Este es el blog de algunos de nuestros últimos viajes (principalmente, de los largos). Es la versión de bolsillo de los extensos relatos, que se encuentran en la web, que se enlaza a la derecha. Cualquier consulta o denuncia de contenidos inadecuados, ofensivos o ilegales, que encontréis en los comentarios publicados en los posts, se ruega sean enviadas, a losviajesdeeva@gmail.com.
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domingo, 20 de marzo de 2016

Lo que hemos hecho por la cerveza (parte I, de IV)

          Comienzo una serie de cuatro posts, para comentaros lo importante, que ha sido la cerveza en nuestras vidas y las cosas -algunas, casi increíbles-, que hemos tenido, que hacer por ella a lo largo de 27 años de viajes por el mundo.

          Hay tres factores, que subyacen en casi todas las experiencias: camuflar con éxito, cerveza o alcohol en aeropuertos y países musulmanes; jugárnosla de noche y desatendiendo todo criterio de seguridad para conseguir, a toda costa, la preciada birra de turno y problemaspoliciales para beberla en la calle, en muchos países, como por ejemplo, Estados Unidos o Polonia.


          Aunque en Europa es fácil de conseguir, en casi todas partes, también pueden ocurrir contratiempos, que lo hagan difícil,
Esta y la siguiente son del salar, de Uyuni (Bolivia)
          1º.- Corría agosto, de 1.994. Ese año nos fuimos, a Estambul, en tren, a través de los países del este y volvimos por Grecia e Italia. Una mañana calurosa tomamos un convoy, que desde Sofía, nos debería llevar a la ciudad turca. Al bajar en la frontera, me golpeo la cabeza y me abro una pequeña brecha. Viajamos con Jordi y Xuclá, dos catalanes, que hemos encontrado , en Bucarest.


          Ya dentro del país otomano, nos detenemos en una caótica estación. Un avispado niño, de unos 7 años, vende cervezas frías, a un dólar, cada lata. En la cartera sólo tenemos un billete de uno y durante más de cinco minutos, debemos revisar todo el equipaje, para milagrosamente, encontrar otro. Entre los cuatro sólo juntamos 3 billetes verdes. Negociamos a la desesperada, para que el crío nos ofrezca las cuatro unidades, pero este no cede. Xuclá, que además, ha discutido con Jordi, se queda sin el preciado y ansiado premio.

          2º.- Ya en Turquía, nos pasamos tres horas y media, en Kayseri (Capadocia), andando y preguntando, hasta que casi a la hora de cerrar, encontramos una tienda especializada. ¡Salvados por la campana!.


          En 2.012 y en este mismo país, decidimos no hace noche, en Trabzon, después de 20 horas de autobús, por el alto precio de la cerveza -dos euros y pico, una lata de medio, en supermercado- y nos pegamos una buena paliza para llegar, a Georgia, donde nos atiborramos de ella.


          3º.- En septiembre, de 2.004, nos largamos a Suiza. Recorrimos el país, desde Lucerna y Lausana. Un día, al volver de una excursión, hacia el primer destino mencionado, constatamos, que era festivo local y los supermercados estaban cerrados. Ni cortos, ni perezosos, nos cogimos un tren, a Zurich, para adquirir con éxito, nuestro líquido elemento.

Bucarest (Rumanía)
           4º.- Hemos viajado siete veces a través de Marruecos -dos de ellas en el mes sagrado-, por lo que las anécdotas son interminables. La primera fue en 2.005 y durante el Ramadan. Tras ímprobos esfuerzos e investigaciones para conseguir cerveza, todos fueron vanos, hasta llegar, a Tanger, de vuelta, después de dos semanas abstemias. Finalmente, dimos con un pequeño supermercado, donde las tenían en cámaras cubiertas con negros e inquietantes cortinajes. Casi de forma clandestina y a un precio de contrabando, conseguimos unas 20 latas, forradas en periódico, que sacamos en bolsas oscuras. ¡Nos sentimos vigilados por el CNI!.
Estas dos  son, del velero Colombia-Panamá

         5º.- Entramos en Bolivia, en marzo, de 2.008, a través del parque nacional Eduardo Avaroa y el Salar de Uyuni, contratando un tour organizado, que compartimos -entre otros- con nuestras queridas amigas argentinas, Flor y Flopa. En los géisers y a 5.200 metros de altitud, inesperadamente, nos encontramos una botella de medio litro de cerveza, que engullimos entre los cuatro. En este caso, más que decir, lo que hicimos nosotros por la cerveza, deberíamos consignar, lo que nos regaló ella, a nosotros.


