Solo pagas con tarjeta y no recibes un ticket en papel o físico. Si quieres, te mandan un SMS, al móvil. No hay barreras para el acceso al convoy, porque allí se fian, de que todo el mundo cumple. Tampoco viajan revisores.

          Pero, como pícaros latinos, nosotros decidimos, que no pagaríamos el viaje de vuelta. El sencillo razonamiento es el siguiente: teniendo un cargo demostrable de la empresa de transporte en la tarjeta de crédito, nadie podría asegurar, si el tramo completado es el de ida o el de vuelta, siendo el mismo día. No hay excusa: cuando se trata de ajustar el presupuesto,no somos de fiar.

          Después de sufrir un repentino incidente gastrointestinal, solventado a tiempo, llegamos a Bergen, el día, en que se celebraba su marathon. La estación de halla muy cerca del magnífico mercado de pescado, donde también se comercializan otros productos. En él, nos sorprendió, que trabajan bastantes españoles, bien, como empleados, bien, como emprendedores. Entre estos últimos, los vendedores de paellas muy completas, que tienen clientes locales para aburrir. Nada de escatimar en mariscos, como en muchos bares de España, porque si no, allí no vendes. Ni engañan, ni se dejan engañar.

          Nosotros y guiados por nuestra curiosidad y por la constante economía de guerra, decidimos decantarnos por el género local, porque además, son numerosas las degustaciones gratuitas, donde puedes probar varias cosas, a la vez y en el mismo puesto, sin enrojecer. No nos conformamos con degustar el colosal salmón noruego, sino que ingerimos carne de ballena, de alce y de reno, en forma parecida al embutido. ¿Nos gustó? A ver: no nos entusiasmó y menos, al desorbitado precio de caviar iraní, que piden. Pero reconocemos, que educando nuestro paladar a esos sabores ahora extraños, podríamos sacarles mucho partido.

          No nos resistimos, antes de comenzar la visita del resto de atractivos del lugar y de los alrededores, a inspeccionar a fondo un supermercado cercano, con unas cuantas marcas blancas. Teniendo en cuenta, que un noruego medio gana unos 5.500 euros mensuales, encontramos unos cuantos productos, que mantienen un precio similar al de España o incluso, inferior: hablamos de galletas y otros dulces, algunas ensaladas o ensaladillas, los refrescos -en pack de dos por uno-, determinados snacks... Lo de la cerveza es otra cosa, costando la lata más barata de medio litro, unos tres euros (los super no venden vino ni alcohol de mayor graduación).

          El carácter práctico y calculador de los noruegos les ha llevado, a comercializar con mucho éxito local -menos entusiasmo causa en los turistas-, tubos equivalentes a los de pasta de dientes, rellenos de crema de salmón, caviar del susodicho, queso, salchichas...y hasta de chorizo. Se quita el tapón, se presiona abajo y ¡ a untar el pan!. Ñam, ñam.

lunes, 9 de octubre de 2023

Chicas y chicos...

 Esta es la última entrada de este blog, hasta que Google lo autodestruya, cosa,, que hizo con nuestra web. Ha sido un placer contar nuestras experiencias 


Seguiremos viajando, por supuesto. Pero de forma privada.


Adiós y hasta siempre.

sábado, 7 de octubre de 2023

Gdansk y Sopot

           La noche del aeropuerto de Gdansk estuvo lloviendo abruptamente y de forma ininterrumpida y cuando tomamos el autobús al centro por la mañana, aún seguía diluviando. Menos mal, que después de un par de horas, lo terminó dejando y el cielo se abrió.

          Hemos estado muchas veces en Polonia y conocemos gran parte del país y para nosotros, está ciudad es la más bonita y más, en el buen estado de conservación, que se encuentra hoy, mucho más coqueta, peatonal -aunque necesitaría aún más - y cuidada, que en nuestra única anterior visita, en septiembre de 1.998. Junto a Bergen, han sido las dos joyas del viaje, sin desestimar al resto de los destinos.

