Este es el blog de algunos de nuestros últimos viajes (principalmente, de los largos). Es la versión de bolsillo de los extensos relatos, que se encuentran en la web, que se enlaza a la derecha. Cualquier consulta o denuncia de contenidos inadecuados, ofensivos o ilegales, que encontréis en los comentarios publicados en los posts, se ruega sean enviadas, a losviajesdeeva@gmail.com.
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jueves, 15 de septiembre de 2016

14 "pequeños" destinos imprescindibles en África

Frontera entre Sahara y Maurittania
          Afortunadamente, terminó este insoportable verano, lleno de tardes soporíferas, aunque también de fiestas, conciertos, limonadas, barbacoas... Por diferentes circunstancias -que no vienen al caso- el periodo estival ha transcurrido sin un viaje, que llevarnos a la boca. El debate, a fecha de hoy, es si nos iremos 20 días a Grecia, en octubre; arrancaremos el séptimo viaje largo, en noviembre o pasaremos este año en blanco. Ya iremos viendo.
                                                                                                                                       Rosso (Mauritania)
          Mientras tanto y después de tres meses sin publicar, retomo el blog con el objetivo de haceros llegar catorce “pequeños” lugares de África, que no deberíais perderos en los periplos por este continente. No se trata de sitios famosos, pero si entrañables, encantadores o pintorescos. No se exponen ni en orden ascendente, ni descendente, sino simplemente geográfico, de este a sur y de noroeste hacia abajo. Y además, sin repetir un solo país.

          -Bahariya (Egipto): A unas cuatro horas en coche de El Cairo, este oasis no tendría nada de especial, sino fuera porque a unas decenas de kilómetros, se hallan los desiertos Blanco y Negro, muy sorprendentes, poco turísticos y maravillosos.

                                                               Fadiouth (Senegal)
          -Harar (Etiopía): Se trata de la cuarta ciudad sagrada del Islam y aunque es una gran urbe, su centro histórico se presenta bastante recogido y muy atractivo, con casi cien mezquitas de diferentes épocas, bellas casas tradicionales y calles gremiales, a casi 2.000 metros de altitud.
Vilankulos (Mozambique)
          -Lamu (Kenia): La más antigua y tradicional ciudad swahili del África oriental, ofrece encantadoras calles, que parecen haberse detenido en el tiempo, además de gentes muy amables y bonitos paisajes de mar. Quizás, no sea tan bello, como Zanzibar, pero sí, mucho menos turístico.

          -Namanga (Tanzania): Se trata de un pueblo de unos 10.000 habitantes, en la frontera con Kenia, que penetra parcialmente en este país. Es uno de los lugares donde contemplar la cultura masái en estado puro, sin la contaminación de las agencias de viajes y sus tours. Las celebraciones religiosas musulmanas están a la orden del día.
                                                                                                                                                 Djenné (Mali)
          -Chipata (Zambia): A pesar de no ser un núcleo muy pequeño, la ciudad conserva su indiscutible talante rural y agrícola, dentro del parque nacional de Luangwa del Sur. El mercado es puramente africano y sus gentes resultan entrañables, en un país, donde la hostilidad hacia los extranjeros blancos se hace incuestionable.

          -Michinji (Malawi, en la frontera con Zambia): Malawi es de las naciones más pobres del planeta, pero el turista siempre es bienvenido y -en la medida de lo posible- agasajado. Tiene todos los encantos de las pequeñas ciudades de frontera y ninguno de sus inconvenientes. Al menos, durante nuestra estancia, las actividades lúdico-festivas nos llenaron de gozo.
-Vilankulos (Mozambique): Una de las joyas de este país, algo dispersa -como es frecuente, en África-, pero encantadora, donde parece que uno ha retrocedido varios siglos atrás, cuando se observan las artes de la pesca y preciosos barcos, que parecen sacados de una película medieval. Me ha costado decidirrme entre este núcleo urbano y Cuchamano, en la frontera de Zimbabwe, uno de los lugares más entrañables del continente.

                                                                                                Michinji (Malawi)
          -Kariba (Zimbabwe): Disperso enclave de cultura y tradiciones muy rurales, donde contemplar animales salvajes está a la orden del día. Nosotros llegamos a fotografiar elefantes a dos metros de distancia, además de ver hipos, cebras y otras muchas especies. Afortunadamente, nuestras imprudencias no tuvieron castigo.
                                                                                                                                    Mamamga (Kenia)
          -Tozeur (Túnez): Que yo sepa, se trata del mayor palmeral del mundo, donde acabamos odiando y vomitando los dátiles, debido a los excesos, que como otras tantas veces, cometemos. Un lugar con mucho encanto, con pocos viajeros y con ningún pelma.

           -Mulay Idris (Marruecos): Después de siete viajes al país, resulta difícil elegir un sólo sitio. Nos quedamos con este, por ser poco conocido y maravilloso. Enclavado en una roca, se puede disfrutar de sus estrechas calles empedradas, las colinas adyacentes y las cercanas ruinas de Volubilis.            Lamu (Kenia)


          -Frontera de Sahara Occidental: Los cinco o seis kilómetros, que separan este país, de Mauritania, se constituyen en una de las experiencias más alucinantes para el viajero. Territorio salvaje, lleno de minas y coches quemados, donde sin un conductor experto, se pierde la vida, seguro. No hay más población, que los numerosos empleados y buscavidas chantajistas de los puestos fronterizos.
                                                                                    Harar (Etiopía)
          -Rosso (Mauritania): Otra localidad fantástica de frontera, sino fuera por sus lamentables y tenebrosas infraestructuras hoteleras. Existe un mercado -al menos, los domingos-, genuino, muy animado y maravilloso.

          -Fadiouth (Senegal): Conectada por un largo puente de madera con la población de Joal, esta isla artificial llena de conchas, resalta la cotidianidad y convivencia de cristianos y musulmanes -con sus respectivos cementerios- en plena Petite Coté. ¡Un momentazo!.

          -Djenné (Mali): Sus construcciones tradicionales en adobe, hacen de este lugar un destino incomparable, sobre todo, si se visita los lunes, día del animado y bullicioso mercado, donde conocer gente y comer mil cosas distintas, resulta bastante factible. ¡Recomiendo las sabrosas albóndigas de pescado!.
Entradas  a monumentos egipcios

lunes, 28 de marzo de 2016

Lo que hemos hecho por la cerveza (parte III, de IV)

Zanzibar (Tanzania)
          Seguimos en África oriental, para continuar por occidente de este mismo continente y terminar, en Líbano, en esta tercera entrega de lo que hemos hecho por la cerveza en nuestros viajes.

          13º, Corrían los primeros días de marzo, de 2.011, cuando arribamos, a Dar es Saalam ( Tanzania). Eran las once y media de la noche y el viaje había sido duro -por carreteras horrorosas y en un vehículo insufrible-, puesto que habíamos partido a las cuatro de la madrugada, desde Kiela (frontera con Malawi). No disponemos de plano, ni guía y desconocemos, donde nos ha dejado el autobús.
                                                                                                  Estas dos siguientes son, de San Luís, en Senegal
          A pesar de que el lúgubre escenario impresiona, tratamos de controlar los nervios para pensar con claridad. Lo normal, hubiera sido tratar de buscar alojamiento, pero decidimos sentarnos en la terraza de un bar cercano, a tomar varias cervezas, sin prisa. Afortunadamente, conocemos al vigilante de un hotel de lujo, que por una pírrica cantidad de dinero, nos lleva en su coche por los hoteles de las inmediaciones, hasta que nos conformamos con uno. ¡Noche salvada!. Al día siguiente constatamos, que estamos a más de cinco kilómetros del centro.

          14º.- Unas jornadas después, desembarcamos en Zanzibar, una isla preciosa. Tenemos problemas para encontrar un alojamiento adecuado en la capital, a pesar de que hay decenas de ellos. Pero, aún es peor, encontrar bares o tiendas de cervezas. Desesperados y tras preguntar a mucha gente, entramos en una agencia de viajes, a ver si su propietario nos puede ayudar. Él no, pero nos pone al teléfono con un desconocido, que habla perfecto inglés y que nos describe el camino hacia la escondida y única tienda de la ciudad.
Tambacounda, en Senegal
          15º.- A finales de febrero, de 2.012, llegamos a San Luís, en Senegal. Hemos atravesado Marruecos, Sahara Occidental y Mauritania y llevamos más de dos semanas sin poder tomar una maldita cerveza. En la guía vienen dos pequeños ultramarinos, donde las venden, pero han desaparecido. No encontramos otras opciones. Juro y vocifero con enorme enfado, que o aparece la cerveza y las bebidas alcohólicas o me vuelvo a casa, sin visitar Senegal, Mali, Burkina Faso y Costa de Marfil. La tienda de una gasolinera nos salva la vida una hora después, cuando ya hemos perdido la esperanza.
2, de Bamako, en Mali
          16º.- En el mismo país, en Tambacounda, existen numerosos bares. El caso es, que el más cercano nos pilla a más de diez minutos de nuestro periférico hotel. De forma absolutamente inconsciente, arriesgamos nuestras pertenencias -y tal vez, nuestras vidas- por tomar cerveza fresca, a la luz de la luna, regresando por un camino amenazante y casi oscuro.

          17ª.- La siguiente historia se las trae. Llegamos a Bamako, en Mali, a última hora de la tarde, después de un viaje accidentado, que nos ha tenido tirados en la carretera toda una noche. Hay tanques en la calle y hombres armados. Milagrosamente, encontramos alojamiento, junto a la estación de autobuses.

          A la mañana siguiente todo está cerrado y nos indican, que permanecerá igual, durante los próximos cinco días, por “oup d'etat”. Maldecimos nuestra suerte, pensando de que se trata de una festividad musulmana.