          6º.- En este mismo viaje largo, ya en Colombia -concretamente, en Cartagena de Indias-, contratamos pasajes en un velero -cinco días- para hacer una ruta por el Caribe y desembarcar, en Panamá. Un miércoles y tras mucho negociar con el capitán sueco, se comprometió a regañadientes, a llevarnos a una isla cercana, donde adquirir cerveza. Pero se fue haciendo el remolón -acorde con su nacionalidad-, según pasaban las horas.         
         Decidimos pasar a la acción. Cogimos la cartera y una desgastada bolsa de plástico y nadamos el medio kilómetro, que nos separaba de dicha ínsula. Negociamos con los indígenas -en dólares- y nos hicimos con un buen cargamento cervecero, que hubo que arrastrar por el agua con paciencia, a una mano, mientras con la otra se sostenía la cartera fuera del mar.


Continuará!. 

domingo, 24 de febrero de 2013

Y al principio no nos gustaba

                                                          Todas las fotos de esta entrada, son de  Roma
        Corrían los primeros días de agosto, de 1.989. Realizábamos nuestro primer interrail -que no viaje al extranjero-. a través de Francia, Holanda, Alemania y norte de Italia. Nuestro objetivo final era, recorrer la costa Dálmata, pero al llegar a Trieste, acabamos desistiendo de este plan. El tren, que iba hasta Split, tardaba  más de 16 horas, era demasiado viejo e incómodo -tengo la certeza, de que con veinticuatro años más, hoy aguantamos mejor estas condiciones- y estaba abarrotado, con la gente arremolinada o tirada por los pasillos, dando gritos, como bestias.


Reconsideramos distintas opciones y finalmente, acabamos tomando un confortable expreso nocturno. hacia la Ciudad Eterna. Fue así, de esta forma tan abrupta e inesperada, como tuvimos nuestro primer contacto con Roma. Hoy en día y fuera de España, es la segunda ciudad, que más hemos visitado -en diez ocasiones-, después de la maravillosa Venecia (unas 15 veces).


Lo curioso es, que en esa primera cita. Roma apenas nos gustó. Salimos absolutamente, decepcionados y en esa ridícula disputa, de ¿cuál es más bonita? , nosotros abogamos claramente, por sobreponer, por amplio margen, a Florencia sobre la capital de Italia.

Roma nos pareció, sin más, una urbe llena de «escombros» arqueológicos -con la excepción del Coliseo-, de polución, escasamente limpia y con sus famosas plazas o el singular Trastevere, vacíos. Y para colmo, la Fontana di Trevi sin agua, en obras y medio tapada. 

Tan sólo nos sentimos aliviados, por el frescor del agua de las numerosas fuentes, por colarnos en los autobuses públicos y por los inigualables museos del Vaticano. Ni siquiera, la pizza nos pareció la mitad de lo que habíamos esperado. ¡Demasiada masa para un chorrin de tomate, un puñado de orégano y una mozarella, casi invisible!. ¡Y la cerveza inaccesible, para unos estudiantes con beca, de tercero de periodismo!.


Evidnetemente, de aquella imagen de Roma, hoy nos queda bien poco. Tal vez, el cansancio -era nuestro primer viaje al extranjero de un mes-, el asfixiante calor, algunas obras paradas. el estar casi todo cerrado y la ausencia por vacaciones de los lugareños, se convirtieron en un diabólico cóctel, que nos transformó la realidad. Por eso, siempre recomiendo no visitar Roma en agosto.


Habitualmente, nosotros usamos una forma bastante objetiva -sobre todo, en Europa-, de medir el encanto de las ciudades: lo que nos van ilusionando en las visitas posteriores, a la primera. Praga nos pareció bellísima, pero la cuarta vez, se nos tornó vulgar. Cracovia, París, Londres, Amsterdam, Dubrovnik o Estocolmo, solo aguantaron hasta la segunda. Estambul nos pareció incomparable, en !.994 y 1.997 y nos decepcionó altamente, en 2.008 y recientemente, en 2.012.


Después de diez visitas, aún hoy, Roma nos sigue pareciendo estaxiante y por eso -con el permiso de Venecia-, la calificaría como la ciudad con más encanto de Europa. Por lo tangible. Pero aún más, por lo intangible. Y después de estar en Vietnam, Kenia, India o Bolivia, por poner unos pocos ejemplos, nunca volveremos a decir, que el tráfico en la ciudad, es alocado y caótico.


Cuatro o cinco días es el mínimo, para descubrir esta increíble ciudad, durante la primera visita. Nuestras últimas, han sido por circunstancias diversas, mayoritariamente, de una sola jornada, en la que siempre y metódicamente, llevamos a cabo el mismo recorrido, caminando.

A saber. Partimos de la estación de trenes, de Termini y vemos las magníficas iglesias, que hay de camino al Coliseo. Contemplamos el Foro, sus alrededores y el Campidoglio. Desde la plaza de Venezia, enfilamos hacia el Trastevere, donde paseamos, tomamos unas cervezas y, a veces, almorzamos. De ahí, al Vaticano y al castello de San Pietro.


Por la tarde, es hora de explorar las inmediaciones de la vía del Corso, que une la plaza  de Venezia con la del Popolo: a la derecha, la Fontana di Trevi y la plaza de España. A la izquierda, el Panteon y la plaza Navona. Si aún sobra tiempo, nos acercamos hasta la villa Borghese.

A pesar de repetirlo varias veces, nos sigue resultando igual de excitante.

Casi siemrpe, es un buen momento para escaparse, a la Ciudad Eterna. Pero, el mes que viene, con el circo religioso, que se nos viene encima, la experiencia puede resultar aún más apasionante. 

martes, 18 de septiembre de 2012

"Tened mucho cuidado, porque en esta ciudad hay personas tan groseras, que se dedican a atracar a la gente".

            Una vez, hemos ingresado en Colombia, tomamos otro microbús, ahora hasta la localidad de Ipiales. Como aceptan dólares, no cambiamos a los cambistas de la frontera, que dan una tasa nada favorable.
                                              Ipiales (Colombia)
            La empresa Transipiales, que nos lleva hasta Popayán, resulta ser un desastre. El autobús no es tal, sino un incómodo, viejo y sucio minibús y nos pasamos las ocho horas y media del viaje –porque llegamos con una y media de retraso-, escuchando cumbias a todo volumen. A pesar de todo ello y como ya es tradición, me duermo.
                Popayan (Colombia)
            Al tenernos parados un rato, al llegar a El Pasto y en otras escalas sucesivas, empiezo a familiarizarme con las equivalencias de los tiempos en Colombia, bastante similares a las que en su día, encontramos en Sicilia. Si te dicen “un momento”, prepárate para esperar cuarto de hora. Cinco minutos equivalen a media y veinte, a una hora.

            Nos enfadamos con el conductor, porque no nos quiere dar ninguna explicación sobre la larga referida parada, pero ni si inmuta. Otro pasajero extranjero, que sabe español, nos replica, que esto es lo que ocurre en los países del tercer mundo y yo, creo que acertadamente, le contesto, que la pobreza no tiene porque estar reñida con la buena educación.                        

                                                              Popayán 
           Al rato de haber salido de esta localidad, tenemos el primer control militar, de nuestra estancia en Colombia. A las mujeres nos dejan arriba y a los hombres los bajan del autobús. Es rápido y no ocasionan molestias. El que revisa mi pasaporte, mira y remira los sellos de Siria y Jordania. ¿Tendrán los sirios, algo que ver con la guerrilla o es porque esos sellos son chulos?.
                                                                                                   Popayán
            Paramos a almorzar y la del restaurante nos intenta –como constatamos luego-, cobrar casi el doble, que a los nacionales. Así, que no comemos nada. Por otra parte y como los ecuatorianos, los almuerzos dejan mucho, que desear.

            El paisaje es ameno y la carretera un desastre. Al contrario, que en el sur de Ecuador, no son los derrumbes los que abundan, sino los profundos socavones, en los que vamos cayendo una y otra vez. En distintas paradas, suben al vehículo vendedoras de piña, papaya, sandía y mango y gracias a eso, podemos tener el hambre bajo un ligero control.
                           Popayán
            Nada más bajar, nos abalanzamos sobre un puesto callejero de pinchos de carne, que está cerca de la terminal. Son baratos y de vaca, bastante más ricos, que los huesos de pollo de los almuerzos. Buscamos alojamiento y nos asestaos en la residencia Capri.

            La dueña, que es muy habladora, se sienta a charlar con nosotros. Tiene curiosidad por saber, ahora que el turismo no llega al país por su fama de inseguro, por qué hemos elegido este destino. Y aprovecha para lanzarnos un discurso propagandístico y para informarnos, de lo bien que está Colombia y del gran papel que está haciendo el presidente, Uribe, que ha sacado a la guerrilla de las ciudades.

            También, nos informa de que esta ciudad fue destruida por un terremoto, el 31 de marzo de 1.983. En poco tiempo, se reconstruyeron todos los edificios, milímetro a milímetro, con las medidas y los planos originales. Por separado, son casi todos bonitos, pero lo que entusiasma y enamora sobremanera, es el conjunto urbano.

                                                                    Popayán
            Salimos a dar una vuelta y constatamos, que esto ya no es Ecuador: El tráfico vuelve a ser caótico, las calles están llenas de vendedores de todo y vuelven las “llamadas, llamadas, llamadas…”. Pero la ciudad es, increíblemente preciosa y está perfectamente cuidada. Si antes de venir a América, hubiera cerrado los ojos e imaginado una ciudad colonial, esta habría sido la escogida.
                                                                                     Popayán
            En la bonita plaza principal, vemos una furgoneta, llena de papeles y publicidades pegadas. Es de un grupo de argentinos, que viaja desde su país, hasta México. Como no tienen recursos, piden ayuda en forma de dinero, comida y gasolina. A cambio, publicitan a los establecimientos o particulares, que se los den. ¿Y cómo van a pasar estos el tapón del Darien con la furgoneta?.

            Subimos al morro donde se encuentra la estatua de Benalcazar y paseamos por el bonito área, donde se ubican los puentes Humilladero y Chiquito. Cerca hay un mercado sin asfaltar, que es algo cutre. Se venden muchas cosas usadas, entre ellas, montoneras de calzado.
                     Popayán
            Queremos, subir a la iglesia de la Virgen de Belén, que está en una especie de Cerro. Nos cuesta encontrar el camino, lo que nos sirve para ver otros lugares interesantes, que no vienen en el plano. Cuando damos con él y le pedimos confirmación a un señor, que pasa por la calle, nos dice: “¿Vais a llegar hasta el Belén?... Tened mucho cuidado, porque en esta ciudad hay personas tan groseras, que se dedican a atracar a la gente. Guardad cautela y si decidís ir, hacedlo con mil ojos y no os separéis el uno del otro”. Por supuesto, la excursión queda cancelada.

            Al día siguiente, tomamos el bus para Cali y ya, nos toca discutir con el chófer, por una muy fea costumbre que tienen en este país. Y es que muchas veces, a pesar de tener horarios fijos, los autobuses demoran indefinidamente su salida, a la espera de que suban más pasajeros. Como ya expliqué, en Bolivia algunos, también lo hacen.
                                                           Popayán
            Me duermo y me despierta otro control de los militares. Esta vez, tenemos que bajar todos y aunque sin querer, me llevo un culatazo de metralleta en la cabeza, de un militar que tengo delante y que no se ha percatado de mi presencia. Resulta rápido.
                                                                                 Cali (Colombia)
            Nuestros planes son, pasar el día en Cali y mañana por la mañana, tirar hasta la Zona Cafetera: bien hacia Armenia, bien hacia Manizales. Lamentablemente y después de recorrer casi todas las compañías de autobuses, tenemos que hacer un brusco viraje de timón, dado que ir a ambos lugares sale muy caro.

            Nos iremos esta tarde a Bogotá, después de pasar el día aquí y para ahorrarnos unos pesos, empezamos la dura negociación del precio de los boletos.
                    Cali
            Cali dispone de bellos monumentos. Pero en realidad, por lo que merece la pena es, porque es una ciudad vibrante, con gentes de carácter muy abierto y fiestero. Los lugareños son igual de amables que en Popayán, pero aquí son mucho más alegres, lo que hace de sus mercados, unos lugares cálidos y animosos, por los que resulta encantador, pasear y perderse. Nos llama la atención, que haya personas, que debajo de sombrillas y con una máquina de escribir antigua sobre una mesa, redactan y escriben documentos a otras, que se supone, no saben leer ni escribir.

            Como llueve y nos guarecemos, entablemos conversación con un chico, que vende cinturones y que ha sentido curiosidad por nosotros. También esta convencido, de que Uribe ha cambiado el país para bien: “Antes de que llegara, no es que por el país no pudierais viajar los extranjeros, es que no podíamos ni nosotros”, señala y apostilla: “Entre la guerrilla y los carteristas, tenían acongojados a los habitantes de Cali. Hoy ni una ni los otros, tienen cabida aquí”. Sin embargo, sigue echando de menos la falta de oportunidades en Colombia. El mismo, que es músico profesional, tiene que estar vendiendo en la calle: “Menos mal que aquí en Cali, todo lo que saques a la vía pública, lo vendes”, asegura

                                                                         Cali
            Por seguir teniendo datos comparativos con el resto de países, le preguntamos el sueldo medio en Colombia y nos responde que 250 dólares. Igualmentee, charlamos sobre otros países del continente, que hemos visitado o vamos a recorrer: “Sí, es verdad, que los argentinos son muy buena gente –dice-, pero eso es ahora. Antes de la crisis que tuvieron, se creían los ricos de América, como si su Madre Patria fuera Italia y no España. Se iban de vacaciones a Disneyworld, toda la familia entera, pero ahora cambiaron. Y los panameños, esos no te dan ni la hora…”.

sábado, 15 de septiembre de 2012

Lluvias, niebla, penosas carreteras, precipicios y hermosos paisajes


En cuanto anochece, nos vamos a la lejana y vieja terminal, de Piural y hacemos tiempo hasta la salida del bus, que parte con más de una hora de retraso, porque viene de hacer el recorrido inverso con demora. ¡Nos enteramos, de que nos va a llevar el mismo conductor, que trae ese autobús y que ya lleva diez horas al volante!. Estamos a punto de renunciar a subir, pero tampoco es plan de perder otro día aquí, para que mañana nos pase lo mismo. Nos persignamos y subimos al bus.

            Solo vamos seis pasajeros. Como el autobús tiene puerta de separación, entre el conductor y el pasaje, nos encierran, nos dejan sin luz y ponen la música a todo trapo.
                                                                        Esta y la de arriba, son de Loja (Ecuador)
Al poco, paramos en la frontera, donde el hombre que controla la oficina de inmigración peruana, parece drogado y nos pregunta, mirando las tarjetas migratorias: “¿Y esto quien os lo ha dado?”. “Pues mire usted, nos obligaron a rellenarlo a la entrada al país. Vamos, que no es cosa nuestra”, le respondemos. Las mira nuevamente, les estampa el sello y nos pone dos en el pasaporte (el normal y uno redondo, donde pone “Policía”). Salimos rápido, no vaya a tener otra ocurrencia, cruzamos un puente y llegamos al puesto fronterizo de Ecuador, donde nos ponen un sello mecanizado.

Conseguimos dormir, pero a las dos de la mañana, nos despiertan. El conductor está pidiendo ayuda, para ver si podemos mover una enorme piedra, que hay en la carretera, dado que con las intensas lluvias en la zona, llevan produciéndose derrumbes hace ya un rato y este enorme pedrusco, nos acaba de caer ahora mismo, delante.
                 Cuenca (Ecuador)
            Conseguimos quitarlo, pero a pesar de ello, el conductor dice que no sigue, porque no tiene garantías de que la carretera esté bien. Esperaremos a que amanezca y vengan las máquinas a limpiar la carretera. Se echa a dormir, pero nosotros vemos que hay tráfico en la otra dirección y le presionamos para que siga. Sabemos, que está sin pegar ojo durante casi un día, pero estamos parados al lado de un precipicio y en el otro lado, hay un terraplén rocoso y arenoso, al que no le queda mucho para desprenderse.

            Conseguimos convencerle –creo que es el primer conductor en todo el viaje, que da su brazo a torcer- y seguimos, rezando todo lo que sabemos, al borde de despeñaderos y asistiendo a derrumbamientos intermitentes, que por suerte, no cortan la carretera por completo, ni nos caen encima.
                                                                                               Cuenca
            Cuando empieza a amanecer y por fin, conseguimos conciliar el sueño, el chofer pone a todo volumen la radio, con el Jiménez Lozanitos de turno, versión ecuatoriana (en Arequipa, como ya he narrado, habíamos tenido la peruana), que está despotricando contra las autoridades, por la insoportable situación de las carreteras en el sur del país y las inundaciones, que tienen a muchas localidades aisladas. Llegamos sanos y salvos.