          Si ha habido un hecho realmente recurrente en este viaje ha sido, la cantidad de atractivos, que se encuentran en labores de mantenimiento y por tanto, con andamios o tapados. Esto siempre da un poco de rabia, pero es necesario. Así, en Gdansk, estaba vallada buena parte del lado izquierdo del canal principal y por la parte de abajo, su famosa y veterana grúa.

          De verdad, que ya estáis tardando en visitar esta ciudad de casco histórico impecable y canales mágicos. Junto a uno de ellos, está nuestro alojamiento, que ocupamos, en cuanto pudimos, porque desde hace tiempo, los check-in son cada vez más tardíos y los check-out, más tempraneros.

          En este caso, el recibimiento fue presencial, ágil y amable. La agradable habitación contó con tres camas y un techo abuhardillado. El baño, compartido y un buen wifi, que nos permitió comprar de un tirón, los vuelos de Bergen, a Katowice; desde la ciudad polaca, a Ibiza y desde esta isla, a Valencia, para cerrar los tramos aéreos del viaje, que aún estaban abiertos. Un regreso  algo extraño y enrevesado, pero todo lo demás salía carísimo.

          Si algún recuerdo relevante teníamos del otoño de finales del siglo pasado, en Gdansk, eran sus enormes bollos dulces rellenos de cantidades ingentes de queso y que compartíamos con las agresivas avispas del lugar. Los comprábamos en un subterráneo cercano a la estación de cercanías, donde operaban con enorme actividad y éxito numerosos puestos y hasta un McDonald's.

          Hoy en día y como parece normal con el paso del tiempo, han desaparecido todos, menos uno. Y casualmente, ese es la pastelería, que hacía nuestras delicias y que según aseguran, abrieron en 1.945. Nos zampamos un par de ejemplares, sumidos en la decepción: son mucho más caros, pequeños y su relleno no ofrece ni la cuarta parte, que entonces. Nada es, lo que fue y más, en Polonia, donde con otras comidas, ya nos ha pasado lo mismo otras veces.

          Dedicamos unas cuantas horas a la localidad de Sopot, situada cerca del camping, donde habíamos pernoctado hace veinticinco años. Cuenta con algunos atractivos modestos, aunque lo que más destaca es su magnífica y eterna playa -dicen, que es la mayor escollera de Europa -, sin apenas nadie en su fina y dorada arena o en el agua, escenificando con crudeza el final del verano.

          El viernes 15, volamos a Bergen, sin contratiempos. A este lugar dedicamos nuestro siguiente artículo.

jueves, 5 de octubre de 2023

Un día aciago (parte II)

           Tuvimos, que caminar largo rato por la ribera de un río, esquivando la densa y molesta vegetación, hasta llegar a la puerta del establecimiento, que no cuenta con cartel o indicación alguna. Cuando ya nos íbamos a ir, después de haber llamado varias veces al timbre, apareció una señora -más tirando a vieja, que de mediana edad - y comenzó un intento de encerrona de manual. Como ella solo hablaba polaco y a gran velocidad tuvimos, que activar la aplicación Sayhi. ¡Lo del roaming gratis es una maravilla!

          En Booking pedían 105 zlotis, pero la buena mujer se desató, pidiéndonos 180. Le explicamos la situación y comenzó a darnos excusas, de que era una alcoba de mayor categoría y con el baño dentro, que la ofertada en internet. Y nosotros, volviendo a preguntar por la otra, pero no soltaba prenda sobre el precio. Y así, en bucle, estuvimos sin avanzar, durante algunos minutos.

          A esas alturas de la conversación ya teníamos claro, que la mujer era una sinvergüenza de categoría, pero aún así, tratamos de jugar la última baza, para evitar dormir en el aeropuerto. Le preguntábamos, si nos daba la habitación al primer precio, si hacíamos la reserva con la aplicación, allí mismo y nos contestó, que habría, que discutirlo, porque tendría, que hablar con su jefe, a ver que le decía . Y sin dejarnos siquiera responder indicó, que no tenía más tiempo para nosotros. ¡Vamos, que nos llevamos un buen plantón a la polaca!

