No tenemos nada claro, si tras la visita, nos alojaremos aquí, si regresaremos al hotel de El Aaiun de ayer o si tomaremos un bus nocturno a Bojador, donde llegaríamos a las dos de la madrugada (muy mala hora, porque por las noches hace bastante frío). Esta última opción queda descartada, porque todos los buses a este destino y desde aquí y hoy, ya han salido. Habría, que retornar a El Aaiun.
Mientras nos decidimos, nos topamos con el Hotel Granada. Nos dejan una estupenda habitación con baño dentro por tan solo 150 dirhams, por lo que no le damos más vueltas. El check in nos lo hace una mujer mayor. Junto a ella, una jovencita de unos 20 años, que va a protagonizar la anécdota del viaje. Nuestra alcoba está en la segunda planta y debemos subir cuatro empinados tramos de escaleras, casi a oscuras. Delante va mi pareja. La joven, que se da cuenta de mi dificultad visual, ni corta ni perezosa y sin siquiera hablar, me agarra con las dos manos por el brazo derecho y pega sus voluminosos pechos a mi cuerpo. No tengo tiempo para valorar ninguna opción, porque empieza a tirar de mi con fuerza escaleras arriba a una velocidad de vértigo y sin dar la luz. Estamos a punto de caer tres o cuatro veces, pero nada la detiene. Yo, con un calentón tremendo y mi pareja flipando boquiabierta.
Al sofocón, se une el calor de la calle, en la jornada más soleada y de más alta temperatura de este periplo. Es hora de zamparnos un rico bocadillo de sardinas con salsa -nos calientan hasta el pan- y unos calamares.
Lo expongo sin rodeos: Marsa es un lugar horrible. Habíamos leído sobre su puerto antiguo y una bonita playa. Pues nada de nada. El primero es enorme y aglutina barcos de todo tipo, la mayoría de ellos muy viejos. Además es imposible acceder sin permiso al interior, porque lo rodea un muro y verjas. La playa está detrás y no se ve. Hay otra caminando hacia la derecha y enfrente de una mezquita, pero está plagada de escombros y el mar se vislumbra muy lejos.
Nos cansamos de dar vueltas sin ton ni son y después de arrasar con una pastelería de dulces baratos y ricos.
Cuando llegan las cinco de la tarde y como ayer, el cielo comienza a ennegrecerse, mezcla de nubes y polvo del desierto y ya no volverá a despejar. Tenemos el pelo lleno de arenisca, que nos ha traído el viento a pesar de que nos hemos duchado ayer.
Cada vez tenemos más dudas, sobre si mañana iremos a Bojador. Teóricamente, sería factible coger un bus a primera hora, dos o tres de visita y continuar en un nocturno, a Dakhla. De todas formas y con la incertidumbre de los horarios, tal vez no merezca la pena arriesgarse y perder el vuelo ( no hay otro hasta el próximo sábado).
Lo que si hemos descubierto es el bus urbano, que conecta con El Aaiun. Tiene el número 18 y pasa cada sesenta minutos (7 dirhams, por los 20, que hemos pagado está mañana).
Compramos la cena, también a base de pescado y nos vamos a disfrutar de nuestra magnífica habitación. En la recepción ya no está la guapísima chica de este mediodía. ¡Una pena!.
Hay jaleo hasta casi media noche en las calles adyacentes, aunque ni El Aaiun, ni Marsa, destacan por sus mercados. Tan solo, unos pocos puestos de olorosa fruta y en perfecto estado de maduración, lista para ser disfrutada ( y no, como en España).
La ducha -a pesar de caer solo un hilillo de agua hirviendo - resulta reconfortante. Apagamos la televisión, que solo emite programas en árabe y nos damos al indie de Spotify, mientras tomamos una buena dosis de vodka. Las reservas van justas y se acabarán mañana. Dormimos de un tirón, porque llevamos tres noches a medias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario