Este es el blog de algunos de nuestros últimos viajes (principalmente, de los largos). Es la versión de bolsillo de los extensos relatos, que se encuentran en la web, que se enlaza a la derecha. Cualquier consulta o denuncia de contenidos inadecuados, ofensivos o ilegales, que encontréis en los comentarios publicados en los posts, se ruega sean enviadas, a losviajesdeeva@gmail.com.
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martes, 19 de diciembre de 2017

Momentos impactantes de nuestros viajes de la prehistoria.

                                   Plaza de España, de Madrid (15 de julio, de 1.987)
          Si no se producen novedades, voy a cerrar el año con un post sobre nuestras actividades navideñas y otros dos, recogiendo una serie de momentos, que marcaron, tremendamente, nuestros viajes, a lo largo de 30 años. Ya, desde hace tiempo, divido nuestros periplos por el mundo en dos categorías: los de la prehistoria -correspondientes al siglo XX- y los de la edad moderna, que llegan hasta nuestros días. Empecemos por los primeros.

          -15 de julio, de 1987. Viajé a Madrid, junto a la que un año después se convertiría en mi pareja y dos primos lejanos suyos. Dos objetivos importantes motivaban esta escapada: recoger nuestras calificaciones de primero de periodismo y en mi exclusivo caso, asistir al memorable concierto, de U2, en el estadio Santiago Bernabeu.

          La mañana fue perfecta, porque los dos aprobamos todo. La tarde ofreció contradicciones, en un claro dulzor amargo. Había quedado con un amigo, en Sol -frente a la Mallorquina-, para asistir al evento y tras esperarle, durante dos horas, me di cuenta, de que me había dado plantón. Volví al encuentro con mis acompañantes -no sé, como lo hice, porque no había móviles- y me quedé sin el histórico concierto. Ni siquiera, revendí la entrada a la puerta del estadio, a pesar de que en la radio decían, que daban 15.000 pesetas por ella (la había comprado, a 1.500). A cambio, pasamos una magnífica noche, que ayudó a poner los cimientos de una relación, que ya dura treinta años.
París, 1,989
          -Marzo, de 1989. Después de recibir una importante recompensa económica, viajo con mi pareja a París, en el ya mítico y desparecido tren, Puerta del Sol. Tuvimos un serio problema con el alojamiento reservado -no existía Booking, que también da inconvenientes- y nos ahogamos en una gota de agua. Tras dos noches, regresamos a casa, compungidos. Nos fundimos el resto del dinero en comidas, copas y juergas, en Madrid y prometimos, que nunca más volvería, a ocurrir esto.

          -Un año después y en Amsterdam, fuimos víctimas del único atraco, que hemos sufrido en nuestra trayectoria viajera. Por entonces, aquella ciudad era el estercolero de Europa. Mucha gente dudosa iba,directamente, al choque y en uno de ellos, mi pareja se puso furiosa y contraatacó. Los dos individuos nos acusaron de haberles tirado de la mano una cantidad de droga y tuvimos, que negociar una recompensa. Al final, nos sacaron 25 florines holandeses.                 Sofía, 1.997 
                                       
        -La Europa del este de los años noventa, era bastante más insegura, que viajar hoy por Sudamérica o por África (casi equiparable, a ser un pringado, en “Narcos”). Las extorsiones estaban a la orden del día y la primera, nos sobrevino, en -la por entonces, peligrosísima- Rumanía. Un desalmado y agresivo revisor -aún recuerdo sus gruesas botas y su abrupta mirada-, nos solicitó una enorme cantidad en concepto de reserva, que ya habíamos pagado al controlador, de Hungría. Tras una agria discusión, se tuvo que conformar con cuatro dólares, que teníamos sueltos. Estábamos solos en el vagón y pasamos el resto de la noche con un medio terrible, acordándonos de nuestras mamás.

          -Tres años después, en Sofia, fueron dos policías, quienes nos levantaron veinte dólares. Nos pidieron los pasaportes, cerca de la estación de autobuses, donde íbamos, para tomar un vehículo, a Estambul y se negaron, a devolverlos, sino pagábamos. Otra vez, la negociación fue a cara de perro, pero -por la cuenta, que nos traía-, sin abandonar la sonrisa.
Amsterdam, 1.990
          -Tras tomar ese autobús y sin ser nuestro objetivo, nos colamos de ilegales, sellando sólo en aduana, pero no en el puesto fronterizo. Al tratar de salir del país, al final de nuestras vacaciones, un policía nos indicó, que teníamos un serio problema y nos llevó ante su inmediato superior. ¡Acojonados y casi llorando!. Afortunadamente, este hombre era joven y poco castigado por la vida y por sus mandos y entendió, a la perfección, nuestras explicaciones.
Budapest, 1.991
          -En septiembre, de 1.998, sufrimos el único robo en un alojamiento, en nuestra dilatada experiencia viajera y resultó ser, una triste bolsa de aseo vacía de mi infancia. Llegamos al cmaping, de Torun, en Polonia. No había casi nadie y al montar la tienda, ya nos advirtieron del peligro de hurto. Así ocurrió, durante la madrugada siguiente. Yo ni me enteré, pero mi pareja oyó el ruido de la cremallera y se abalanzó sobre él, huyendo el ladrón a toda velocidad.
Estambul, 1.994
          Obviamente, cambiamos de alojamiento y nos fuimos a un motel, donde se practicaba la prostitución. Esa noche, pusimos el armario delante de la puerta de nuestra habitación y aún así, dormimos poco.