          Evidentemente y cabreados tuvimos, que deshacer el sórdido camino para volver al centro. Decidimos visitar el precioso casco histórico de esta ciudad, en la que ya habíamos estado, en 1998 y de la que no recordábamos mucho, a la vez, que buscábamos alojamiento. Pero, las esperanzas de encontrarlo eran escasas, porque hoy en día, lo que no viene en Booking, sencillamente, no existe. Para estropear más la tarde, volvió a llover con fuerza y tuvimos, que parar un rato.

          Al menos y para la jornada venidera, nos aseguramos la reserva a buen precio, de una habitación en un hotel localizado y con mucha mejor pinta, que el de la pesadilla.

          Sobre las nueve y media de la noche y después de haber adquirido viandas y bebidas en un céntrico Aldi, nos dirigimos a la parada del autobús, pero la máquina expendedora se negaba a aceptar nuestras tarjetas de crédito. Así, que ni cortos ni perezosos, nos montamos al vehículo con los billetes erróneos del mediodía y no tuvimos más problemas, que ya habían sido bastantes.

          En el aeropuerto, buen wifi, taburetes para cargar el móvil y bastante permisividad con el tema de la cerveza y el alcohol. Aunque por la mañana, sobre las ocho y media, los maderos polacos nos despertaron y pidieron la tarjeta del embarque, que no teníamos para ese día, sino para el siguiente. Así, que nos echaron fuera.

Un día aciago (parte I)

           Ineludiblemente, todos los viajes cuentan con un día desastroso y en ello también, está la gracia de la cosas, si todo termina saliendo bien y no se sufren desagradables consecuencias, como ocurrió en este caso 

          De madrugada, partimos desde Kaunas, a Gotemburgo, donde nos esperaba una escala de casi siete horas. Habíamos pensado en bajar a la ciudad, aunque no tenga muchos atractivos, pero se nos quitaron las ganas al saber, que el autobús al centro cuesta unos veinte euros por tramo y persona (algo menos caro, si lo compras por internet).

          Al llegar al destino, sin novedad, el cielo estaba nublado, había algo de niebla y pinteaba. Por primera vez en el viaje tuvimos, que ponernos el jersey. Nos aburrimos, como ostras, porque en los alrededores del aeropuerto no hay nada y en el interior, el wifi es de pago. Menos mal, que nos encontramos una enorme caja sin abrir de dulces y nos atiborramos a caramelos de una de las casas de cambio, que son los más ricos, que hemos chupado en años. También, tuvimos tiempo, de ojear algún olvidado tabloide local en papel, donde la única referencia a España era, el ínclito Luis Rubiales, a pesar de que ya habían pasado varios días de su dimisión.

          Pasada la una de la tarde del miércoles partimos hacia Gdansk, donde aterrizamos incluso, un poco antes de tiempo. Ahí, terminaban nuestras buenas venturas de la jornada. De antemano, ya contábamos, que solo había dos opciones: o salvábamos los muebles, sin más o la tarde sería un desastre absoluto. Juzgar vosotros mismos, atendiendo a los hechos.

          Primero, nos quedamos sin plano de la ciudad, porque en la oficina de turismo nos pidieron seis zlotis, que no estábamos dispuestos a pagar. Sí nos dieron gratis uno de la cercana Sopot. Después, asistimos al gran atraco de la casa de cambio: 3,36 zlotis por euro, cuando en el centro, posteriormente, nos dieron 4,48. Por supuesto, no canjeamos nada de dinero. Y para terminar el primer acto, nos equivocamos con el billete de autobús, que es válido para el centro de la ciudad y tuvimos , que adquirir otro.

