Era ya noche cerrada, cuando arribamos a la Puerta de Herodes de Jerusalén. ¡Impresionante!. Allí, a la docena de guiris, que compartimos el convoy nos dijo el taxista, que había llegado el final del viaje.
Nos dividimos. Ana y Longi se fueron a buscar hotel para los cuatro y nosotros a un ciber -parece mentira, pero entonces no había teléfonos inteligentes -, con el fin de anular varias reservas de alojamientos para días posteriores, dado que antes de conocer a nuestros nuevos amigos, nuestros planes eran otros.
Ana y Longi iban justos de tiempo y el domingo a mediodía deberían volver a Amman, para tomar el vuelo de vuelta a Madrid. Nosotros íbamos más holgados y disponíamos hasta el miércoles por la mañana -gracias al permiso de nuestro casorio- y pretendíamos visitar también, Belén, Ramala y Nablus, en el territorio palestino de Cisjordania. En esta última ciudad, las bombas y la metralla habían volado edificios y mercados un par de meses antes.
Media hora después nos volvimos a juntar. El ambiente religioso en el Barrio Cristiano era impresionante y conmovedor. Los otros tres son el musulmán, el armenio y el judío a estas horas más tranquilos. Ana y Longi no habían encontrado hotel en el centro. Todo estaba abarrotado. Y así lo seguimos constatando los cuatro tras preguntar en más de otra decena de alojamientos.
Decidimos entonces, que tomaríamos un taxi, que nos llevaría por las afueras a diferentes establecimientos hasta dar con plazas libres.
El taxista -el más hijo de puta, que hayamos conocido en nuestras vidas-, y amparándose en el sabath, en la nocturnidad y sobre todo, en nuestra evidente situación de precariedad, nos pidió una cantidad desproporcionada, sin margen alguno para regatear.
No quedaba otra, que aceptar a regañadientes. El estrés y la tensión eran máximos y aumentaron, cuando el conductor sinvergüenza y por el camino, nos empezó a solicitar casi el doble del dinero. Paramos a discutir en el medio de la nada, pero no con el driver, sino entre Ana y nosotros (Longi callaba).
La funcionaria madrileña, incapaz de decir, que no a nada, apostaba por aceptar, mientras mi pareja y yo sosteníamos, que de ninguna de las maneras, accediamos al chantaje, aunque tuviéramos , que dormir en la calle. La controversia llegó a niveles extremos y el taxista, pasándoselo en grande con el espectáculo.
Entre tanto, Longi había visto un alojamiento a lo lejos, por lo que pagamos el primer precio acordado, mandando al sinvergüenza a la mierda por nuestra parte, lo que aumentó el grado del conflicto, ya general.
Al fin, caminando y sin dejar de discutir ni un segundo, llegamos al ansiado hotel, un tres estrellas, que en realidad, no llegaba, ni a dos. Afortunadamente, había espacio, aunque en las peores habitaciones, a un precio de 57€ cada una, con desayuno incluido. A la mañana siguiente y también las sucesivas comprobamos, que este fue lo mejor, que nos ocurrió en nuestra estancia en Israel y en los territorios ocupados.
Cada pareja llevamos a cabo el check in por nuestro lado y no volvimos a dirigirnos la palabra, ni siquiera para despedirnos ni para tratar de arreglar las cosas al día siguiente. Nuestra consolidada amistad y complicidad de casi la última semana habían saltado dinamitadas por los aires, después de una inolvidable tarde-noche horrible.
Solamente y tras hacer cuentas, fue mi pareja a su alcoba a darles en euros, la cantidad, que ellos nos habían adelantado en dólares.
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