Guilin, Guilin, Guilin, fue el origen y el final de nuestras pesadillas, que en un principio, ni siquiera apaciguaron las dos bellísimas pagodas del lago
Llegamos de noche, algo desorientados y lloviendo a cántaros. El primer objetivo era concretar, como iríamos a Xi'am . Habíamos tratado de reservar un vuelo con las webs chinas durante los días anteriores, pero sin resultado alguno. Por si acaso, habíamos guardado dos jornadas para los trámites. Una entera para llevar a cabo el largo recorrido en tren y otra , por lo que pudiera pasar a mayores.
El segundo logro parecía más sencillo y consistía en contratar una excursión para el día siguiente, cruzando el magnífico río Li, hasta Yangshuo.
No recuerdo cómo, aunque todavía no habíamos encontrado alojamiento, acabamos en una calle, junto a un larguísimo canal, repleta de agencias de viajes, en las que no había nadie. Elegimos una al azar y esa fue nuestra fortuna y más, en aquel entonces, cuando todavía faltaban dos años para el aterrizaje de los teléfonos inteligentes -para usuarios estúpidos-, que habrían facilitado las cosas.
La amable chica , no sabía decir ni yes, pero se empeñó, en que yes o yes, nos tramitaba unos boletos para Xi'am por unos 35€ cada uno. Me cuesta acordarme de una persona más amable en mi vida, incluida mi familia. La mañana no resultó fácil, porque además, mi apellido de doce letras seguía siendo "too long". Tiró de sonrisas, de imaginación, de los precarios traductores del Google de entonces y en "solo" cuatro horas, ya teníamos nuestro premio.
Evidentemente, lo de la excursión por el serpenteante Li, resultó bastante más sencillo.
Xi'am nos gustó bastante, aunque no la experiencia soldados de terracota. Los pobres -puede haber cambiado - apilados y cuadrados ahí, en una especie de nave industrial.
Un tren -y no fue el Pekín Express -, nos llevó hasta la capital de China, que nos recibió con una tromba de agua diez veces superior, que la de Guilin. Tanto, que nos perdimos por la propia y gigantesca plaza de Tianamen. Como a mí pareja le encanta perder algo casi todos los días, en ese caso concreto, extravío las gafas, aunque pudimos recuperarlas.
No sabemos, que quedará en este momento de los hutongs de Pekín, pero a nosotros nos encantaron por su cotidianidad y parsimonia. Pero como son viviendas de pobres, pues sí han desaparecido y sus moradores han prosperado, mejor.
La muralla también nos encantó, incluso en su zona más turística, que creo, se llama Badaling o algo así.
La experiencia de la estación de trenes de Pekín, la pongo en el top one de estrés de mi vida. Allí, tomamos un lúgubre convoy de regreso, a Shanghái. Los asientos eran tan incómodos , que nos salió más a cuenta dormir tirados en el suelo en la plataforma entre vagones, meneito tras meneito.
Para ser exactos, estuvimos una segunda vez en China. Fue en diciembre de 2018. Teníamos el reto de llegar desde Taiwán a una comida navideña, sobre todo -era el final de nuestro octavo viaje largo - por ver a nuestra única sobrina, entonces de nueve años. Resultó complicado y caro. También, con riesgo, porque los trámites de escala y salida de la zona de tránsito en Shanghái eran lentos y farragosos. Todo salió bien y llegamos a tiempo.
Sobre la sobrina, no hemos vuelto a saber nada de ella desde hace más de un lustro. Ella se pierde nuestro amor, pero también nuestra herencia, consistente en una enorme casa y un puñado de cientos de miles de euros. Alguna ONG -aún sin determinar -, va a agradecer todo esto.
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