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miércoles, 20 de febrero de 2019

Y al final, acabó cayendo el dormitorio compartido (sobre hostels y hosteleros)

Las primeras cinco fotos de este post son, de Queenstown y el resto, del lago Pukaki (Nueva Zelanda)

          Booking, Booking y Booking. No hay otra forma de funcionar en materia de alojamientos, en Australia y Nueva Zelanda, que no sea este método agresivo de reservas, que te martillea día y noche con mensajes, a la app o al correo electrónico de tu móvil. Cuando lo tratas de hacer por libre -escasas ocasiones-, los hoteles te cobran más. Y tú, te preguntas: pero, ¿si esta plataforma cobra un 15% de comisión y se la ahorran, si vas a su recepción, por qué todavía quieren más? ¡Misterios sin resolver!

          No lo sé. Lo único, que se me ocurre es, que aprovechándose de su poder, el metabuscador les apriete las tuercas a los alojamientos. Nunca nos gustaron los hostels. Ni siquiera, durante la juventud. Somos sociables -en la medida de lo posible-, pero no a la hora de dormir. Pero, lo cierto y verdad es, que en Australia y Nueva Zelanda, sino fuera por estos establecimientos, los viajeros de presupuesto medio y bajo, tendríamos estos destinos vetados (aunque duermas en la estación de Sydney o de Melbourne, como hemos hecho).

          Nunca entendimos muy bien la vida del hosteler@. Gentes de pantalones anchos y coloridos, pelos largos con trencitas y cintas, encantados de compartir tè y café gratuitos o de pasarse tres horas, entre comprar y cocinar, para terminar comiendo espaguetis con pollo y verduras. Pasan la mayor parte del tiempo en el establecimiento, tumbados en la litera o viendo la tele y tú te preguntas: pero ¿a qué vinieron tan lejos, estos tíos, para hacer una vida más cotidiana, que en su propia casa?

          Después y en los compartimentos en forma de estantería de la cocina -generalmente sin llave- acumulan ingentes cantidades de bolsas de comida, que en el check-out, deben acabar tirando o retirando a la zona de "free food" -mucho pan y mantequilla de cacahuete, aunque a veces encuentras algo de valor-, que algunos aprovechamos, sin ninguna vergüenza.

          Pero, desde siempre, lo que más odie de los hostels, es que mi actividad se redujera a estar en la litera, en la cocina o en la sala de televisión, no pudiendo hacer cosas más íntimas, como escribir o leer a gusto. Afortunadamente y al menos, en este continente, algo va cambiando, pero lentamente.

          Después de pelear lo imposible y derrotados, nos ha tocado dormir tres noches en un dormitorio compartido de ocho camas, en el Base Queenstown y hay que reconocer, que es un modelo distinto, con todo muy bien organizado y un hall, donde puedes hacer de todo, sin que nadie te mire: navegar por internet, escribir, beber vino, acurrucarte con tu pareja en uno de los múltiples sofás o jugar al billar.

          De todas formas y a pesar de la aceptable experiencia, esperamos no volvernosla a jugar en este viaje, a la ruleta de los dormitorios compartidos, porque hay viajeros muy pesados, como la asiática, que antes de ayer y a las siete de la mañana, estuvo más de 45 minutos revolviendo su plásticos plasticoso equipaje y componiendose. Por lo demás, mejor alojamiento y más barato, en Nueva Zelanda, que en Australia.

1 comentario:

Eva dijo...

Hola, de nuevo

Planeamos el noveno viaje largo, a través de Kuwait, noreste, de India, norte de Vietnam y un recorrido, por Indonesia, desde Sumbabwa, a Nueva Guinea, pasando por Flores, Alorr, Tumorvy Sulawesi. Para acabar, en Nueva Guinea Papua.

Sería, para mediados de abril!!!