            Loja tiene unas cuantas iglesias bien interesantes, como la Catedral, la de Santo Domingo y la de la Merced, entre otras. También destacan el Mercado Central, la Puerta de la Ciudad y los museos del Banco Central y de la Música.
                        Cuenca
Comemos bastante mal, al estilo del norte de Perú, pero peor, en lo que va a ser el inicio de un calvario gastronómico, que nos va a llevar por todo Ecuador y buena parte de Colombia. Así, que de postre y en un establecimiento de comida rápida, nos zampamos un perrito caliente doble. Otros días, serían salchipapas, como sobremesa.

            A Cuenca, según la guía, son cinco horas de camino, cinco y media, según la compañía de buses y seis y cuarto, termina siendo la realidad, después de que nos aburramos bastante por el camino y de que estemos hartos ya de escuchar a Enrique Iglesias, en los colectivos de este continente.
                                                                                        Ingapirca (Ecuador)
            El casco histórico de esta ciudad es coqueto, está bien cuidado y empedrado. Hay casas muy bonitas, en perfecto estado de conservación e iglesias. que destacan por su inigualable belleza, como la Catedral Vieja, la Nueva (la Inmaculada), San Blas, Santo Domingo y San Francisco, entre otras.

Otros lugares de interés son el Parque Calderón, sus calles aledañas y la plazoleta del Carmen –donde se encuentra la iglesia del mismo nombre y se celebra un agradable mercadillo de flores-. También hay otro animado mercado, donde se vende de todo, más limpio y cuidado, que los de Perú o Bolivia. Llevamos poco tiempo en el país, pero nos extraña que tratándose de una nación pobre, haya tan poca gente vendiendo en la calle.
 Ingapirca
En una agencia de viajes, vemos algunos precios de excursiones por la zona: A Ingapirca, con 37 US$. Un tour a la selva amazónica -zona de Coca-, 40 US$ (precio por persona y por día).Y un circuito por las islas Galápagos, sele por 700 US$, para una semana de duración. Es por el precio, por lo que nosotros habíamos descartado este destino. Desde luego, si hubiéramos venido en un viaje corto, habríamos hecho el esfuerzo, pero para uno largo, en el que has dejado de tener ingresos, resulta un lujo.

Al día siguiente, tomamos un autobús, que a través de interminables pueblos, conduce hasta la misma puerta de las ruinas de Ingapirca y ya antes de partir, hay un sonoro incidente, en el que sin que sirva de precedente, no estamos involucrados nosotros. El vehículo va abarrotado, pero un boliviano y un canadiense, han pagado cuatro asientos. Aunque solo ocupan dos, quieren que el otro par de ellos, permanezcan vacíos. Supongo, que sus razones tendrán para obrar así, pero el hecho es, que en el pasaje hay una mujer embarazada y varias señoras mayores, que deben viajar de pie, porque el ayudante no se ha atrevido a contrariar a estos excéntricos viajeros
 Itinerario de nuestro viaje de cuatro meses y medio, por Sudamérica, Centroamérica y México
            A mitad de camino, empezamos a charlar con ellos y –contra todo pronóstico- son de lo más normal. Hasta muy agradables, diría yo, por lo que aún nos resultan más misteriosos, los motivos de su actitud, sobre la que no nos atrevemos a preguntar. El boliviano es fotógrafo y ha viajado mucho. Vienen de Perú y tienen exactamente, la misma impresión que nosotros sobre este país y los abusos de Machu Pichu.
                                                                              Nariz del Diablo (Ecuador)
Al boliviano, que llevaba una carta de recomendación del ministerio, para tener acceso gratuito a la Ciudadela peruana, le hicieron más comprobaciones para ver si era buena, que si fuera un terrorista o un traficante de armas. Él es el más hablador de los dos y alérgico al vino. ¡Vaya desgracia!.

