Hace mes y medio, que se nos acabaron los bonos gratuitos de Cercanías y desde entonces, aunque hemos ido varias veces a Madrid, no hemos utilizado este agitado servicio de transporte.
Sin lugar a dudas y teniendo en cuenta, que dichos pases nos permitieron durante tres años, recorrer de cabo a rabo la Comunidad de Madrid, uno de nuestros trayectos estrella fue el del aeropuerto, donde fuimos, casi constantemente, tanto para tomar aviones a destinos infinitos, como para dormir a pierna suelta y evitar la devastadora especulación de la implacable y demoledora hostelería capitalina.
Fue el pasado 17 de mayo, cuando pernoctamos por última vez en las instalaciones de Barajas, en plena crisis provocada por la derechona y la ultra de lo mismo, sobre los mendigos del aeropuerto, que supuestamente, tanto daño nos hacían a todos.
Ya escribí varias veces sobre este tema y de momento no voy a hacerlo más, pero insistir, en qué los mendis no suponían ningún problema -la mayoría son trabajadores pobres-, más allá de unos cuantos enfermos mentales, abandonados a su suerte por todas las administraciones.
Desde hace meses, tenía ganas de escribir este post, pero nunca encontraba el momento.
No os voy a hablar, de una mendigo al uso, sino de una pícara de manual, con un guion muy bien aprendido e interpretado, que pululaba con bastante éxito -tal vez, aún siga-, en la corta -tres estaciones- línea entre Chamartín y Barajas, sin que las distintas autoridades pusieran coto a su molesta, delictiva y compasiva actividad.
La historia, aunque inconsistente por múltiples detalles, daba penita porque ella sabe sacarle el jugo y tocar esa fibra sensible de los imbéciles. Mujer cuarentona -o más -,supuestamente abandonada, sin trabajo, enganchada a una máquina por problemas respiratorios; madre de un adolescente vilipendiado y olvidado por los servicios sociales, a los que no tenía intención de entregar, aunque solo fuera por beneficio del menor y primando su brutal ego, por encima del bienestar del chaval.
Por cierto: en las más de veinte veces, que asistimos a este lamentable espectáculo, nunca vimos al adolescente y no descartamos , que sencillamente, la película sea inventada, como todo su perfil y su áurea. La mujer, aunque llena de contradicciones tocaba/toca todas las fibras sensibles, soportando un cúmulo de desgracias injustas e infinitas.
Tonta no es y la línea ferroviaria en la que pide, no la eligió al azar, porque el tren de Barajas es muy frecuentado por gentes de clase media o alta -muchos de ellos, hispanos del otro lado del charco -, que no dudan en conmoverse y echar mano a la cartera de forma muy generosa.
Ella no acota los campos y pide desde comida -aunque esté caducada, cosa , que por supuesto, todos llevamos encima -, hasta -pasando por mil propuestas -, pagos por Bizum, sin sonrojarse o titubear.
Y, aunque su planteamiento es tan precario como inconsistente, le acompaña el éxito. Hay mucha gente de ciertos posibles y llegados a nuestro pais desde allende los mares, que no le supone ningún esfuerzo lavar su conciencia obsequiándola con diez o veinte euros.
Chapó para esta mujer, porque ganarse la vida pidiendo y convenciendo no resulta fácil.
Cada día, hay más gente mendigando limosna -o lo que caiga- en los trenes de Cercanías, combinándose tres realidades: los usuarios del servicio los ignoran, las autoridades son permisivas con ellos y sus lamentables vidas no les llevan a otro sitio, que a la frustración y a la perdida de un tiempo, que por otra parte, les sobra. Casi nadie se traga tanta historia truculenta, a diferencia de los logros de esta pícara.
Ella es diferente y tal vez, algún día también, os conmueva a cualquiera de vosotros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario