Y llegó el lunes posterior al Domingo de Resurrección y también era sabath, por el tema de la celebración de la Pascua Judía. Preveíamos una nueva pesadilla generalizada. Los efectos, afortunadamente, fueron bastante limitados, dado que al dirigirnos a la Palestina Cisjordana, nos íbamos a regir por la tradición árabe y no la judía.Y en este caso, el día era completamente laborable.
Nos fuimos hasta la Puerta de Damasco y no tardamos mucho tiempo en completar un microbús, que nos llevara hasta las alambradas, muros llenos de pintadas -del doble de altura, que el de Berlín, en su tiempo-, cheks points y cientos de militares con cara de muy mala hostia y subiditos de tono y quien sabe, si de algo más psicotrópico.
No asustarse: para salir de Israel e ingresar en Cisjordania no hay ningún problema para nadie. Los inconvenientes surgen cuando es al revés.
Pues nada. Nosotros, como el burrito sabanero, caminito de Belén y tras pasar toda la parafernalia intimidatoria y humillante, tomamos un taxi para hacer los escasos últimos kilómetros. Menuda diferencia. Sin que nos perdonara la vida y con una sonrisa por parte del conductor, conseguimos bajar el precio a la mitad y por el breve camino, nos fue haciendo de improvisado guía con consejos muy útiles.
Nos dejó en el centro, donde los colegiales nos recibieron con regocijo y curiosidad. Los adultos nos trataban con complacencia, hospitalidad extrema y al minimo roce o contingencia nos decían "lo siento", expresión, que nunca hemos escuchado en nuestros dos viajes a Israel (el segundo, en 2014 y casi obligados, porque habíamos prometido no volver nunca jamás). Nos comimos un shawarma, que por menor precio, era el doble de tamaño y de lleno, que los que habíamos yantado los días anteriores en Judilandia.
Belén es un lugar muy agradable, con un pequeño y coqueto casco histórico, salpicado de unas pocas Iglesias y animados mercados. Tres son los lugares más emblemáticos del cristianismo: la plaza del Pesebre, la iglesia de la Natividad y la emblemática Gruta de la Leche. El blanco brillante de sus rocas se achaca, a que sobre ellas cayó una gota de leche de uno de los senos de la Virgen María. Era difícil manejarse, entre un sinfín de peregrinos polacos.
Volvimos caminando hasta las alambradas, dándonos un pequeño baño de masas y contemplando todo tipo de pintadas reivindicativas y que presentaban , como resumen la frase: "I'm not a terrorist", junto a la cara de una mujer envuelta en el pañuelo palestino.
Cruzar los controles de ingreso al distopico estado de Israel no fue un problema para nosotros, dado que ni nos miraron siquiera a la cara, ni nos abrieron el bulto. Pero, si contemplamos, que lo era, para la constante riada de palestin@s -da igual sexo y edad- que viven esta constante humillación en su día a día. Por no repetir detalles similares -o peores- ahondaremos más en este tema en el próximo post, sobre Nablus.
De vuelta en Jerusalén, matamos la tarde paseando por el amplio Monte Sion.