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lunes, 11 de agosto de 2025

¡Odio eterno a la Alta Velocidad española!

           Llega el segundo finde de agosto, torturados por la eterna ola de calor, que apenas, nos deja sobrevivir. ¡Odio visceral a este verano, que tiene pinta de no terminar nunca!.

          Tomamos el AVLO de las 15:50 del viernes, rumbo a Madrid. Es el único horario, cada día, que sale a cuenta por precio para ir a la capital. Como ya he dicho más de una vez, no nos gusta la Alta Velocidad y menos, la de RENFE (Ouigo tiene un pase, Iryo todavía no la hemos probado).

          El convoy va abarrotado de gentes modestas agosteras, con enormes bultos colgando de todas partes, que apenas consiguen manejar, acudiendo a prácticas iniciáticas de trileros. 

          No sé, porque quizás, siempre optamos por las gangas, nos ha vuelto a tocar la fila 1. Espacio amplio para los pies en la salida de emergencia, pero a cambio, estrecho asiento, que se abre y cierra, como si fuera el de un cercanías o el de un bus urbano. Ya sabemos, que a Madrid son solo 50 minutos, pero este tren llega hasta Alicante y tarda tres horas y estas no son formas de viajar.

          Será casual, pero nos ha vuelto a tocar -una vez más-, acomodarnos , es un decir, en el coche 8, uno de los que llevan la maldita máquina de refrescos y snacks y que suelta una demoledora letanía acústica, cada vez, que se produce una extracción. No se, porque hoy en día, hablan tanto los cacharros y achiperres diversos y tan poco, las personas. Y también, instrucciones eternas por la megafonía, sobre lo que podemos hacer y lo que no.

          ¡Tendré, que ver si en Temu, me puedo comprar un vagón del silencio a 2€!.

          Y nada. Arrancamos tarde, como siempre. Donde habrá quedado aquella publi del AVE, de que si llegabas cinco minutos tarde, te devolvían el dinero. Entonces, eran trenes de ejecutivos y no, como ahora plagados de inmigrantes en chanclas, con cuerpos escombro, de veraneantes en apuros y de gilipollas, como nosotros, que no saben estarse quietos en casa.

          No nos sale a cuenta la Alta Velocidad. No solo por los anodinos paisajes devorados sin casi verlos o por los molestos ruidos en los túneles -en esta línea está el de Guadarrama, que es el más largo de España, con 28,5 kilómetros -, sino por la suma de tiempos del viaje.

          Veamos: con el Media Distancia y a la céntrica Príncipe Pío son unos 165 minutos, el chucu chucu de toda la vida y contemplando bonitos paisajes e interminables y rancios pueblos castellanos. ¡Ya está!.

          Hagamos la suma con el AVE. Presentarse media hora antes, para que en el control de equipajes, la malalechera empleada de turno, te toque los huevos -u ovarios -, porque has cometido el imperdonable delito de llevar un cuchillo, no para asesinar al maquinista, sino para abrir el pan y rellenar el bocadillo.

          Añade la hora de viaje -retraso incluido- y ya llevamos 90 minutos, que se ponen en más de 100, cuando tratas de salir de la caótica Chamartín, practicando eslalon con los interminables y mal conducidos y voluminosos bultos con ruedas, que amenazan con llevarte a La Paz y de paso, dejarte sin más planes y cabreos, durante todo el verano. 

           Ahora y en mitad de la nada, te toca llegar al centro. Eliges entre ir andando, a 40 grados, coger varias conexiones de autobuses o sumergirte en el  truculento y aventurero mundo de Cercanías, donde la adrenalina siempre, la tienes garantizada 

          Suma y sigue y al final, si acaso, dentro de cuatro horas has llegado, donde querías.

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