Planificamos, a conciencia y escondemos la mayor parte de los líquidos entre unos matorrales en un parque cercano, para recuperarlos a la salida. Entraremos por la zona de los carruseles - y no por la del escenario - con tan solo dos envases de plástico, a los que poder quitar el tapón. Después de tantos minuciosos preparativos, los maderos de la entrada no nos abren la mochila y nos invitan a pasar sin registro. ¡Con esta gente, nunca se sabe!
Estamos muy cansados. Son muchos días casi seguidos de fiesta y vamos a reventar. A las 9, comienza el recital de Santero y los muchachos, un grupo de rock tranquilo, no exento de buenos temas. A las 10:30 es el turno de un DJ, bastante lamentable. Cuando culmina, un discreto espectáculo de fuegos artificiales.
Llegada la medianoche, aparece el plato principal: Marlon, banda a la que ya habíamos visto en las fiestas de San Pedro Regalado de Valladolid, en mayo del año pasado, junto a los fantásticos sidecars. La música de Marlon nos encanta y disfrutamos a lo grande de hora y media de extraordinario concierto.
Después, actúa otro DJ, pero nosotros ya solo estamos para retirarnos, después de recoger intactos del escondite, todos los líquidos guardados.
Por el mismo camino de esta tarde, nos dirigimos a la T3 del aeropuerto, en su zona de abajo (llegadas). Sigue cerrada y vigilada atentamente, por un segurata con cara de mala leche.
Tomamos el bus para la T1. Son las cuatro de la mañana y en salidas solo dejan entrar con la tarjeta de embarque entre los dientes. Como otras gentes -no hace muy malo y se aguanta bien con un jersey-, nos sentamos en los bancos de afuera, pero a los cinco minutos nos echan más lejos, porque van a regarlos. ¡Como disfrutan molestando estos cabrones!
A las cinco en punto se abren las puertas, desaparece la vigilancia y podemos entrar a dormir en las mismas sillas de la noche anterior, sin problema alguno.
Con el esqueleto y la musculatura destrozados por los potros de tortura, nos despertamos sobre las diez y media y en la misma T1, tomamos el autobús urbano 200 con destino a Avenida de América. Hace, incluso, más calor, que ayer. Parece, que el verano no terminará nunca.
Hacemos caminando, los más de cuatro kilómetros, que nos separan del recinto ferial de Ciudad Lineal, donde a la una y en una caseta concreta, se va a celebrar una paella popular y la actuación de un DJ. Lo segundo se produce en hora, pero lo primero no deja de retrasarse.
Son las dos menos cuarto y todavía no han echado el arroz. No estamos dispuestos a lo mismo, que ayer, así, que abandonamos la zona y recalamos en la plaza de Quintana, donde se ubica un Lidl. Allí sentados, comemos bocadillos de jugosa tortilla de cebolla caramelizada en oferta, mientras numerosos padres e hijos intercambian cromos de la Liga. Se ve más apasionados a los progenitores -todos hombres-, que a sus vástagos.
Enfilamos por la calle de Alcalá hasta Cibeles con el tráfico ya cortado y damos un paseo por el centro.
La etapa final de la Vuelta ciclista ya ha empezado y tenemos noticias, de que ha sido desviada por intentos de sabotaje. Nosotros, tras pasar por los Samplias de Gran Vía y Callao y hacernos con una degustación de jamón york Noel y un rico bote de Nescafé helado con sabor a Bayles, nos dirigimos al paseo del Prado, para participar en la manifestación a favor de Palestina y en contra del genocidio, que allí se está produciendo por la cruel Israel..
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