Con los precios del transporte aéreo controlados desde hace años -salvo volar a Hispanoamericana o a determinados lugares de África - y los del transporte terrestre a la baja - hoy en día, resulta mucho más barato, que hace diez años, tomar un tren de alta velocidad o un autobús internacional -, los problemas actuales más acuciantes, que se encuentra el viajero son dos: los precios de las visitas de los lugares turísticos - fruto de la sinvergonzonería de los poderes públicos en sus distintas versiones, que carece de remedio alguno - y el de los alojamientos.
En este post nos vamos a referir a este último capítulo. Resulta un asunto tan complejo, que daría para largo rato de exposición y debate, aunque vamos a tratar de resumir.
No se trata tanto de los precios, de la calidad o de la falta de oferta - que también -, sino , fundamentalmente, de la tendencia monopolística y de las condiciones generales, cada vez más leoninas y restrictivas.
En este blog y no hace mucho, se ha tocado de lleno el asunto de los pisos turísticos y de los problemas y ventajas, que generan a propietarios, viajeros, vecinos y demás. Como ya dijimos, el tema aparece, como bastante complejo, porque cada colectivo tiene sus razones y casi todas son comprensibles. Pero hoy, no vamos por ahí, sino por algo más sencillo: los efectos prácticos y los quebraderos de cabeza, que se sufren en la actualidad, a la hora de gestionar un alojamiento.
Entremos en harina, tratando de despiezar la cuestión con todo rigor. Nos vamos a referir, eso si, al alojamiento de corta estancia, porque sobre el de larga, apenas tenemos experiencia.
Hagamos un poco de historia. En los años ochenta/noventa era muy sencillo buscar alojamiento para un trotamundos. Había un amplio mercado de pensiones y establecimientos básicos -incluso algún putiferio -, normalmente bastante céntricos, que cubrían las necesidades más perentorias del viajero, sin lujos o pretensiones, más allá de un colchón y de una manta. Con suerte, ventilador en verano y precaria calefacción en la época de frío.
Estaban, generalmente, gestionados por señoras mayores, más preocupadas por la moral -si ibas en pareja, llevar un anillo abría puertas -, que por ofrecer comodidades o servicios. No eran lugares especialmente baratos para la época, por muy nostálgicos, que nos podamos poner. Así, que llegamos a la primera conclusión: para nosotros, el principal problema del alojamiento hoy en día no es el precio. Todavía es posible conseguir, si se busca bien y en determinados días, habitaciones o apartamentos en el entorno de los 25 €, muy bien acondicionados, cantidad, que ya pagábamos a finales de los ochenta por auténticos cuchitriles infectos.
Con la llegada del nuevo siglo vinieron las plataformas, que nos facilitaron las cosas y que hicieron, que los propietarios se pusieran las pilas y se mejorara bastante la calidad. Venere, Hotelius, Booking...
El problema surgió, cuando, está última se zampó a toda la competencia y acabó operando como un monopolio, igual que ocurre hoy en día.
No me hagáis hablar de Airbnb, porque me pongo muy tenso. Un altísimo grado, se debe tener de estupidez para contratar con ellos.
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