          Andamos unos cuatro kilómetros en busca de un supermercado, que viene en la guía. No hay civiles por la calle y si militares, que circulan en tanque o pegan tiros al aire. Y nosotros pensando: “como son estos africanos, que lo celebran todo a lo grande”.Por supuesto, el súper cerrado y a volver por el mismo camino, con idénticos peligros y sin la preciada cerveza. ¡Día de abstinencia!, para darnos cuenta, de que estamos en medio de un golpe de estado.

          18º.- La ciudad más conservadora, de Líbano, es por supuesto, Trípoli, en el norte del país. Allí pusimos nuestros pies, en abril, de 2.012. Comprar cerveza no es difícil, pero tratar de beber una lata en la vía pública, puede causar muchas molestias, como mínimo. Por este hecho, un alocado individuo radical, trató de arrebatárnosla y de agredirnos, físicamente. Tuvimos, que salir por patas y perdernos por las callejuelas del zoco.
Tripoli, en Líbano 

          En la vecina Siria -en 2.007-, nunca nos pusieron inconvenientes por tomar cerveza en la calle.

jueves, 31 de mayo de 2012

De vuelta: De kayes, a Kaolack


                                                                             Kaolack
            Abandonamos Mali, sin más contratiempos, que dos pinchazos en el último trayecto, hasta la frontera, en la misma rueda, que ya estaba para el desguace, antes de emprender el camino. Dudamos, de si el remedio a estos males, estuvo en los chicles, que llevaban en la guantera.

            Bueno, en realidad no dejamos Mali del todo, porque no nos quedo otra, que hacer noche en la frontera, que componen dos pueblos –Kidira, en Senegal y Diboli, en Mali-, separados por un puente, que atraviesa un exiguo río, cuyo caudal apenas da, para lavar la ropa. Aunque se trata de países distintos, te puedes mover sin apenas trámites, entre ambos lugares (la zona Schengen, de África occidental). Y así nos pasamos 12 horas, yendo de Mali a Senegal y de Senegal a Mali.

            En uno de los pueblos está el cíber, en el otro el único bar con cerveza, al igual que lugares a visitar, teniendo que volver al primero, a nuestro básico alojamiento. Finalmente, conseguimos romper el círculo, embarcándonos en un extraño cacharro colectivo, en el que salvo averías, sufrimos casi todas las posibles incidencias y penalidades: peleas, abastecimiento de gasolina de manera clandestina, salidas de la ruta, para cargar cualquier cosa, paradas para asuntos inverosímiles…
Tambacounda
            Por fin, agradecimos llegar con la lengua fuera, a Tambacounda, donde nos esperaba menos calor que la otra vez, nuestro antiguo alojamiento y una cerveza fría (lo único que en Senegal, es más barato, que en Mali).

Al día siguiente, abandonamos definitivamente, esta ciudad, con más dificultades de las previstas. Conseguimos encontrar un bus nocturno, después de evitar las tretas y presiones de la maldita mafia de los cacharros.

            Llegamos a Kaolak, a las cuatro de la mañana. Ayer, después de haber visitado el cíber y ver los precios de los vuelos, hemos decidido volver por tierra. No sabemos si a casa o a Líbano y Chipre. El camino será largo y  muy posiblemente, aburrido.

            Kaolack es nuestra última parada en Senegal, antes de retornar a Dakar, a hacer la visa de Mauritania. La localidad –donde por primera vez, sentimos fresco y no hay que mojar la cama, después de tres semanas-, cuenta con el segundo mercado cubierto más grande de África, después de Marrakech, una catedral fea y varias mezquitas, alguna en construcción. A pesar de ser más grande, es aún más polvorienta y rural, que Tamba.
                                                                           kayes
            Anoche, antes de tomar el bus a este destino, conversamos, largamente, con un hombre de Mali, que nos dijo, que habíamos tenido mucha suerte, al poder haber abandonado el país. También nos comentó, que no entiende como en una nación como la nuestra, con 6 millones de parados, no arremetemos contra los equipos de fútbol –léase Madrid y Barça-, que pagan esas millonadas a sus jugadores. 

Ver y convivir con las tribus, desde la ventanilla del tren


              En Mali, una contrariedad o inconveniente, sea del tipo, e índole que sea, siempre es un “petit problem”: da igual, se trate de dormir, tirados en la carretera, un golpe de estado o que tarde varias horas, en salir el tren.
                 Poblados, en la ruta del tren, Bamako-Kayes
Partimos de Bamako, hacia Kayes, con más de tres horas de retraso, en un tren bastante decente, nuevo, cuidado y limpio, aunque sin agua en los baños. Es una pena, que siempre lo estropeen todo, por su informalidad. Es para irritarse, observar como todos los días sale tarde el convoy, por mucho margen, cuando es la única línea que opera en el país. El transporte es seguro –me refiero, en cuanto a delincuencia- y va lleno. Aunque, el calor resulta asfixiante y no llega a mitigarse nunca, por las frecuentes paradas y porque el aire que entra, es muy caliente y polvoriento.

