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martes, 2 de diciembre de 2025

Demasiado tarde para acceder a la Gran Duna

          Nos despertamos antes, que el despertador. Nos hubiera apetecido otro rato de cama, pero ... Antes de irnos a dormir, ya habíamos decidido, como cabía esperar, que no iremos a Bojador. No merece la pena arriesgarse por un cabo y una playa , ubicados en un pueblo insulso (dicen).
   
          Tratamos de desayunar, donde comimos ayer, pero están fregando el garito y no han abierto todavía. El bus 18 pasa enseguida y conseguimos tomar asientos, antes de que se abarrote. De camino, el mismo paisaje desértico de ayer con varias dunas pequeñas y una treintena de jaimas, que parecen permanentes. Nos bajamos a la altura del Palacio de Congresos y nos encaminamos a la estación. 

          Queremos comprar los billetes para la vuelta en un nocturno, a Dakhla. Desde luego, no será con la compañía SATAS. Al final, los adquirimos con la estatal CTM para las 22:45 horas. Pagamos  20 dirhams más, que a la ida, pero nuestros cuerpos lo van a agradecer, seguro.

          Al salir ya con los boletos, nos zampamos el bocata de sardinas más rico del viaje acompañado de una docena de complementos. ¡Que delicia!. A la tarde nos meteremos para el cuerpo otro o dos más.

          Toca entretener el día con los bultos a cuestas y sin rumbo fijo. El Aaiun es una ciudad relativamente moderna con manzanas perfectas, anchas avenidas bien asfaltadas -a diferencia de Dakhla - y edificios clónicos construidos con materiales de baja calidad. A las cinco y como en los días anteriores, el cielo se ennegrece.

          Quedan dos horas para anochecer y decidimos sentarnos sobre la arena del desierto, contemplando varias cercanas y pequeñas dunas. Más lejos, la Grande, que vemos de lejos -consuelo-, aunque no la podremos escalar. De repente, un trio de jovenzuelos nos adelantan y se van hacia el río. Los vemos desaparecer entre la frondosa vegetación y no sabemos cómo, aparecen al otro lado. Pareciera un pasaje secreto, pero desde luego, ni se han ahogado, ni muestran rastros de agua.

          Quedan tres cuartos de hora de luz y ni siquiera lo intentamos. ¿Habrá una próxima vez? ... 

          Por cierto. Se nos olvidó contar una anécdota del día de nuestra llegada a este desierto. Buscábamos, como locos, como cruzar el río entre la vegetación, cuando de repente, nos encontramos a un hombre defecando en cuclillas, que nos miró raro. Debió pensar: "266000 kilómetros que mide este desierto del Sáhara Occidental y 9,2 millones que tiene de superficie el Sáhara completo y me van a tocar a mí estos dos guiris gilipollas".

          La espera se hace larga. Si El Aaiun de día es aburridísimo pues imaginad de noche. El autobús sale diez minutos tarde. Hay unos cuantos asientos vacíos. Vamos a hacer por tercera vez en nuestras vidas este recorrido, pero siempre ha sido de noche, por lo que no sabemos, que hay de por medio.

          A las seis y media de la mañana estamos en la oficina de CTM en Dakhla. Queda algo más de hora y media para amanecer y esperamos sentados. Al final, ayer tarde pudimos hacer el check in de Ryanair, tirando del wifi del hotel del primer día, desde la propia calle.

          Hasta el aeropuerto hay hora y media caminando por las ruinosas calles de siempre. Ya en la terminal, buscamos con el wifi la tienda del alcohol. Queremos comprar vino para pasar la mañana.

          La encontramos, pero por la misma garrafa de litro y medio, que pagábamos en otras partes a 50 dirhams , nos piden aquí noventa. Le mandamos a freír espárragos a pesar de que nos va a sobrar ese dinero o más. ¡La dignidad está por encima del vicio!.

          La espera se hace larga, los controles breves y poco exigentes y el vuelo -no me duermo como a la ida- resulta bastante turbulento. Todavía nos quedan cuatro horas para embarcar en el ALSA, a Valladolid. En Madrid hace un frío, que corta la respiración.

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