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lunes, 18 de agosto de 2025

Atrapados por la noche de Gijon

           Nos sentamos en un fresco banco de piedra del paseo marítimo. Desde el contiguo de la izquierda nos atabacan con humo tóxico y en el de la derecha , una pareja se come a besos  y toqueteos, como si no hubiera un mañana.

          Los borrachos empiezan a ser sustituidos por runners y en mayor medida por viejos ociosos, poniendo en práctica sus rutinas diarias. Pero sobre todo, por gentes hambrientas, camino de su casa, que devoran bocadillos y refrescos diversos, adquiridos a un precio de seis euros el pack, en un exitoso garito de 24 horas, que se encuentra detrás de nosotros.

          Sobre las siete y media amanece, como siempre nublado, aunque nada espectacular, como sí fuera en este mismo lugar, hace tan solo dos semanas.

          La noche y nuestro dilatado transitar ha estado plagada de anécdotas, la mayoría, con serios tintes de tensión. Ángela camina enfadadísima y se enfrenta a todo su grupo de amigos, por algo que le han dicho y no le ha gustado nada.

          Camino de la playa de Poniente, una pareja se mete descaradamente mano y todo lo demás. Ella lo facilita bastante con su minifalda y sin ropa interior. Llega otra chica y les grita: "Ya estáis parando, que se te ve todo - no exagera ni un gramo- y además, viene...(no entendimos el nombre)". De vuelta, a los cinco minutos, esas tres personas, más otra nueva, se encuentran agriamente discutiendo, amenazándose  y a punto de llegar a las mismas manos, en actitud de violencia, que antes rebosaban sexo.

          En la Plaza Mayor nos topamos con el surrealismo: un chico ebrio se tira -o se cae o ambos- al suelo. Un amigo le espeta con fuerza: "Levántate, que esto está lleno de autónomos y te van a ver". A lo que él responde: "¿Que pasa, me van a invitar al casting?".

          Avanzamos por el paseo marítimo hasta el camping Costa Surf, situado a unos cinco kilómetros del centro. Hemos hecho este camino mil veces, pero nos sigue encantando. Son las diez de la mañana y todavía no podemos acceder al recinto.

          En una pradera -seca hoy en día, como casi todo el norte de España - nos tumbamos, tratando de dormir algo. Mientras, unas chicas juegan  a las palas y otras gentes reposan en armonía. La temperatura es buena y conseguimos conciliar el sueño, durante algo más de una hora, antes de que nos devoren las muy agresivas moscas.

          El camping de Gijón se encuentra en un marco incomparable. Es más pequeño y ordenado que el de Candás y no cuenta con bungalows. Todo nos parece correcto -baños nuevos e impolutos-, salvo el precio,que resulta algo caro comparado con otros campamentos costeros de Asturias y Cantabria. No intentamos siquiera reposar un rato, porque en el interior de nuestra hermética tienda, el calor nos machacaría, dado que en este recinto no existe ni una sola sombra .

          Veremos, como organizamos el día, porque es viernes festivo y salvo alcohol -la mayor parte rescatado de las provisiones ajenas de anoche -, no tenemos nada más, que llevarnos a la boca.

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