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lunes, 9 de mayo de 2016

Recuerdos periodísticos y viajeros de juventud.

                                   Esta es de la portada, de Marcando Paquete y la siguiente del artículo aludido
          Buceando en viejas carpetas olvidadas, me envolvió de lleno la nostalgia, durante esta mañana de domingo, al encontrar el único recuerdo de mi época de instituto -a esa edad no se es consciente de lo importantes, que son, porque no se tiene aún memoria-, consistente en una de las revistas -llamada “Marcando Paquete”, del IB Antonio Tovar-, donde escribía activamente y ya se insinuaba mi gusto y facilidad para el mundo del periodismo.

          “Sexo, moral y libertad de enseñanza”, se titula el polémico artículo, que ocasionó gran debate, sobre todo entre los profesores. En él, defendí a mi profesora de filosofía -que no supo donde meterse la pobre-, ante las amenazas y malas artes de un padre, motivadas por haber hablado con naturalidad de sexo en clase. Lo curioso es, que releyéndolo 32 años después, estoy de acuerdo punto por punto con aquella visión juvenil de mis 17 años de existencia. Y es, que yo ya era de PODEMOS, treinta años antes de que nacieran.
La Compostela
          Pasaron siete años y una cerrera universitaria de por medio, para mi siguiente contacto con el mundo del periodismo, durante unas fiestas patronales, como guionista de éxito en Televisión Valladolid, antes de entrar en 1.993, en Onda Cero de esta misma ciudad.

          Y lo cuento para hilar con el segundo recuerdo, que me ocupó gran parte de esta mañana: la compostela, que me entregaron en mayo de 1.993, después de hacer en bicicleta el Camino de Santiago. Bueno, debería matizar: en bici no hice más de ochenta kilómetros (30, desde Foncebadon, hasta Ponferrada, por una escalofriante bajada, a 90 kilómetros por hora, en la que estuve a punto de empotrarme contra un tractor y, unos 50 por tierras gallegas).

                 Las siguientes son de Santiago de Compostela, pero no corresponden al viaje descrito
          Mi verdadero papel ere de enviado especial de la cadena -habíamos conseguido, que nos lo patrocinará Gas Natural-, para cubrir el evento, que desde Calzada del Coto (León) -donde los vecinos nos alejaron gratis-, llevó a 25 participantes y a dos equipos de organización, atención e intendencia, a la capital compostelana. Incluso, publiqué un artículo en “El Mundo -que aún conservo-, titulado “La otra Vuelta”, que comienza así: “Mouchos, coruxas, sapos e bruxas, demos, trasgos e diaños, espritos das nevoadas veigas...”

          Seguro, que mis idolatrados y denostados jóvenes, a los que estamos dejando un panorama de mierda, desconocen la importancia, que tuvo ese año para el Camino, que no pasaba por sus mejores momentos de visitantes o peregrinos. La Xunta de Galicia puso toda la carne en el asador, patrocino la Vuelta Ciclista a España, bajo el lema “Xacobeo 93” e insertó cuñas y spots en radio y televisión, que los que ya tenemos cierta edad, recordamos perfectamente: “¿Francés?. No, gallego. ¿Italiano?. No, gallego...”. El éxito fue contundente y nosotros coparticipamos de él, para ganar el jubileo (el mío, como ya se ha dicho, un poco tramposo).



          La organización resultó perfecta. Con las etapas ya diseñadas desde casa -y recorridas meses antes en coche- y los albergues reservados, cada mañana temprano partía por delante la furgoneta de intendencia, que se encargaba de la comida y el alojamiento, además de advertir de las incidencias puntuales del recorrido.  Y, ¿cómo se hacía, si no había móviles?. ¡Pues ni idea!, pero yo mandaba las crónicas por teléfono público, pegando la grabadora al micrófono, desde cualquier bar

          Como anécdota, un día cocinando unas lentejas, se les volcó una enorme cazuela de ellas sobre un suelo no demasiado limpio. Las devolvieron al recipiente, como pudieron y no nos enteramos del suceso hasta años después. ¡Nadie murió, que tengamos constancia!.

          Por detrás de ellos, se esforzaban los esmerados participantes y cerrando el pelotón, la furgo escoba, donde viajaba un intrépido mecánico -llamado Chabosky-, un médico, los lesionados y yo. Desde luego, fuimos los que mejor lo pasamos, dado que no era infrecuente, que paráramos brevemente en los pueblos para tomar unos vinos o meternos unas raciones de cecina, botillo o pulpo (este último, lo pedíamos en bocadillo, para operar más rápidamente y comerlo ya en el vehículo).

          El ambiente fue extraordinario por las noches -al calor de la cena, los vinos locales o de las frecuentes queimadas- y más parecido al de Gran Hermano VIP, durante el día, con altercados y piques de cualquier tipo. Y todo envuelto en un Camino, que me temo, hoy en día debe haber cambiado para mucho peor.

          Por lo que he leído, desde 2.008, los albergues municipales ya no son gratuitos y cobran unos seis euros por noche y persona, lo que hace perder esa esencia de senda para los humildes. Los baratísimos bares y restaurantes de la Galicia interior, en aquella época, son hoy en día máquinas de hacer dinero y de hospitalidad no siempre adecuada, El hormigón ha invadido varios tramos naturales, en lo que supone el imparable ritmo del progreso (la carretera a O Cebreiro, estaba entonces en plena construcción).

          Para comprobar, si esto es o no así y dado que mi pareja sólo conoce tramos parciales del Camino, tenemos previsto realizarlo andando, desde León, durante el próximo otoño. Esto no varía nuestros planes de partir para Canadá en un par de semanas.

          Información de la ruta existe mucha en internet y también hay buenas guías, como la de Anaya Touring, de 2.015, que hemos encontrado en la biblioteca. Documentación muy detallada y además, se mojan y opinan de casi todo, lo que es de agradecer.


          En cuanto, a las diferentes etapas, que nosotros hicimos en aquel ya lejano año, se me pierden en el abismo del tiempo. Sí recuerdo, que hasta Astorga, el camino es tranquilo. Desde allí, comienza la ascensión a Foncebadon, a través de Rabanal del Camino, que desemboca en una abrupta y curvilínea bajada, hasta Ponferrada. Después, toca una fuerte ascensión, a O Cebreiro y a lo largo de Galicia, el recorrido se convierte en tramos rompepiernas, como dicen en el mundo del ciclismo.