Tras tres horas, llegamos a las ruinas de Ingapirca, dejamos las mochilas en la entrada y pagamos los 6 dólares, que nos dan derecho al acceso. Son caras para lo que hay que ver, pero están mejor, que las deprimentes Huacas, de Trujillo. Ingapirca -Muro del Inca, en quechua- fue construida por los Cañarís, hasta que la destruyeron los Incas. Pudo ser un cuartel, habitado por un destacamento de vigilancia, un Templo del Sol o, ambas cosas.
Nariz del Diablo 
Una jornada después y tras diversos sucesos –entre los que destaca, circular con niebla, a través de penosas carreteras, con tremendos precipicio y con tan solo una cinta amarilla de plástico, indicando “peligro”-, nos disponemos a tomar el tren de las ocho (7,80 dólares, ida y vuelta), hacia la Nariz del Diablo. En el convoy, de un solo vagón, vamos unos 20 extranjeros y nosotros, somos los únicos hispanos. Como otras ocho personas, hemos decidido sentarnos en el techo del tren, desde donde tanto las sensaciones como las vistas, son más espectaculares. A la vuelta, como hay pasajeros que deseaban ir arriba y no han podido, regresamos en el interior del vagón.
                                                    Alausí (Ecuador), punto de partida del tren, a la Nariz del Diablo
El paisaje es, realmente bonito, circulando por el típico escenario de montaña, con escarpados picos, una garganta, riachuelos y mucho verde. Pero, no más, que el del resto del sur de Ecuador. Menos mal, que hoy está despejado. En total, se tarda una hora y media, en hacer el recorrido de ida y vuelta, completo.

jueves, 13 de septiembre de 2012

Pintorescos taxistas y yacimientos arqueológicos inventados

                                                        Lima (Perú)
            Pintorescos resultan ser los taxistas peruanos. Su estrategia habitual, nada ilegítima, consiste en ofrecerte una tarifa muy atractiva para la carrera, para después, tratar de colocarte un alojamiento de tarifa elevada. Tienen muy mala fama, pero la cosa no es para tanto. Recomiendan no tomar los taxis en la calle. Pero, nosotros lo hemos hecho así y no hemos tenido problema alguno.        
Arequipa (Perú)
El que nos transporta en Arequipa, lleva puesto a todo volumen, un programa matutino, tipo el de Jiménez Losantos, en el que el locutor va despotricando contra todo, a grito partido.

El que nos acerca al centro, en Lima, tiene 88 años y va vestido con ropa bastante moderna, dentro de su minúsculo coche, que apesta a gasolina quemada (debe de ser de los años 60). Parece, que vamos en una cafetera urbana, debido a todo lo que nos movemos hacia ambos lados y al humo que echa.

            Ha sido marino y ha servido en el ejército de Estados Unidos, por lo que conoce medio mundo. Dice –desconozco el motivo y si algo así puede suceder, aunque lo dudo-, que puede entrar en todos los países del mundo sin visado, con la excepción de Rusia. Se emociona, hablando de Sara Montiel, el Cordobés y Frank Sinatra y como le seguimos la conversación con pasión, acaba poniendo a Celia Cruz a toda pastilla, en un cassette, que lleva adosado en el salpicadero del taxi. A pesar de la edad, tiene una mentalidad y un espíritu más joven, que muchos de 20 años
                                                                                                        Arequipa
            Descartamos, hacer el tour al cañón del Colca. El más corto es agotador, porque sale a las dos de la madrugada y retornas de noche. El de dos días es demasiado relajado y se visitan unas cuantas cosas insustanciales, supongo, que para inflar el precio. Desde Arequipa,.iremos a la cercana Yura y al día siguiente, tiraremos hasta Lima, en un autobús nocturno.

            También descartamos, hacer las Líneas de Nazca, por resultar caro y considerar, que no ofrecen demasiado interés. Alguien nos ha llegado a decir, que las aran continuamente, con artilugios mecánicos, para que estén más marcadas. En las zonas de Perú, donde no disponen de atractivos turísticos, los exageran o sencillamente, se los inventan.
                Lima
            Sería el caso de las huacas del Sol y de la Luna, en Trujillo (norte del país). El paisaje es bonito, pero las huacas, apenas tienen nada, casi ni siquiera, para los friquis de la arqueología. Es una vergüenza, que cobren más de 4 euros, por entrar a ver cuatro restos, tapados con uralitas y llenos de andamios. La excursión es, obligatoriamente, guiada, porque si la hicieras solo, no aguantarías ni cinco minutos. Así, te la adornan un poco y te sacan más cuartos.

