Este es el blog de algunos de nuestros últimos viajes (principalmente, de los largos). Es la versión de bolsillo de los extensos relatos, que se encuentran en la web, que se enlaza a la derecha. Cualquier consulta o denuncia de contenidos inadecuados, ofensivos o ilegales, que encontréis en los comentarios publicados en los posts, se ruega sean enviadas, a losviajesdeeva@gmail.com.
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miércoles, 23 de marzo de 2016

¡Vaya putada: perder la vida en la carretera!

          Interrumpo la serie de posts sobre lo que hemos hecho por la cerveza, para atender a la actualidad del mundo y a mis sentimientos. Pero volveremos, en breve, con los dos artículos, que restan.
                                                                                                                Ecuador
          Como persona y como periodista, siento indignación y tristeza, ante la actuación de casi todos los medios de comunicación españoles, que han decidido dividir a los muertos de forma violenta en tres categorías: premium, normales y low cost.

          Los primeros -víctimas de atentados terroristas del primer mundo-, ocupan centenares de horas de información, reciben todo tipo de condolencias y se habla sobre su dolorosa e injusta pérdida, cuán martillo pilón. Sobre los segundos se dice: “ay, pobrecitos, que mala suerte han tenido”, para pasar a pensar en otra cosa (caso de las chicas muertas en el accidente de autobús, de Cataluña). Los terceros -refugiados sirios; victimas de atentados, de Daesh, en Irák, Turquía o Siria o de Boko Haram, en Nigeria o Camerún- no importan. Ellos, apenas ocupan 20 segundos en el telediario o diez minutos en el Intermedio, de Wyoming.
Laos
          Para mi, todas las muertes violentas son lo mismo. Esa -muchas veces- falsa solidaridad patria de postureo con los damnificados de los atentados, de Bruselas, se transforma, en mi caso, en sincero sentimiento hacia las chicas, que murieron el domingo, en el accidente de autobús. Y es, que a mi, si me hubieran quitado la vida con ventipico años, me habrían hecho una gran putada.

          Como peculiar, irreverente -tal vez- y personal homenaje hacia ellas, os voy a contar las ocho veces en nuestros viajes, que estuvimos a punto de perder la vida en la carretera.
                                                                                                               Filipinas
          1º.- Ecuador, en abril, de 2.008. Viajamos, desde Piura, en Perú, a Loja. El autobús llega con retraso y ha hecho el camino inverso, anteriormente. Les toca conducir, a los mismos conductores, que ya vienen. Partimos. Nos despertamos en mitad de la noche, parados. Nos cuentan, que ha habido un derrumbe y no se puede seguir, hasta que despejen la carretera mañana. Somos tan inconscientes, que nos enfrentamos a los chóferes, exigiendo continuar, fuera como fuera. Cuando amaneció y al ver por donde circulábamos y el cansancio de quienes nos guiaban, nos dimos cuenta, de que habíamos comprado muchas papeletas para nuestro voluntario suicidio.
Mozambique
          2º.- Laos, en julio -nuestro mes favorito para perder la vida en carretera, como veréis-, en 2.008. Trayecto, entre Luang Nan Tha y Luang Prabang. Lleva tres días lloviendo y la carretera es inhumana. Veinte segundos antes de llegar a un determinado punto, se produce un incontrolado y abrupto derrumbe, que tapona toda la calzada (por así llamarla).

          3º.- Filipinas, en septiembre, de 2.008. Viajamos de noche, desde Baguio, a Banaue, en un vehículo de antigüedad y comodidad aceptables, que esta a punto de caer por un precipicio, dejando dos medias ruedas fuera del asfalto. Yo dormía.
                                                                                                              Etiopía
          4º.- Mozambique, en enero, de 2.011. Hemos pasado de forma arriesgada la noche al raso, en Inhanbane, para tomar un autobús, a Maputo, a las cuatro de la mañana. En un cruce, nuestro conductor se encara con otro, por conservar la preferencia y hacen varios amagos de aceleración, para pasar, sí o sí, aún chocando con el otro, en plan Teoría de Juegos. Nervios insoportables, para que nuestro agresivo chófer se saliera con la suya.

          5º.- Etiopía, en julio, de 2.011. El concurrido y viejo bus, que va desde Harar, a Addis Abeba, transita por una carretera montañosa, apenas asfaltada, estrecha y con enormes precipicios al borde izquierdo. Llueve. En una curva, vemos caer, nítidamente y desde la ladera de la montaña, amenazantes rocas de tamaño considerable, que golpean el techo del vehículo, que se tambalea de lado a lado, ante el griterío del pasaje. Cuando parece, que vamos a caer -no nos habrían encontrado nunca-, la pericia del conductor consigue controlar el vehículo y salvarnos la vida.
India 
        6º.- Una forma “divertida” de morir, es hacer el montañoso y breve trayecto, entre Dharansala y Mcleod Gang -junio, de 2.014-, que llevan a cabo a diario cientos de autobuses. La carretera es estrecha y no caben dos de frente, por lo que son constantes las maniobras -muchas hacia atrás y al borde de precipicios, aunque nunca hostiles- para organizar el tráfico. A los indios les parece normal, pero a los extranjeros nos acojona bastante.
Bangladesh
          7º.- Bangladesh, en julio, de 2.011. Tomamos un rickshaw para ir desde el centro, de Chittagong, a la estación de autobuses. A los mandos del cacharro, el conductor más suicida y psicópata, que nos haya transportado jamás. Ha desayunado fuerte y nos lleva a una velocidad de vértigo, por calles llenas de profundos y deformes baches, con curvas y cuesta abajo. Vamos dando botes y apenas mantenemos la estabilidad, aferrados a una estrecha y corta barra metálica oxidada. Para colmo, las mochilas en el regazo y el infernal tráfico, de frente y al lado, Milagrosamente, nada nos ocurrió, salvo caer mareados, al bajar.
                                                                                     Corea del Sur
          8º.- De esto, hace tan sólo cuatro meses. Estábamos en Gyeongiu -Corea del Sur-, recién llegados y algo despistados, dado que es un lugar disperso. Para acceder a un monte, no había otra forma -o no la descubrimos-, que atravesar a las bravas, una autopista de cuatro carriles, sin mediana. Por apenas centésimas de segundo, no fuimos atropellados, violentamente, por un vehículo a más de cien por hora.