            En cada estación y a lo largo de toda la noche, las vendedoras te taladran el cerebro con sus voces agudas, siempre anunciando las mismas cosas (plátanos, mangos, dulces…). En el recuerdo, el inolvidable gesto de un niño de escasos años –no sabemos, si por iniciativa propia, o de su madre- ha intentado obsequiarnos con plátanos y patatas fritas, durante la espera en la estación y a cambio de nada. A veces te desquician, a ratos te desarman.

                                              Poblados, en la ruta del tren, Bamako-Kayes
           Una vez ha amanecido, comprobamos que el paisaje es como siempre, pero animado por genuinas y pintorescas aldeas, como cualquiera ha imaginado en África, con sus casitas circulares y sus tejados cónicos, de paja. Es la forma más autentica y sobre todo barata, de ver tribus, en sus habitat natural y no maleadas.

En este sentido, lo que venden y caro –tipo país Dogón- son montajes para turistas, donde tal vez, los niños lleven taparrabos, en vez de jeens –como aquí- o deportivos y camisetas de equipos de fútbol europeo, hagan pociones mágicas, en vez de simples productos cotidianos o donde a la entrada del poblado, en vez de niños correteando y cabras alteradas, haya un hombre disfrazado –cobrando la tasa turística correspondiente-, junto a un caldero humeante, donde cocer a los blanquitos, que servirán de cena.

            La realidad aquí es mucho más vulgar y –a la vez apasionante- apasionante, que la que nos venden los folletos. La vida fluye sin prisa y absolutamente anodina, hasta que cada dos días y a la hora, que le de la gana, llega el tren. Entonces, todo se alborota, todo el mundo espera algo, en forma de noticias, mercancía, o –con suerte- en forma de venta de comida y bebida a los cansados pasajeros. A los más pequeños, tan magno acontecimiento, les saca de su abúlica y monótona infancia.     Poblados, en la ruta del tren, Bamako-Kayes

            Al menos en Mali, han sabido conservar el tren, que sirve de nexo, a muchos núcleos poblacionales, que de otra forma, estarían incomunicados. Porque no nos engañemos: de los pasajes –baratos y sólo en segunda-, que venden a los guiris, no viven. 

miércoles, 30 de mayo de 2012

Un, dos tres, responda otra vez


             ¿Para qué sirve un bote de nocilla? Un, dos, tres, responda otra vez. Esta pregunta tiene una contestación muy fácil y obvia, pero en Senegal –y en menor medida, en Mali-, no es así de sencillo. Las respuestas son múltiples y variadas. Cualquier niño –aún de cota edad-, lo sabe
                                          Diboli (Mali)
            Una vez vacío, después de haber desayunado media barra de pan con una ligera capa de crema de chocolate, sus usos pueden ser:

            -De embudo. Es fácil llenarlo con licor casero desde una garrafa de 10 litros y así trasvasarlo a botellas de un litro, para comercializarlo en los bares.

            -De fiambrera. En él los niños pedigüeños recogen todos los restos de thieboudienne -casi siempre arroz sólo- que los comensales dejan en sus platos, o los trozos de pan o galletas, que muchos tenderos les ofrecen para que les dejen de dar la brasa.

            -De azucarero. Todos los vendedores callejeros de café touba tienen un bote de nocilla, con un simple agujero en la tapadera, por donde sirven el azúcar, antes de llenar el vaso de humeante y rico café. Incluso sus colegas del Nescafé, a pesar de tener mejores instalaciones, también disponen de este azucarero
           
            -De contenedor de monedas. No sólo las señoras, rodeadas de niños de todas las edades, que piden sentadas en el suelo, mientras amamantan al más pequeño, usan estos botes para las monedas que algún musulmán de pro, en cumplimiento de sus preceptos, le echen, sino que los comerciantes, a falta de caja registradora, también lo tienen como cajón para sus monedas.

            -De alcachofa de ducha. Hasta los viajeros tenemos –en alguna ocasión-, que utilizar estos botes para ducharnos. En varios alojamientos donde disponen de agua del pozo, es necesario tener a mano uno de ellos para poder echarte poco a poco, el líquido elemento y no todo de repente, del gran cubo donde se cumulan varios litros.
Djeneé (Mali)
            -Para ensayar. Es más fácil, que cuando eres una niña pequeña, ensayes como llevar mercancía en la cabeza con un bote de nocillam que directamente, con un barreño grande o bidón. Poco a poco, se van introduciendo en el mundo que les espera, en tan solo unos pocos años: recipiente en la cabeza, bolsas en una mano, niño agarrado de la otra y recién nacido, bien sujeto a la espalda.

