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viernes, 13 de octubre de 2023

Bergen (parte I)

          Bergen nos recibió sobre las cinco de la tarde del viernes. A mediados de septiembre, los días aún son largos y anochece cerca de las nueve de la noche. Pero un cielo inquietantemente plomizo y la persistentemente y desmotivadora lluvia, nos hizo refugiarnos en la terminal, casi todo el rato y fue una pena, porque en los alrededores de este aeropuerto hay muchas formas de pasear, entretenerse y conseguir algunos servicios. A la mañana siguiente, amaneció también muy nublado, pero el agua nos respetó.

       La forma más económica de conectar con el centro es un tranvía -asi lo llaman ellos-, aunque es más bien, un tren de cercanías, que tarda unos tres cuartos de hora y cuesta treinta coronas. Nos dimos en el desconcierto, al comprar los billetes, porque en la máquina no hay ranura alguna. Solo pagas con tarjeta y no recibes un ticket en papel o físico. Si quieres, te mandan un SMS, al móvil. No hay barreras para el acceso al convoy, porque allí se fian, de que todo el mundo cumple. Tampoco viajan revisores.

          Pero, como pícaros latinos, nosotros decidimos, que no pagaríamos el viaje de vuelta. El sencillo razonamiento es el siguiente: teniendo un cargo demostrable de la empresa de transporte en la tarjeta de crédito, nadie podría asegurar, si el tramo completado es el de ida o el de vuelta, siendo el mismo día. No hay excusa: cuando se trata de ajustar el presupuesto,no somos de fiar.

          Después de sufrir un repentino incidente gastrointestinal, solventado a tiempo, llegamos a Bergen, el día, en que se celebraba su marathon. La estación de halla muy cerca del magnífico mercado de pescado, donde también se comercializan otros productos. En él, nos sorprendió, que trabajan bastantes españoles, bien, como empleados, bien, como emprendedores. Entre estos últimos, los vendedores de paellas muy completas, que tienen clientes locales para aburrir. Nada de escatimar en mariscos, como en muchos bares de España, porque si no, allí no vendes. Ni engañan, ni se dejan engañar.

          Nosotros y guiados por nuestra curiosidad y por la constante economía de guerra, decidimos decantarnos por el género local, porque además, son numerosas las degustaciones gratuitas, donde puedes probar varias cosas, a la vez y en el mismo puesto, sin enrojecer. No nos conformamos con degustar el colosal salmón noruego, sino que ingerimos carne de ballena, de alce y de reno, en forma parecida al embutido. ¿Nos gustó? A ver: no nos entusiasmó y menos, al desorbitado precio de caviar iraní, que piden. Pero reconocemos, que educando nuestro paladar a esos sabores ahora extraños, podríamos sacarles mucho partido.

          No nos resistimos, antes de comenzar la visita del resto de atractivos del lugar y de los alrededores, a inspeccionar a fondo un supermercado cercano, con unas cuantas marcas blancas. Teniendo en cuenta, que un noruego medio gana unos 5.500 euros mensuales, encontramos unos cuantos productos, que mantienen un precio similar al de España o incluso, inferior: hablamos de galletas y otros dulces, algunas ensaladas o ensaladillas, los refrescos -en pack de dos por uno-, determinados snacks... Lo de la cerveza es otra cosa, costando la lata más barata de medio litro, unos tres euros (los super no venden vino ni alcohol de mayor graduación).

          El carácter práctico y calculador de los noruegos les ha llevado, a comercializar con mucho éxito local -menos entusiasmo causa en los turistas-, tubos equivalentes a los de pasta de dientes, rellenos de crema de salmón, caviar del susodicho, queso, salchichas...y hasta de chorizo. Se quita el tapón, se presiona abajo y ¡ a untar el pan!. Ñam, ñam.

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