          Siento enormemente, CHICAS -aunque, no pueda ni imaginar el dolor de vuestras familias-, que la suerte no os sonriera, como a nosotros, habiendo sido vosotras mucho menos imprudentes y aventureras. ¡Os habéis perdido algo grande, que este mundo!.  ¡¡¡Vaya mierda!!!.

miércoles, 8 de agosto de 2012

De las almorranas, al derrumbe

                                                                                                                                                   Huay Xai (Laos)
Llevamos una semana en Laos y nos están empezando a salir champiñones por las piernas y los brazos. ¡Vaya forma de llover!. Y es que, nos estamos zampando la época de lluvias enterita. ¡Es horrible, esa sensación de tener todo el santo día, los pies mojados y bañados en agua caliente!. Porque en esta zona tropical del mundo, el agua de lluvia es algo más que tibia. Aquí los zapatos y las deportivas, en esta época del año, van directos al armario. Todo el mundo en zapatillas y cuanto más abiertas, mejor
                                        
Aunque donde realmente –y no en sentido figurado- me han salido tres champiñones, uno más grande y dos más pequeños, es entre las dos paredes del culo, dado que llevo ocho días con unas terribles almorranas, que hasta antes de ayer, me impedían casi sentarme. Y no es este, un país lleno de estrechas y montañosas carreteras, abarrotadas de profundos baches, el mejor lugar para padecer hemorroides. Los recorridos en incómodo bus, de siete u ocho hors de duración, se han hecho interminables y tortuosos, en estas condiciones tan lamentables.
 Luang Prabang (Laos)
            Pero como hasta en el extremo sufrimiento ocurren cosas divertidas, nos hartamos de reír, comprando un anti hemorroidal, en un pueblecito de Tailandia, pegado a la frontera de Laos. La farmacéutica solo hablaba Thai y al hacerle el gesto del culo, nos quería vender supositorios. Ja, ja. ¡Lo que me faltaba!. Al final, nos abrió el mostrador y nos dijo, que buscáramos nosotros mismos, entre todos los medicamentos de la tienda. Y lo bueno es, que no tardamos ni cinco minutos en encontrarlo. Menos mal, porque sino, me habrían llegado hasta los pies.

            Y para colmo el otro día, cuando íbamos de la bellísima Luang Prabang a Vang Vieng, asistimos a un espectacular derrumbe, que tuvo más de cinco horas la carretera cortada y que ocasionó a ambos lados, una interminable retención de varios kilómetros. Daba tanta risa como ternura, ver como trataban de arreglar el desaguisado, con métodos casi del pleistoceno: Metiendo un camión hasta que se empantanaba y luego tirando hacia atrás con otro, al que le unía una cuerda. Teníamos que haber llegado al destino a media tarde y lo hemos hecho ya, en los albores del nuevo día.                                           Camino de Vang Vieng (Laos)

            Debido a esto, encontramos hotel de milagro. Pero los que más suerte tuvieron fueron los mosquitos, que me han puesto la espalda, como un desierto plagado de dunas. Esperamos que los bicharracos en cuestión, no sean de los changos, de los de la malaria, porque solo de pensar en sus síntomas, me pongo a temblar.

            Y eso que habíamos sido de los más precavidos. Como el lugar del derrumbe estaba en mitad de la jungla, justo al atardecer, nos llenamos de repelente brazos y piernas, nos pusimos pantalones largos y una sudadera blanca, que con el calor tropical reinante, nos asfixiaba cada vez más. Lo mismo hizo una pareja de alemanes. Pero el resto de turistas y lugareños, con toda la alegría del mundo, luciendo piernas, brazos y hasta pectorales. ¡Ni una sola precaución y luego a chutarse de Malarone!
 Camino de Luang Prabang (Laos)
            Quien acabó haciendo negocio del derrumbe, fue una simpática y joven laosiana, que se puso al borde de la carretera, primero a vender piñas y luego la fueron surtiendo de galletitas, papas fritas y otros snacks, que nos salvaron la vida, a los que no llevábamos comida, pensando que el conductor iba a parar en algún lado. Pero no lo hizo, porque los chóferes de autobús solo paran aquí, cuando tienen hambre ellos y este debió salir comido de casa. La chica resultó ser muy honrada, porque al no existir más oferta, podría haber vendido por cinco veces más, toda la mercancía. Pero sin embargo, la cobró al mismo precio, que en cualquier mercado del país.

            Laos es el país más rural que hemos visitado jamás. Aquí llaman ciudades, a núcleos urbanos de 15.000 habitantes, que consisten en dos calles alargadas de casas bajas, con otras perpendiculares que las cruzan. Casi hasta Vientiane, la capital de la nación, parece un pueblo. Pero los paisajes son increíbles, sobre todo los que discurren, a ambos lados del río Mekong, uno de los más fascinantes del mundo, a pesar de su denso y pastoso color marrón            
                                                  Vientiaane (Laos)
Estamos contentos, porque la calidad de nuestros alojamientos y de la comida, ha mejorado bastante, con relación a Tailandia y el precio no se ha incrementado. Nos hemos comido unos arroces fritos con carnes diversas y curry, que están realmente deliciosos.