            ¿A alguien se le ocurre algo más útil, que este socorrido bote? 

martes, 29 de mayo de 2012

Cuatro Bamakos diferentes

             Por el precio del mismo visado, hemos conocido tres Bamakos diferentes (incluso, cabría decir, que cuatro). El más inquietante y adrenalínico, es el del día de nuestra llegada, con controles militares exhaustivos, ráfagas de metralleta, algunos tanques y el traslado de soldados heridos. Y todo ello, vivido con tranquilidad, al ver la forma de actuar de los escasos lugareños, que circulaban por las calles. Aunque el miedo atraviesa el cuerpo y el corazón, al escuchar, a escasos metros de tu espalda, un arma de repetición, cargándose de forma compulsiva.
                              Bamako
            De ese Bamako, diez días después, lo que queda se debe cocer en los despachos. En la calle, la gente se ha reintegrado a la vida cotidiana y las portadas de los periódicos, que cuelgan en algunas vallas y paredes, presentan más especulaciones y opinión, que información.

El Bamako más agradable –aunque soso-, lo vivimos, una vez el golpe fraguó. Las calles se quedaron desiertas y nos permitieron, contemplar el armazón de una ciudad, que se desmonta y monta cada día. Tan sólo cuatro o cinco tenderos –desafiantes o con la venia del nuevo régimen-, unos pocos lugareños y dos estúpidos e insensatos guiris –nosotros-, hacíamos vida normal, ajenos al pánico generalizado y al caos político.

            La Bamako más trepidante, caótica, maleducada, motorizada, vibrante, tolerante casi con todo, menos con las costumbres religiosas, la padecemos y disfrutamos, después de haber finalizado, nuestro circuito por el país y ya de vuelta. Su autenticidad africana, se basa en muy pocas influencias europeas.

El único edificio alto, fue inaugurado el año pasado, por un presidente ya destituido y los mercados son de los mejores y más genuinos, que hemos visto en este continente. Igual da el más grande, de cachivaches varios, como el de frutas, verduras y carne o el de artesanía, con piezas de mucho mérito, que seguirán esperando ser vendidas. Lamentablemente, durante mucho tiempo.
                                             Bamako
            El reducto blanco –más de residentes, que de turistas- se agrupa y relaciona en un supermercado de las afueras, constituyendo el cuarto Bamako. Llevan a cabo esplendorosas compras, pagando por productos europeos, cuatro veces lo que valen, en sus países de origen. Luego, un esforzado negro, les llevara sus bolsas, hasta el maletero de sus cochazos o los aparca. El personal del interior del establecimiento, sin embargo, es blanco –incluidas las cajeras-, para que todos nos sintamos, como en casa.

            Mañana abandonamos Bamako en tren, rumbo a Kayes, con muchas dudas. Esperamos que la seguridad sea buena y que la frontera esté abierta.
                                                                                  Bamako

En África occidental, la bolsa siempre va al alza


            Fabricar bolsas –especialmente negras-, debe ser un rentable negocio, en Mali y Senegal. No porque dejen mucho beneficio, sino por el gran número que se utilizan. Realmente, es lo único con lo que viajeros y lugareños, pueden soñar, que les salga gratis, con cualquier compra, por exigua, que esta sea.

            Las transparentes hacen de botella o vaso –para comercializar agua potable, que se bebe, como si lo hicieras de una bota-, plato –envuelven espaguetis, albóndigas de pescado o patatas fritas- o envase para cacahuetes u otros productos de consumo perecedero y urgente.
                                             Árbol repleto de bolsas, en Rosso
Las negras –finas y de tacto áspero- cumplen las funciones anteriores, cuando no hay otras, aunque por lo general, te las dan para el transporte de cualquier cosa, con la condición de que sea ligera y que cuelgue de la mano, porque las mercancías de más fuste, siempre van colocadas sobre la cabeza, en equilibrio o sujetas por los brazos, en forma de asas de jarra.

            Las bolsas negras, en su versión maxi, también cumplen misiones de toldo o cortavientos, en los numerosos puestos callejeros, que se arremolinan en cualquier calle de ciudades y pueblos .Algunos mercaderes más privilegiados, pueden prescindir de estas bolsas, pues tienen la suerte, de contar con sombrillas o marquesinas de maderas y pajillas.

            Hasta nosotros, animados por el ambiente local, llevamos todo en bolsas bien compartimentadas (cargador del móvil, cargador de las pilas, cuadernos, medicinas, pasaportes, el dinero en efectivo…) Y, en cada bar que encontramos, en Mali, nos proveemos de vino embolsado -250 cl- o licores -5 cl-, que se absorbe con gusto –y como ocurre con el agua-, clavando los incisivos y practicando una pequeña incisión en una de las esquinas.

            En las montoneras de basura o vertederos improvisados, lo que más destaca son las bolsas, que vuelan a su antojo, cuando el aire sopla. Hasta en los escasos Carrefour de África, te regalan la bolsa con tu compra –una o las que necesites-. Entonces, ¿qué milongas medioambientales, nos vendieron en España?

            Occidente sigue en crisis, mientras en África, la bolsa es un valor al alza: colgadas de los árboles, de los cables de la luz, entre las patas de las cabras, a modo de vendajes para cubrir heridas de personas lesionadas…    Ziguinchor (Senegal)

Por fin un viaje tranquilo (aunque, no para las cabras)


                                 Puesto de medicina tradicional, en Segou
            Djenné tiene dos caras. La esplendorosa del día de mercado y la sórdida de los demás días, con la basura escoltando a todo un patrimonio de la humanidad.

