Teníamos idea de adquirir un bono de diez viajes, desde Valladolid, a Santander con ALSA -valido para 365 días -, para usar este mes de agosto y con un 40% de descuento, pero como todos los buses del viernes y los de vuelta del domingo van completos, cambiamos de opción y compramos uno para Gijón, rebajado en un 65% (a 9€, cada trayecto).
El norte de España y tras infinitos y trepidantes viajes, lo conocemos, como la palma de la mano, pero desde hace tiempo ya estamos convencidos, de que disfrutamos más, de lo que nos pueda pasar, que de lo que podemos ver.
El bus llega a Valladolid media hora tarde. Según comenta una señora mayor, han sufrido un pequeño accidente, sin especificar más, a la salida de Madrid. Hace mucho calor y es agradable ir perdiendo grados, a medida, que avanza el recorrido. Llegamos a la una de la madrugada, con tres cuartos de hora de retraso.
Hace algo de aire y la noche está animadísima, así, que no da pereza unirse a ella y disfrutar a lo grande, como si aún fuéramos jóvenes y tuviéramos esa urgente necesidad de reventarlo todo.
Ver amanecer, sentados en la fresca arena de la playa de San Lorenzo y con jersey, se convierte en un soberano privilegio, que ahuyenta cualquier intento de bostezo del cansancio. Me encanta ver amanecer -aunque no en Castilla, donde es aburridísimo -, pero afortunadamente, no estoy disponible para ese momento, la casi totalidad de los días, porque aún, me gusta más trasnochar.
El cielo está amenazante, ennegrecido, pero justo en la linea del mar, se mezclan los colores rojizos, amarillentos, naranjas y azulados, formando llamaradas. Resulta todo un espectáculo contemplar la evolución del fenómeno, mientras llegan a la playa los primeros veteranos bañistas y los esforzados deportistas, que no perdonan ni un solo día su carrera matinal.
Caminamos hacia la estación de autobuses y sobre un banco, bien envuelto, hallamos un enorme bocadillo de pan reciente, de lomo y queso, que alguien ha abandonado y que nos sirve de desayuno. ¡Un día de estos, nos vamos a envenenar, aprovechándolo todo!.
Tomamos un ALSA para Candás, donde nos recibe un animadísimo y atractivo mercadillo, aunque poco tentador, porque los precios resultan demasiado caros. Como nos ocurre, casi siempre, hemos pillado las fiestas patronales -en este caso, de San Félix - y la jornada va a ser vibrante, participativa, espontánea y alocada, a pesar de que el programa festivo consiste en poco más, que un camión nocturno verbenero y la sugerente y variada -y cara- oferta gastronómica y de bebida de los bares. Mañana, nos aturdirán con un concurso internacional -ahí, es nada- de charangas.
Y nosotros, de momento, al camping de la cercana Perlora, siguiendo la línea de la costa. Nos encaminamos a los sesenta años de edad, aunque aun falta, pero todavía no nos da pereza cargar con la tienda -y montarla- y el saco.
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