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jueves, 28 de febrero de 2019

Gili Trawangan: otra isla "idílica" del tercer mundo

                                  Todas las fotos de este post son, de Gili Trawangan (Indonesia)

          Preparados para las Islas Gili. Madrugamos, ya que es, lo que toca hoy. No cuesta mucho esfuerzo llegar al embarcadero, por así llamarlo. Existen pistas fehacientes, de que algún día lo hubo, pero a fecha de hoy, hay que entrar a los pequeños barcos por la playa, acariciando con los pies algo de agua y de arena.

          No hay, que ponerse nervioso por los horarios de las barcas. Cuando venden 40 billetes, el resorte salta y habilitan un barco rápido e inestable, que pone nerviosos a más de uno y lo demuestran gritando (sobre todo las mujeres). Se desembarca de la misma manera.

          Si giras, una vez que bajas del barco, para la derecha o la izquierda, sales a la calle principal, que está hecha un cacharro, aunque andan reparandola. Convoca a puestos de guiris, de lis de siempre; tiendas de 24 horas, al doble de precio, que en cualquier otra parte, de Lombok; negocios de artesanía, recuerdos, masajes; escuelas de buceo...Aunque, a los escasos -menos de los esperados- guiris, que pululan por aquí, les pone más el ridículo party boat, donde hacen el idiota y beben, como sino hubiera un mañana, mientras se juegan la vida.

          Los escasos resorts de lujo, se ubican en el alborotado paseo de la playa, más bien, a las afueras. Delante o enfrente de sus puertas, cabras, escombros, bicis, coches de caballos malolientes...Pagan centenares de euros por la habitación, una piscina que nadie usa, unas cervezas en solitario y algún plato de comida, pero al salir al exterior -si es, que salen- y abordar la playa o los alrededores, se topan con, exactamente, lo mismo, que los que nos alojamos en guest houses de seis euros la noche, con desayuno incluido.

          En la playa llena de escombros, con las cuatro tumbonas ubicadas en los escasos huecos existentes y no ocupados por estos, dos mujeres anglo perezosas, yacen tiradas al sol. ¡Resulta patético, pero no nuevo!

          Si accedes a la calles interiores, no hay nadie, salvo algunos lugareños llevando a cabo sus labores rutinarias y modestas o unos pocos guiris, rejuntado en un restaurante básico local, que han debido encontrar, como sitio más "cool", en la Lonely Planet. En esta zona, las calles están llenas de charcos, barros, desperdicios...pero los despreocupados extranjeros, campan a sus anchas sin inmutarse. Y los nativos, también.

          Todo cuesta el doble, que en el resto de Lombok, menos -sorprendentemente- la cerveza (que bien, aunque en el resto del país ya es cara de por sí).

          No nos hemos sorprendido, de que está ciudad sea un desastre, porque lo imaginábamos. A los daños acontecidos por el terremoto, debemos añadir, los ya habituales -con matices- en estas playas del tercer mundo: oportunistas timadores locales, viejos verdes asquerosos, tiernas chicas masajistas y molestias constantes para el viajero. Nada extraño, pero a veces, agotador en el tiempo.


          Poco a poco, vamos poniendo cimientos -gracias, también, a un agradable alojamiento- y vamos adaptándonos a lo que hay. Si evitas el paseo principal para las compras y las tiendas 24 horas, puedes sobrevivir sin alterarse y sin arruinar tu economía. Otra cosa es, entender, como esto puede ser considerado por muchos, como un paraíso idílico, pero para eso, ya habrá alguna escuela, que de la diplomatura.

          La isla de nombre impronunciable -Trawangan-, tiene dos zonas básicas (entended la palabra en toda su extensión). La frontal, a la isla de Meno, donde aparcan los ferries y por donde transitan los mochileros, supuestamente, menis exigentes y de presupuesto más ajustado. Si andas unos cuatro kilómetros, siguiendo la línea del mar a la izquierda, aparece un mundo fantasma de resorts casi deshabitados y de bares nocturnos vacíos -aunque con la música, a tope-, habitado por minúsculos grupos desorientados de extranjeros -muchas veces, familias-, que nunca supieron, que venían a hacer aquí. Pasear por este área provoca una sensación muy extraña.

          Por lo menos, ni oyen la mezquita de forma constante, ni los pesados gallos de este país, aunque es seguro, de que su próxima gestión a la vuelta, debería ser despedir a su agente de viajes. En esta zona frecuentada por cuatro ciclistas accidentales, deportistas y por varios andarines, parece, que "the show must go on", aunque no haya casi nadie para disfrutarlo.

          La chica, aparcada frente a la playa, que sostiene el cartel con las ofertas de yogur helado, debe llevar más horas enseñándolo sin moverse, que los abominables taxistas, de Ubud, mostrando el suyo.

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