Antes de partir, debemos solucionar dos problemas, que nos desquician. La oronda mujer del banco, dice no cambiar moneda y nosotros no tenemos francos suficientes, para largarnos de aquí. Preguntamos en turismo –misteriosamente está abierto y nadie se ha inscrito desde el cinco de marzo, siendo hoy día veintisiete- y se extrañan, recomendándonos una boutique –cerrada- y un hotel, donde nos aclaran que ellos no, pero que el banco, nos lo cambia seguro.

Volvemos y la mujer sigue poniendo excusas. Tenemos casi, que llorarle, para que nos canjee 20 €, a una mala tasa. En la puerta de la entidad financiera, hay cinco hombres, viendo la vida pasar. Dentro, otros cuantos, esperando a ver, si han recibido dinero de parientes en el extranjero, para dilapidarlo, sin cargo de conciencia.
                                                                                       Segou
            Nos vamos a la plaza, para gestionar el transporte hasta el cruce, dado que no hay más bus directo, a Segou, que uno semanal, que ha partido a las cuatro de la mañana de hoy. Cinco tíos, sentados delante de una mesa, para gestionar un par de furgonetas que salen al día. Nos tratan de hacer una jugarreta, queriendo cobrar por nuestro minúsculo equipaje, pero aunque tenemos las de perder, nos salimos con la nuestra, a base de mucho coraje y determinación.

            Al fin salimos. Tarda un buen rato en aparecer el ferry. En el cruce, ya tenemos comisionista asignado, para que nos pare el autobús, a Ségou. El calor nos ha agotado y aceptamos.

Tenemos suerte con el bus. Es bastante nuevo y confortable, circula rápido, se detiene solo lo necesario y no lleva carga en el techo. Sí hay, sin embargo, algo que nos indigna: han metido a muchas cabras en sacos –para que no se muevan y solo sobresaliendo la cabeza- y las llevan en el maletero, cerrado, a cal y canto. No quiero imaginar, como estarán allí, viendo el calor insoportable, que hace en la cabina del vehículo.

            No hay demasiadas más incidencias. Atravesamos núcleos rurales, paisaje anodino y llevamos a cabo una obvia parada para comer. Todo normal, hasta que varios pasajeros obligan al conductor a parar para rezar, en mitad de la nada y a 35 grados. Enérgicos cabezazos contra el suelo, como posesos. Están como una auténtica chota. Todo, lo arreglan o lo redimen orando. Visto lo visto deberían ser ellos los que fueran en el maletero y las sensatas cabras, en los asientos.
Segou
            Ségou cuenta con una imponente mezquita y unos vibrantes y coloridos mercados. La gran novedad del día, es que hemos roto el círculo vicioso: después de cinco averías seguidas, hoy llegamos, sin problemas. Estamos muy hartos del calor, después de dos semanas incandescentes. Todas las noches hay que empapar la cama, con decenas de litros de agua fría. Soñamos con un mundo, donde los objetos tengan su temperatura natural y no emanen calor, por todas partes.

domingo, 27 de mayo de 2012

Djenné: una ciudad con los pies de barro

                                                                     Djeneé
            Abandonamos Mopti, en un destartalado taxi de siete plazas, en el que en realidad, vamos diez adultos y seis niños, además de toda la cacharrería inservible de siempre. Para adivinar quien fue el primer propietario de este vehículo, habría que trazar su complejo árbol genealógico. Por el camino, recorremos los mismos pueblos de adobe, del otro día y pasamos varios controles policiales, delimitados por oxidados bidones.  


En un momento dado, nos obligan a tirarnos a un lado de la carretera. Y es, que de frente, vienen unos cuantos de los golpistas, en once vehículos militares –impecables-, con sus ametralladoras montadas. Y luego, la gente quiere ir a Hollywood. ¡Pero, si esto es más difertido!..
                                              Djeneé
            Para llegar a Djenné, es necesario cruzar un río. Se hace en un destartalado ferry, donde los coches montan por una rampa y los pasajeros, debemos pisar por el agua varios metros, hasta acceder a la cubierta. En el que vamos a tomar, vienen dos todoterrenos, pertenecientes a un grupo de alemanes. Por fin, conseguimos entender lo de las dos velocidades de la Unión Europea. Ellos, en 4 por 4 y los dos españolitos, en agónico y nonagenario taxi compartido (que presenta una avería, antes de subir a la embarcación).

            Previamente, hemos tenido que ser muy firmes con un pelma, que nos ofrecía, sin parar, la terraza de su casa, con mosquitera, “ducha africana”, cena de alubias y pan y café para el desayuno por sólo 2000 francos, por persona. Es simple casualidad, pero hemos llegado a Djene, en su día de mercado.

            Abundan los puestos de casi todo, las motos y los carros de transporte –además, de personas, que te empujan- y el transitar se hace difícil y más, con la mochila a cuestas.