          No nos habían desplumado en el stand de turismo, ni en el infecto garito de cambio, para terminar pagando la misma cantidad con tarjeta a la máquina automática de tickets. El autobús es muy barato, pero extremadamente lento (un poco menos por la noche).

          Nada más bajar en el centro comenzó el diluvio universal. Menos mal, que no tardamos en encontrar una oficina de cambio. Nos refugiamos en un centro comercial con supermercado y nos dispusimos a comprar unas cervezas. Cuando mi pareja iba a pagarlas, se estropeó la caja y perdimos más de cuarto de hora en esta gestión. Mientras yo, trataba de buscar hoteles en Booking, pero la red se había caído y resultaba imposible obtener cobertura. ¡Desquiciados!.

          Al fin, la agresiva lluvia se quedó en molesto pinteo. Habíamos seleccionado un hotel con no muy buenas críticas, pero ese día no había otra cosa de precio accesible. No quisimos reservarlo por internet, hasta dar físicamente con él, porque el pago era por adelantado, como casi siempre ahora. Tardamos en llegar más de media hora, cruzando varios barrios sórdidos, muchas carreteras atestadas de tráfico y varias peligrosas vías de tranvía. Teníamos desde hace tiempo in mente, el debate interno sobre la conveniencia o no de este medio de transporte. Ahora y por fin, tenemos clarísimo, que no. Mete demasiado ruido y en el caso de Gdansk, parte la ciudad en trocitos.

miércoles, 4 de octubre de 2023

Kaunas, Vilnius y las sardinas

           En el aeropuerto de Copenhague, camino de Kaunas, nos sustrajeron dos latas de sardinas, bajo el pretexto, de que contenían líquidos. Tratar de convencer al cabeza buque danés de turno, de que era una pequeña parte de tomate y de que el total del contenido era de 90 gramos - por debajo de los 100 mililitros - fue imposible.

          El aeropuerto de Kaunas se encuentra cerca del centro. El bus, que te lleva allí, es lo único barato, que encontramos en este país. Nada más descender del vehículo y en una mañana soleada y con temperatura alta, nuestras primeras enemigas fueron las hambrientas avispas. Comíamos un par de dulces, comprados en un poco animado mercado y cinco de ellas, nos atacaron vorazmente. Mi pareja consiguió introducir a una de ellas dentro de la bolsa de los bollos y la estrujó. De las cuatro restantes nos costó más, librarnos.

          La segunda batalla fue nuestro primer hotel del viaje, de autocheck-in. Mucha incertidumbre, cabreos al sol y paseos airados, antes de que nos mandarán las claves de acceso al establecimiento y la llave de la habitación, sin baño. Apartamento turístico compartido bastante regular, pero al menos, encontramos una cama, una ducha y un lugar para dejar las mochilas.

          Quizás, Kaunas sea una ciudad más para vivir, que para turistear. Es tranquila y cuenta con dos muy agradables largas calles peatonales, que invitan al paseo y al relax. El centro histórico no es muy grande, pero tiene una bella plaza -habitual, en los países bálticos -, varias iglesias de relumbrón y una fortaleza. En ella, padecimos el siguiente problema: un agresivo hombre, que nos censuró y abroncó, porque una mujer estuviera haciendo una foto a un hombre, lo que él, consideraba inadmisible. Costó librarse de semejante imbécil.

        Al día siguiente nos fuimos, a Vilnius, ciudad ya visitada en 2.005, de la que no nos acordábamos mucho. Vilnius es bellísima y está bien cuidada en materia de limpieza y mantenimiento, pero la mayor contrariedad resulta ser, que el tráfico invade la mayor parte del casco histórico, haciendo molesta la visita.

          A poco más de treinta kilómetros de Vilnius, se aloja el bello castillo de Trakai. Pensábamos, que se podía hacer un triángulo de transporte público entre estos dos puntos y Kaunas, pero la realidad es, que solo se puede acceder desde el primer lugar, en tren o en autobús. Así, que nos quedamos sin visitarlo.

