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miércoles, 6 de agosto de 2025

Buscando el norte. ¿O no?.

           Hace años, veranear -que verbo más rancio- en el norte de España era casi un castigo. Había, hasta que dar explicaciones, si no querías perder tu reputación: "No, es que no me gusta el calor". "No,es, que no soporto las multitudes" (cuando no las había). "No, es, que aquello es más tranquilo ". "A mí, es, que me encanta la lluvia ". Poco más, que había, que pedir perdón. Eso sí: encontrabas más hospedaje, casi, al precio, que quisieras y sin dificultad alguna. Y poco faltaba, para que te pusieran a todo lujo un comité de recepción con fanfarrias.

          Y a la vuelta, todo eran quejas y disgustos: "Que si nos ha llovido todos los días menos uno". "Que siempre con el jersey". "Que si el agua estaba helada y había bandera roja". "Que si menudas carreteras hay por allí ". En definitiva, unas norteñas, agónicas y masoquistas vacaciones de tortura.

          Hasta mi familia, algo innovadora y rebelde, caía en los  brazos del Mediterráneo y si acaso, una pequeña porción de cada tres veranos, acabábamos a regañadientes en Llanes, Orio o Suances.

          Y eso, que para mí los gallegos, asturianos y vascos -quito a los cántabros, porque me da la gana- son las gentes más agradables y hospitalarias de España, de largo.

          Hace unos cinco años, en plena pandemia y en verano, era bastante factible dormir en Bilbao y Oviedo, por apenas 20€ , en alojamientos estupendos.

          Pero el chapapote turístico lo ensució todo y se llevó las esencias por el medio.

          Hoy, determinados puntos del norte de España -no los conocemos todos-, son una versión chusca del Mediterráneo o las islas. Lamentablemente, hasta allí llegan, los que no tienen capacidad económica para ir a otro sitio y eso, que el norte y en todos los niveles, de barato ya no tiene nada.

          El norte siempre dió cobijo a castellanos, que no tenían otra playa  más cerca y pocos días de vacaciones. Hoy, sin embargo, está plagado de andaluces -sobre todo- o valencianos, que huyen de las hordas turísticas de sus tierras, agobiados por la indecencia especulativa constante y por el asfixiante e implacable calor. También, salen por patas, de ese arrase, que se lo lleva todo por en medio, de alemanes e ingleses de todas las edades, venidos en aerolíneas de bajo coste, de alto consumo de alcohol y de lo que se tercie.

          En las costas tradicionales españolas está ocurriendo, como antiguamente en San Fermín: los nativos abandonaban a toda prisa Pamplona, para evitar males mayores.

          De momento, al norte, aún no han llegado prácticamente los guiris, ni los fenómenos invasivos típicos y asumidos de la España mediterránea, pero todo se andará y más pronto, que tarde.

          Todavía hay tiempo, para recalar sin desfallecer en las orillas del Cantábrico. Aunque, advierto: "Última llamada para los viajeros, que quieran hacerlo".

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