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domingo, 30 de noviembre de 2025

¿Barajas o Guantanamo?

           Hemos hablado de un viaje anodino, pero lleno de experiencias y en este sentido, la peor de todas y con diferencia, ha sido la del aeropuerto de Barajas. Fue tranquilo hogar de mendigos y luego, diana de los insaciables grupos de la fachosfera. Hoy -sin que el Tribunal Supremo lo sepa-, es un nido de seguratas hijos de puta, que campan a sus anchas y de ansiosos y sinvergüenzas controladores de equipajes y bienes personales. ¿Hasta cuándo?. Tiene pinta, que va para largo y no queda otra, que joderse.

          En teoría, el control de acceso a Barajas es de nueve de la noche, a cinco de la madrugada, pero hacen, lo que les da la gana, como a semejantes bestias, les gusta.

          Llegamos sobre las ocho y media de la tarde y en la única puerta abierta, nos recibe un segurata despistado, que apenas mira nuestras tarjetas de embarque. Para adentro, porque hace un frío tremendo.

          Sobre las once y sentados en unas de las pocas sillas, que se ofertan en la T1 -no más de cincuenta-, para todos los sufridos viajeros, llega otra chica con uniforme, tan tímida, como educada, a pedirnos la documentación. Todo correcto, por ahora, pero nos vamos cansado un poco, porque solo somos pasajeros con una ilusión de viaje. Sobre la media noche nos abordan tres matones, uno confeso y dos silenciosos. Esto se ha convertido en normal en las vidas de la gente y es muy grave. La conversación transcurre de la siguiente manera, como en la canción de León Benavente:

          -Buenas. ¿Van a viajar ustedes?

          -Si, pero es que es la tercera vez, que nos piden la tarjeta de embarque y no nos parece normal.

          -Mire, se las pediremos todas las veces, que nos entre en gana y ya está (amenaza, con odio latente en su cara)

          -Usted debe respetar nuestros derechos, como ciudadanos y como pasajeros y además, no tratarnos mal.

          El ejemplar de ser humano, se vuelve aún más rabioso y continúa cos sus macarras e injustificables intimidaciones.

          Nos callamos y aún hoy me da rabia. Deberíamos haber llamado a la policía, pero como estábamos bebiendo algo de alcohol, evitamos el pulso.

          Seguimos merodeando por la terminal, a la espera de que abran las puertas de embarque. Otro segurata de mal carácter, avisa por walkie a su jefe: "acaba de entrar un indigente, con un gorro, una manta y una lata de cerveza, ¿qué hago?". Evidentemente, la solución es complicada, porque estamos hablando de enfrentarse a tres poderosas armas de destrucción masiva e irremediable.

          Entramos dentro y llega la sonora e insoportable traca final. Siempre lo he dicho: no accedas a los controles de acceso de un aeropuerto, cuando no hay casi nadie, porque te tocan todos los huevos posibles. Si, es sí y más sí.

          Ahora el problema es, que llevamos demasiado alcohol en los bultos de mano. La máster class consiste en explicarnos, que es solo un litro por persona, en bolsas de 20 por 20 centímetros. Y nos quieren  -y consiguen- tirar cinco botes. Además y en una pantalla, nos enseñan la legislación vigente desde hace veinte años.

         La cosa es, que en esas dos décadas, hemos llevado a cabo unos doscientos vuelos por el mundo y nunca nos había ocurrido algo parecido.

         Al fin y con el cuerpo roto, tenemos más suerte en la sentencia, que el fiscal general y nos permiten viajar al Sáhara Occidental.

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