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domingo, 28 de septiembre de 2025

Ana, Longi, Ana y Santi (parte V)

           Y llegó el lunes, aunque volvía a ser sabath, incomprensiblemente, aunque eso ya lo explicamos más adelante. Empezaba nuestro periplo palestino, ya sin Ana y Longi, que a estas horas y en este día, ya estarían en Madrid. Nos vino a la mente, recordando esta efímera relación, aquella canción de "Extraños pasajeros", tan fantástica, a la que aún faltaban quince años para escribirse y  entonarse cuyo estribillo dice: "dime, si ya no puedes verme; te doy la razón si crees, que ya no hay nadie aquí"

          Desayunamos solos, pero no poco, en el único aliciente, que nos ofrecía este hotel Strand. Queriamos iniciar nuestro periplo palestino -Cisjordania- por Belén y ya sabíamos que deberíamos coger un microbús cerca de la puerta de Damasco, para alcanzar este objetivo, ubicado tan solo a 9 kilómetros.

          Pero antes de tomar el último café y el penúltimo zumo, decidimos hacer balance, de lo que habían sido estos casi tres últimos días, trepidantes, intensos, inciertos, magníficos y a la vez, asquerosos.

          Nos encontrábamos -dieciocho años después seguimos pensando lo mismo-, en el país más desagradable, que hayamos visitado jamás y probablemente, así será de por vida, vayamos donde vayamos. ¿Habrá cambiado hoy en día algo?. Y nos contestamos: "si, pero seguro, a peor, como el genocidio que nos están mostrando cada día en vivo y en directo ".

          La frase, que más habíamos repetido -con Ana y con Longi o sin ellos-, durante los últimos días había sido: "si nos tratan así a turistas europeos de posibles y que nos dejamos un dinero, ¿Cómo interactuarán con los palestinos?

          Nos quedan muchos posts sobre el tema. A parte de la nuestra, iremos añadiendo opiniones de gentes diversas, que hemos encontrado por todo el mundo sobre lo que piensan de los israelitas.

          Aún no habíamos transitado por Palestina y no podíamos comparar, pero ya habíamos llegado a muchas conclusiones.

          Los israelitas no odian a los árabes especialmente, sino a todo el mundo, que no sean ellos. Da igual, te topes  con un militar -de frontera, de muro, de alambrada de gueto-, un policía, un hostelero, un taxista -campeones de la hijoputez-, un vendedor de recuerdos de la Vía Dolorosa o con un carrito ambulante modesto de panecillos con mendrugos de pan y sal.

          En Israel, las dos primeras emociones, que recibes, incluso, antes de entrar al país -sobre todo, si es por tierra- son: el desprecio y la humillación. Especialmente, está última, la tienen muy trabajada, sobre todo en las relaciones sociales y económicas. 

          El proceso es sencillo: te piden exigencias exageradas, abusivas e imposibles por cualquier cosa -con dinero de por medio o sin él - y si tú haces una contraoferta, sea razonable o no, te ocurren estás dos cosas: te llaman miserable de forma directa y te hacen ver además, que no tienes modales, finalizando la conversación con una masterclass de normas de educación, que por supuesto, ellos tienen y tú no y si nada de eso funciona -que funciona siempre-, te califican como el  más antisemita de los antisemitas del mundo. Da igual, vayas a cruzar la frontera, a preguntar algo -con perdón de la vida incluido- a negociar un hotel, a comprar un shawarma...

          Por supuesto, nunca piden perdón por nada, te atropellen con un carrito de helados o un cochecito de bebé o te frían a codazos por la calle.

          Y tú vas pensando además: "esto no está ocurriendo, es fruto de mi imaginación o de un mal momento ", porque derriba cualquier norma social y de convivencia y no lo comprendes.

          Nos bastaron cinco minutos, al llegar, a Palestina para darnos cuenta, de que no habíamos entrado en un delirio de odio hebreo.

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