          -Al regresar de ese viaje, desde Polonia, a Praga, también solos en el vagón de un inquietante tren, fuimos advertidos por el revisor, de que no podíamos dormirnos hasta las cuatro de la madrugada y hubiéramos cruzado la frontera. En aquellos tiempos, no eran pocos, los que hablaban de los trenes del gaseo, en esta zona de Europa, donde te dormían con gases y te lo robaban todo. No sabemos, de la veracidad de esta historia, pero metía bastante miedo.
Munich, 1.991
          -Los primeros pasos de la independencia de Cataluña, los vivimos nosotros en nuestras carnes, en Zagreb, en junio de 1.999., Fuimos reprimidos en nuestra propia lengua, por un conserje extremista de hotel, que nos dijo, que nosotros no halábamos español, sino castellano, porque en la península se reconocían otros idiomas, como el catalán, un pueblo oprimido.

          Anteriormente, esa misma jornada, nos habían reñido en la calle, al vernos con una antigua guía Trotamundos, en cuya portada ponía: “Yugoslavia”.   Cualquier parte del mundo

domingo, 24 de febrero de 2013

Y al principio no nos gustaba

                                                          Todas las fotos de esta entrada, son de  Roma
        Corrían los primeros días de agosto, de 1.989. Realizábamos nuestro primer interrail -que no viaje al extranjero-. a través de Francia, Holanda, Alemania y norte de Italia. Nuestro objetivo final era, recorrer la costa Dálmata, pero al llegar a Trieste, acabamos desistiendo de este plan. El tren, que iba hasta Split, tardaba  más de 16 horas, era demasiado viejo e incómodo -tengo la certeza, de que con veinticuatro años más, hoy aguantamos mejor estas condiciones- y estaba abarrotado, con la gente arremolinada o tirada por los pasillos, dando gritos, como bestias.


Reconsideramos distintas opciones y finalmente, acabamos tomando un confortable expreso nocturno. hacia la Ciudad Eterna. Fue así, de esta forma tan abrupta e inesperada, como tuvimos nuestro primer contacto con Roma. Hoy en día y fuera de España, es la segunda ciudad, que más hemos visitado -en diez ocasiones-, después de la maravillosa Venecia (unas 15 veces).


Lo curioso es, que en esa primera cita. Roma apenas nos gustó. Salimos absolutamente, decepcionados y en esa ridícula disputa, de ¿cuál es más bonita? , nosotros abogamos claramente, por sobreponer, por amplio margen, a Florencia sobre la capital de Italia.

Roma nos pareció, sin más, una urbe llena de «escombros» arqueológicos -con la excepción del Coliseo-, de polución, escasamente limpia y con sus famosas plazas o el singular Trastevere, vacíos. Y para colmo, la Fontana di Trevi sin agua, en obras y medio tapada. 

Tan sólo nos sentimos aliviados, por el frescor del agua de las numerosas fuentes, por colarnos en los autobuses públicos y por los inigualables museos del Vaticano. Ni siquiera, la pizza nos pareció la mitad de lo que habíamos esperado. ¡Demasiada masa para un chorrin de tomate, un puñado de orégano y una mozarella, casi invisible!. ¡Y la cerveza inaccesible, para unos estudiantes con beca, de tercero de periodismo!.


Evidnetemente, de aquella imagen de Roma, hoy nos queda bien poco. Tal vez, el cansancio -era nuestro primer viaje al extranjero de un mes-, el asfixiante calor, algunas obras paradas. el estar casi todo cerrado y la ausencia por vacaciones de los lugareños, se convirtieron en un diabólico cóctel, que nos transformó la realidad. Por eso, siempre recomiendo no visitar Roma en agosto.


Habitualmente, nosotros usamos una forma bastante objetiva -sobre todo, en Europa-, de medir el encanto de las ciudades: lo que nos van ilusionando en las visitas posteriores, a la primera. Praga nos pareció bellísima, pero la cuarta vez, se nos tornó vulgar. Cracovia, París, Londres, Amsterdam, Dubrovnik o Estocolmo, solo aguantaron hasta la segunda. Estambul nos pareció incomparable, en !.994 y 1.997 y nos decepcionó altamente, en 2.008 y recientemente, en 2.012.


Después de diez visitas, aún hoy, Roma nos sigue pareciendo estaxiante y por eso -con el permiso de Venecia-, la calificaría como la ciudad con más encanto de Europa. Por lo tangible. Pero aún más, por lo intangible. Y después de estar en Vietnam, Kenia, India o Bolivia, por poner unos pocos ejemplos, nunca volveremos a decir, que el tráfico en la ciudad, es alocado y caótico.


Cuatro o cinco días es el mínimo, para descubrir esta increíble ciudad, durante la primera visita. Nuestras últimas, han sido por circunstancias diversas, mayoritariamente, de una sola jornada, en la que siempre y metódicamente, llevamos a cabo el mismo recorrido, caminando.

A saber. Partimos de la estación de trenes, de Termini y vemos las magníficas iglesias, que hay de camino al Coliseo. Contemplamos el Foro, sus alrededores y el Campidoglio. Desde la plaza de Venezia, enfilamos hacia el Trastevere, donde paseamos, tomamos unas cervezas y, a veces, almorzamos. De ahí, al Vaticano y al castello de San Pietro.


Por la tarde, es hora de explorar las inmediaciones de la vía del Corso, que une la plaza  de Venezia con la del Popolo: a la derecha, la Fontana di Trevi y la plaza de España. A la izquierda, el Panteon y la plaza Navona. Si aún sobra tiempo, nos acercamos hasta la villa Borghese.

A pesar de repetirlo varias veces, nos sigue resultando igual de excitante.

Casi siemrpe, es un buen momento para escaparse, a la Ciudad Eterna. Pero, el mes que viene, con el circo religioso, que se nos viene encima, la experiencia puede resultar aún más apasionante.