No iremos tampoco, a Ica y Paracas, aunque sentíamos más curiosidad, por ver si perduran los efectos del terremoto en este último lugar, que por sobrevolar las referidas Líneas de Nazca desde el aire, en avioneta.

            Arequipa es una ciudad caótica, donde los conductores no respetan a nada y a nadie y de la que esperábamos más. La mayor parte de sus casas y edificaciones monumentales son blancas y precisarían de una buena mano de cal, para recuperar el encanto perdido. Está llena de iglesias y patios. Las vistas son caras. En el Convento de Santa Catalina, se descuelgan pidiendo 30 soles. El resto tampoco, se quedan muy atrás y a veces no son ni siquiera, sitios interesantes.
                                                                                                Lima
            Lo que si nos encanta, es la gastronomía peruana, de Lima hacia abajo. La del norte es mucho más cansina, pobre y repetitiva. Caldo blanco, rocotos rellenos, salto de lomo, papas a la huancaina, charque, ceviche…, merecen sentarse a la mesa con calma. Sobre todo, para degustar este último

            El camino hacia Lima se hace algo pesado, a ratos y las interminables películas violentas, que nos ponen a todo volumen, no ayudan mucho a concentrarse en otras actividades. Nos damos cuenta de que, al contrario que los bolivianos, los peruanos son menos resignados y al menos protestan, cuando creen que algo está mal. Y es, que nos han vendido el viaje como un servicio directo y solo lo es a medias. “¡Que querrán ustedes por 30 soles!”, replica el descortés y malhumorado conductor. La atención al cliente, sigue brillando por su ausencia, también en Perú.
                                                                       Lima
            En algunas guías, se habla de determinadas líneas rojas en la capital, que resulta peligroso traspasar, señalando el área comprendida entre la avenida Tacna y la Avancay, como las fronteras seguras de la ciudad. Dicen, que incluso la propia zona monumental, es insegura de día, pero según constatamos y nos comentan varias personas, la seguridad en esta urbe ha mejorado bastante en los últimos tiempos. Caminando con cautela y sin ostentación, no es arriesgado visitar la zona centro. De noche es otro cantar y se hace recomendable, fuera de las calles comerciales, moverse en taxi, a todas partes.
                                 Lima
            Tres son los peligros fundamentales, a los que se expone el viajero en Lima, según nos comenta un amable empleado de nuestro hotel.

            -Robo por descuido del equipaje en la calle o los garajes de los autobuses, mediante a veces, incluso, sofisticadas tramas de varias personas, que escenifican complejas maniobras, para desorientar al desamparado turista.

            -Tirones, fácilmente evitables, no llevando bolsos.
               Trujillo (Pesrú) 
            -Las pandillas de “pirañitas”. Se trata de grupos numerosos de adolescentes, que actúan en equipo. Tiran a la víctima al suelo, la desvalijan y se van tan tranquilamente, andando, conscientes de que como son muchos, no te vas a enfrentar a ellos.

            Lima  nos gusta bastante, aunque menos que otras capitales, que ya hemos visitado, como La Paz o Santiago. Llegados aquí, nos siguen sin atraer los peruanos, que en términos generales, siguen siendo tan maleducados y poco atentos, como en las zonas del sur y de Cuzco
                                                          Ambas son, de Trujillo
            Además de su basta zona monumental, plagada de Iglesias y conventos, se puede transitar por Miraflores, que es un barrio elegante y urbanísticamente bien trazado No parece Sudamérica. Todo es de mucho mayor nivel aquí que en el centro de la ciudad y eso también, se nota en los precios. Damos un paseo por los Óvalos, la avenida principal y finalmente, llegamos al mar. Ahí también reside el encanto de este núcleo residencial: en las bonitas, anchas y abiertas playas, que lo acercan al océano Pacífico.
                      Piura (Perú)
El complemente final, que ya lo hace magníficamente agradable, son sus cuidados parques, entre los que destaca el del Amor, inaugurado un día de San Valentín y lleno de frases “tontitas” y algo horteras, que le dan un toque –discutiblementne- romántico. ¡Llevamos sin ver el mar, cerca de un mes, desde que estuvimos en la bonita Valparaíso!.

            Con las visitas a las discretas Chiclayo y Piura, ponemos punto final, a Perú.