          El salario medio en Lituania supera por poco los mil euros mensuales, pero en general, la vida es más cara, que en España, siendo el precio de la cerveza y del alcohol, prohibitivos. Hay suficientes supermercados y mercados, pero los escasos clientes en ambos lugares llevan muy poquitas compras.

          La segunda noche en el país baltico y por motivo de nuestro tempranero vuelo, a Gotemburgo, nos tocó dormir en el aeropuerto, sin molestias. Al acceder a los controles de seguridad observamos un mostrador, donde al menos, había apiladas cien latas de sardinas requisadas a los pasajeros. No lo entendemos, siquiera sabiendo, que los envases de este pescado en Lituania son redondos y pesan casi doscientos gramos.

          

Cristiania y el barrio rojo

           Podía contaros, que Cristiania es una Comunidad Hippie, que nació a principios de los años setenta, fundada por unos padres jóvenes, que querían más libertad para sus hijos y que ocuparon unos viejos barracones militares, que hoy está constituida por unos mil vecinos y bla, bla, bla. Pero, no estamos aquí para perder el tiempo, ahora, que lo optimizamos tanto, en ofrecer información, que cualquier recurso internético os puede suministrar.

          De forma breve, toca exponer nuestro punto de vista:

          Nosotros ya estuvimos en este lugar hace dieciocho años y nada más alejado de su mito: sucio, semiabandonado, sin actividad humana visible y plagado de grafitis rancios y desgastados. Pero hoy, ha cambiado para bien, aunque con muchísimos matices.

          La Cristiania actual nos genera una confusión de emociones. Ha sido rehabilitada con gusto, se han montado negocios -alternativos, pero muy interesantes -, que le dan atractiva vida y muchos de los grafitis renovados son, casi, obras de arte.

          Pero por otra parte, hay un poquito de Disneyland en este recinto, algo también lícito. Reinventarse está bien, si sale rentable económicamente, aún siendo hippie. De hecho, nosotros lo somos bastante, de siempre. Pero, si proclamas tu libertad y el derecho muy loable a ser feliz, no puedes afear a los que te visitan, porque quieran dejar constancia de cómo se vive allí.

          A nosotros, nos amenazaron e insultaron por grabar un vídeo, en el que ni mucho menos, buscábamos sensacionalismo, retratando los chiringuitos donde se comercializan drogas sin tapujos. A nosotros nos da igual, lo que venda o consuma cada uno y mucho más a estas edades, pero no podemos permitir ni tolerar, que los que piden respeto hacia su causa, nos falten al nuestro y más -aunque no lo quieran-, en un espacio público. Porque, ni Cristiania, ni Copenhague, ni Europa -a la que tanto odian-, ni el mundo, es suyo, por muy de guays -si sigue vigente la palabra -, que vayan por la vida. Ser alternativo e independiente está bien, pero tocar los cojones al prójimo, no tanto.

          Vamos con el Barrio Rojo, que parece ser, fue algo parecido al de Amsterdam (no sabemos, como está la situación en la ciudad holandesa, porque hace más de veinte años, que no vamos por allí). Es el barrio de Vesterbro. Antiguamente era la zona de los mataderos y de la prostitución.

          No lo visitamos en 2.005, así, que no podemos opinar sobre su situación en aquellos años. Está en el otro lado de la estación de trenes. Pero parece ser que ahora se ha convertido en un barrio de moda. Hay museos, como el de la Carlsberg y otra zona de ocio en los antiguos mataderos. Esto no se ve en la calle próxima a la estación, que, es por donde paseamos  y que era la peor del barrio, hace unos años. Nosotros vimos muchos hoteles, unos cuantos -a priori - inocentes negocios chinos -que raro-, algún sexo shop decadente y si rebuscas e investigas, algún club de alterne.

A unos pocos kilómetros de Tánger