Son las tres de la tarde del catorce de septiembre y nos encontramos en la plaza de Cibeles. El tráfico ya ha sido cortado en ambas direcciones -Paseo de Recoletos y del Prado- en todos sus carriles.
Subimos por la calle de Alcalá y nos metemos por Gran Vía, hasta Callao. Toda esta zona está perfectamente vallada, sin resquicio alguno. No hay mucha gente. Nos da la sensación, de que Madrid se muestra indiferente ante la barbarie y no se ha contagiado de las protestas de los días anteriores.
Llegamos a Sol, donde estos días se publicita la Fórmula 1 en Madrid, esa gran barbaridad de los incompetentes y desbocados Almeida y Ayuso.
Llegamos a Tirso de Molina y bajamos por la calle Atocha, como otras tantas veces. Han cerrado el histórico Día, pero ha abierto otro unos veinte metros más allá.
De repente, todo empieza a cambiar y aparecen enormes ríos de gente, de todas las edades -bebés y chicos con síndrome de Down incluidos, lo que supone una locura-, que se dirigen hacia el Paseo del Prado, ataviados con banderas, pañuelos y otros distintivos, como rajas de sandía, emblema de la lucha palestina. Se ve, que la mayoría de ese material ha sido adquirido durante los últimos días, porque aún mantienen los dobleces de estar metidos en bolsas y no haber sido planchados.
Otra vez más, nos sentimos, como los Alcántara del Cuéntame, asistiendo a un acontecimiento histórico.
Nos colocamos junto al potente edificio de Caixa Forum y la zona se va abarrotando, hasta límites insospechados. Todo muy pacífico y sin sacar nadie los pies del tiesto, pero con griterío ensordecedor, cada vez, que un vehículo o personal del evento pasa por la calzada. Los cánticos se entremezclan y se suceden: "No es una guerra, es un genocidio", "Boicot a Israel", "Ayuso, Almeida, es la misma mierda"...
En un momento dado y con el conocimiento, de que los manifestantes se han sublevado en Gran Vía, comienzan a caer fruto de los empujones las vallas de nuestro lado y muchos ciudadanos toman pacíficamente la calzada. Al verlo, los de la acera de enfrente hacen , exactamente, lo mismo, avanzando hacia Cibeles, donde se ubica la meta.
Comienzan las cargas policiales, después de no conseguir reponer las vallas en su sitio. Fundamentalmente, son gases lacrimógenos y algún porrazo. En la cercana estación de Atocha hay una sentada masiva y de momento, los antidisturbios armados hasta los dientes, no actúan.
A nuestra altura llega un grupo de cayetanos -tres chicas y dos chicos- o como nosotros llamamos, pijos de sexta generación. Una le dice a su amiga: "Ya verás, como te vea tú madre en la tele en este tipo de sitios, la que te va a caer". Y la otra responde: "Uy, uy, uy, si está gente existe y son muchos". Todos salen corriendo inmediatamente
Y mientras tanto, varios indios han reaccionado rápido, han visto el nicho de mercado y se dedican a vender cervezas a los manifestantes, como en los conciertos.
En nuestra zona, el ambiente se va relajando, pues ya se sabe, que la etapa final de la Vuelta se ha suspendido, definitivamente. Al pasar por la glorieta de Atocha, la gente ya se ha levantado, pero nadie se mueve. En un kiosko de helados y chuches, regentado por una mujer árabe se puede leer, en español y en inglés: "Este negocio está a favor de la causa de Palestina y en contra del brutal genocidio".
Nosotros nos encaminamos hacia Méndez Álvaro, no vayamos a perder el autobús de regreso a casa.
¡Otro día histórico en nuestras vidas con la alegría de haber participado en esto, pero con la frustración de no poder hacer más!
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