La noche languidece y por otra parte, ya iba siendo hora, porque el panorama y nuestras vidas, en general, ya no dan mucho más de si. La madrugada muere, aunque sin casi energías, caminamos por la cada vez más angosta San Bernardo, rumbo a Bravo Murillo y a nuestro objetivo, Chamartín, hogar de la Tita Clara (Campoamor).
Por fin, aunque por poco tiempo, un delicioso aunque tenue aire refresca nuestra faz y nos recuerda, que no todo está perdido aún, mientras contemplamos, como una panadería artesana expande poco a poco sus agradables -aunque clásicos - olores; un Uber frena de milagro, instantes antes de atropellarnos o un descarriado -más todavía, que nosotros- nos interroga, sobre un cercano y mítico after hours. Estamos nosotros más bien, para hacer un homenaje a Ramoncin y a sus litros de alcohol venosos, que para facilitar respuestas.
Con las legañas colgando y con el último aliento suave del amanecer, llegamos a Chamartín, donde aún nos quedan cinco horas para tomar nuestro Alta Velocidad de retorno a casa. Tan larga espera, para luego, viajar tan rápido y fugaz, nos parece tan absurdo, como nuestro devenir de los últimos findes de este verano.
Después de lidiar -deberíamos habernos enfrentado, pero no tenemos fuerzas- con la borde de turno que lleva por bandera su amargura y que la hicieron princesa, cuando la contrataron para el control de equipajes, estamos sudando -ni un ventilador de soplido tienen, en la Alta Velocidad patria- en la insufrible y siempre provisional sala de espera de Chamartín. RENFE va de low cost guay por la vida, pero debería apuntarse a la lesson one del curso iniciático de Ryanair, sobre como hacer la mayoría de las cosas, para no tratarnos a los viajeros, como mierda mutante.
Salimos algo tarde, aunque llegamos un par de minutos antes. Siempre, más pendientes del reloj, que de nuestras propias y extenuadas vidas.
El próximo puente de mediados de mes, no iremos al Lago de Sanabria, como estaba previsto. El plan no cuadra: escaso transporte y camping lejano y caro nos han disuadido.
Iremos a Gijón, con nuestro bono de ALSA y a saber, como nos moveremos y volveremos, porque todo el transporte en esas fechas está requetepetado.
Esa saludable incertidumbre, que a mí me alimenta y a mi pareja no le gusta nada, nos mantendrá vivos en las insufribles temperaturas.
Ella y yo tenemos un pacto no escrito: la lío, constantemente, pero con el compromiso de resolver, la situación. Más bien, lo del conocido dicho de Juan Palomo .
No hay comentarios:
Publicar un comentario