Sólo existen tres hoteles en el pueblo, así que comienza la subasta: el primero y mejor, nos pide 12500 francos. Lo del segundo es de chiste, dado que solicitan 18000 francos, advirtiendo que la electricidad está averiada, pero aún así, nos pregunta si queremos la habitación, con ventilador o aire acondicionado. Nos cacomodamos en el tercero, al bajarnos el precio, de 15000, a 10000. El establecimiento es orrecto y bien mantenido, con propietario parco en palabras y con los pies metidos en un barreño, por el calor.
Djeneé
            Comemos muy variado, en los puestos del mercado, donde encontramos enormes cacerolas de insípidos espaguetis –aliñados con colorante-, bolas de masa frita, peces, albóndigas de pescado, yuca, patatas fritas y los omnipresentes mangos.

             La mezquita es maravillosa y los numerosos –unos más cuidados que otros-, edificios de adobe, también. Hay fuentes públicas –que funcionan- y algunas canalizaciones, que están tapadas. Aunque, casi todas apestan.

Lo que en su día debió de ser un río, hoy son pestilentes ciénagas. La mayor molestia en Djene es, que tenemos que lidiar con mucha energía, con los cientos de niños pedigüeños y los agresivos pelmas que pululan –sobre todo- por los alrededores de la plaza principal. Los primeros, piden cien francos, con su cara de pánfilos, pero se acaban conformando, con rechupetear las bolsas de agua, que nosotros vamos bebiendo (no tendrían necesidad, porque pueden beberla del grifo o pagar los escasos 25 francos -3,5 céntimos-, que vale). Los segundos son peores, como siempre.

            Tenemos varios incidentes, a lo largo del día: por la mañana, un individuo nos trata de impedir hacer una foto, sin estar él implicado. Y, por la tarde, tres en cinco minutos: con un radical de la mezquita, con un individuo que me atropella con un carro y con un listillo, que pretende con los argumentos tópicos y manidos de la pobreza, ganarnos la batalla psicológica y obtener dinero. Respuesta contundente. “Nosotros hemos pagado un visado y una tasa turística –esta mañana y a quemarropa, aunque con recibo-, para mantener a pelmas y desocupados, como tú, que encima nos agreden, verbalmente”

            Aunque, en nuestro fuero interno, somos conscientes, de que ese dinero, más bien irá a parar, a los gastos del golpe de estado.

Sobre las seis, desmontan el mercado y la nube de polvo, basura en suspensión –y por el suelo- y contaminación diversa, nos impide, casi ver o respirar. Los niños se arremolinan alrededor de un camión de mangos, para recoger los que se han caído. Da igual, que estén muy maduros o aplastados. Lo fácil es decir: “que pena” y conmoverse. Lo difícil, tratar de evitar esto en el futuro.
                                                                                                        Djeneé
Al menos, en el pueblo hay vallas muy didácticas, informando, sobre como prevenir la malaria o el sida.

Si decidís venir aquí, hacedlo los lunes, que es el día de mercado. El resto de jornadas de la semana, pierde bastante, como pudimos comprobar, el martes por la mañana.

Por lo demás, suspendimos la visita a Tombuctú, por tres razones de peso: estar bastante más lejos de lo que pensábamos, desde Mopti, ser caro el transporte (4x4) e ir muy justos, con el periodo concedido del visado (15 días). Otra vez será.

Friendo pescado con 6 años, mientras cuida de sus hermanos menores


            Ver a alocados militares, cargando su arma o disparando al aire desde sus jeeps, en Bamako y en apenas 24 horas, a una niña  de seis años en Mopti, friendo pescado –encendiendo y apagando la hoguera, mientras cuida de sus dos hermanos menores y comercializa su género-, evoca sensaciones muy distintas y difícilmente entrelazables. Pero, en Mali ocurre y allá cada uno, con su interpretación. La mía sería demoledora.
Mopti
            Mopti es una ciudad agradable, aunque llena de pelmas, que añoran mejores tiempos turísticos. Hasta los niños, montados en bicicleta, tratan de sacarte de tu hotel –en el que has negociado la mitad de la tarifa-, para ofrecerte la terraza de su vivienda familiar, a 2.000 francos. Te aseguran multiculturalidad, a buen precio.

            El paisaje del río –con su nuevo puerto- resulta entrañable, aunque denota, en sus diferentes usos, que las piraguas tuvieron épocas, de mayor actividad y esplendor. Es bella, la puesta de sol y más nítida, de lo que acostumbramos, últimamente. El casco viejo es armónico –sólo alterado por el caos motorístico-, el mercado vibrante y ordenado –para estar en África- y la mezquita impactante, a pesar de haberla ya visto en fotos.

                                                                      Mopti
            De todas formas, en nuestro periplo por Mali y hasta ahora, lo más impresionante no es lo que vemos, sino lo que acontece en general y nos sucede, en particular.

No nos gusta, que por primera vez en este viaje, se hayan manifestado en masa los mosquitos, atacándonos y machacándonos toda la piel expuesta, a sus picos. Debe de ser la única resistencia, al triunfante golpe de estado, anunciado en televisión, por un militar de boina verde y de traje de baile dedisfraces de nochevieja, mientras otro, de menor rango y altura, le sujeta un micrófono rojo, mientras lee el discurso en los folios, que sujeta en sus manos. Aquí no ha llegado el teleprompter (pantalla donde leen los presentadores de TV)

            Como en Senegal –donde mañana hay elecciones- están bastante entretenidos con sus disputas políticas y militares, en las escasas televisiones, como para ocuparse de poner, constantemente fútbol, como ocurre en Marruecos. A pesar, de que la mayoría de los lugareños, portan como indumentaria habitual, camisetas de la liga italiana (y algunas del Barça, tan inéditas y desconocidas, que Sandro Rosell, pagaría unos cuantos miles de euros, por añadirlas a su colección).     Mopti

Cada transporte es peor, que el anterior


           Tras resolver diversos conflictos –como cada día en este país- y una larga espera, conseguimos –con tan sólo media hora de retraso-, partir hasta Mopti, en un autobús grande y reconfortante para lo vivido anteriormente, sino fuera porque en su interior, además de bidones y sacos, en el pasillo y bajo los asientos, viajamos –entre sentados y de pie-, casi el doble de la capacidad razonable de pasajeros. En el techo y los maleteros, más mercancías, desde bicicletas, hasta sillas de terraza, pasando por cestas de madera y casi todo lo que en España, iría directamente a la basura, hasta en los hogares más modestos o recicladores.    Mopti

            Previamente y con un calor asfixiante, hemos tenido, que soportar una situación límite. Habíamos dejado nuestros equipajes, reservando los asientos. Pero, de forma kafkiana, nos han hecho subir, por orden de lista, llamándonos a gritos. Dos individuos han ocupado –no nos ha ocurrido en ninguna parte del mundo- nuestros asientos y para más descaro, desconocen donde están nuestras mochilas.

Aunque, moverse por el interior del vehículo es casi imposible, damos con el ayudante, que en unos minutos y afortunadamente, nos resuelve el problema. ¡ No nos han robado ¡ Simplemente han ido apartando nuestros bultos a patadas, hasta los confines del bus. Nos pensamos, por tercera vez en el día, si proseguir este viaje o retroceder. Cuando estamos a punto de lo segundo, dado que nos toca viajar de pie, el eficiente ayudante levanta a dos negros de sus asientos, que sin quejarse o inmutarse, nos lo ceden.
                                                                    Sevare
            Las ventanas son herméticas y nos morimos de calor, en las numerosas paradas. Unas inexplicables y otras, para ir recogiendo más mercancía. La escena siempre es la misma. Aparecen los túmulos y banzos de la carretera, que indican que estamos llegando a un pueblo. El bus va frenando, marca con la luz de posición, para y la mitad del pasaje, se baja. Reanudar cada interrupción, cuesta más de 20 minutos.

Salvo la motivada por una avería de la batería, que lleva casi dos horas, que entretenemos paseando con la linterna, por una aldea sin luz. Nuevamente, nos ponemos en marcha, con el mismo escenario, pero amenizados por la estridente música africana, con la que nos deleita el conductor. Como constato en el MP3, no es casette o CD, sino una emisora de FM, que sorprendentemente y sin desfallecer, suena durante toda la noche, cuando en España, se pierden a las pocas decenas de kilómetros de abandonar la ciudad. ¡Estos han sido capaces, de llenar la única carretera, que hay, de repetidores, aunque sea a base de alambres y de papel albal ¡

            Tras cruzar la luminosa Ségou, de alborotada estación de autobuses, a pesar de ser las dos de la mañana, consigo conciliar el sueño, cuando el de atrás, ya no me clava las rodillas en la espalda. Nosotros, casi en fase terminal de agotamiento psicológico y físico y sorprendentemente, ninguno de los niños del pasaje, emite a lo largo del recorrido, una sola queja o lágrima.
Sevare
Aunque a priori, pareciera imposible, la noche acaba pasando. La mañana se muestra tan calurosa, como de costumbre, mientras seguimos el camino a trompicones, Cuando el conductor –que fuma y fuma, después de engullir bolas y crepes de masa, además, de té- pita repetidamente y no hay animales o ciclistas por el medio, es que avisa a los lugareños, de que llega su carga. La sueltan y continuamos, viendo a 19 de sus 20 habitantes –incluidos los de más corta edad-, vendiendo mangos –desde la puerta de sus casas hechas de ladrillos de adobe-, no sabemos a quien.

Nos aseguraron, que llegaríamos a las cinco de la mañana. Son las once en punto, cuando ponemos nuestros pies en el suelo de la estación. Y encima, no nos han dejado en Mopti, sino en Savare, a más de 10 kilómetros. Y tenemos que adivinarlo, porque el conductor, no nos dice nada