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domingo, 30 de noviembre de 2025

Dakhla destruction

           Estoy tocado -pero no hundido-, después del lío de los botecitos de alcohol y de ese segurata hijo de puta, que con su arrogancia e ineptitud, ni siquiera era capaz de encontrar la fecha en la tarjeta de embarque. Debimos pedirle, que se identificará y darle un buen escarmiento. Yo soy así. Me gusta dar clases a la gente y que se lleven su merecido, faltaría más. Afortunadamente, mi pareja es más reposada y menos vendetista.

          A pesar del intenso e indisimulado cabreo, logro dormirme íntegramente, durante las tres horas y media de vuelo. Vamos separados por dos filas, pero el agotamiento es tal, que ni siquiera tratamos de juntarnos.

          Llegamos y son las nueve y media de la mañana, cuando afrontamos la escalerilla del avión  y nos golpea un sopapo de ventolera y de calor húmedo. Por aquello de no cargar con los abrigos, durante cinco días seguidos, venimos vestidos con mil capas de ropajes diversos. Nos ha salido bien, a pesar del intensísimo frío de Madrid, de ayer tarde.

          La cola de entrada es larga y algo farragosa. Para todo, los marroquíes siempre se toman su tiempo "porque prisa mata", argumentan. Nos ponen el sello en la hoja, que queremos y dejamos atrás el céntrico aeropuerto. El mismo, donde ya habíamos aterrizado hace diez meses, cuando mi pareja, aún esperaba el resultado de su exitosa oposición.

      Han arreglado la antes lamentable acera al centro, pero en realidad es un espejismo, porque todo el pavimento en general, está mucho peor, que en enero. Dakhla nos recuerda a ese absurdo anuncio de Temu, en el que mazo en mano, destruyen todas las tablets, porque nadie las quiere. Aquí han hecho lo mismo con las aceras. Es, que hasta las que estaban bien, ahora están derruidas.

          No hay, quien lo entienda. Hasta han destrozado el amistoso y agradable paseo marítimo, donde se encontraba la tetera gigante. Menudo vicio tienen. Es más fácil, que yo vuelva a tener veinte años, a qué esta ciudad se convierta en un centro turístico de referencia y de gente de dinero, como aseguran pretender las ansias del poder alauita.

          A ver, si soy capaz de explicarme y resumir. La acera, que estaba bien -pocas-, ahora está mal. La que estaba mal, ahora está peor. Pero al parecer y sine die y casi sin maquinaria presente, todas a la vez, las están reconstruyendo. El panorama habitual es el siguiente: bordes de piedra sobrepuestos haciendo labores de bordillo exterior y el espacio de la acera cubierto de escombros diversos. Y nosotros y todo el mundo, a caminar por la calzada, entre los poco respetuosos y ancianos coches, dignos de cualquier museo de lo cutre.

          Al menos, comemos bien. Cada plato de pescado tiene nueve buenos trozos -muchas espinas, eso sí- y nos dan para comer, cenar y desayunar, al día siguiente.

          Matamos la tarde en la plaza principal, con su iglesia cristiana y sus jardines bien cuidados. Compartimos nuestro espacio tumbados en un banco a la sombra, con los jardineros, que llevan a cabo un trabajo minucioso, rama a rama, hoja a hoja y hierba a hierba y con un mendigo, que cae muy bien, porque todo el mundo -incluidos los numerosos militares de por aquí-, lo agasaja con viandas diversas.

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