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miércoles, 1 de octubre de 2025

Ana, Santi, Nablus y Ramala (parte II)

           Al venir a Nablus, el taxi compartido nos había dejado casi en el centro. Para regresar a Ramala, debíamos llegar hasta las afueras y pasar primero un control de seguridad antes de acceder a un transporte interurbano.

          Debimos tomar un taxi local, pero resultó, más que una estupidez -que también-, un exceso de confianza, debido a la seguridad y a la alta complacencia, que habíamos vivido en esta fantástica visita.

          En las deprimentes afueras de Nablus, sin motivo aparente, aunque, tal vez, por puro divertimento, una pandilla de niños nos lanzó piedras, aunque no llegaran a ser una amenaza real, porque sus brazos no tenían demasiada fuerza.

           Pero el susto gordo llegó una media hora después, cuando desde un coche de gama media-alta, bajó una persona y ante nuestra incredulidad, nos apuntó con una ametralladora. Y nos gritó, aunque sin aparente vehemencia: "¿Do you speak english?". Hasta nuestra respuesta debieron pasar dos segundos y no más, pero se hizo eterno, aunque la tremenda sorpresa nos evitó el miedo, pero no la incertidumbre.

          No nos dió tiempo a mirarnos, ni a buscar complicidad, pero a la vez y casi por mimetismo, respondimos: "No". En mi caso y fugazmente, había valorado dos hechos: que nos quisieran interrogar o que nos considerarán invasores y enemigos estadounidenses. El tipo sonrió, levantó el cañón en forma de ok y gritó: "Good" y continuó su camino,, sin destruir el nuestro.

          Nunca hemos sido, ni seremos conscientes, de lo que nos pudo pasar aquel día.

          Muertos de miedo, ahora sí, llegamos al control israelita, donde había larga cola. Una soldado nos dijo, que nosotros podíamos pasar sin espera, pero decidimos guardar nuestro turno. Delante de nosotros se encontraba un médico palestino, que había estudiado su carrera en Cuba y que hablaba perfecto español, evidentemente. Sus palabras, implorando la resistencia civil nos llegaron al alma.

          Lo que allí vimos, en materia de humillaciones es casi indescriptible, aunque una minucia, comparado con lo que está ocurriendo ahora.

          Después, atravesamos otros tres controles, ya subidos en el taxi y no fueron cuatro, porque el conductor esquivó uno, al llevarnos por una pedregosa, curvilínea y desastrosa carretera de montaña, llena de profundos precipicios.

          Llegamos a Ramala y tratamos de relajarnos dando una vuelta. Pocas emociones pasamos alli, lo que fue muy de agradecer.

          De regreso a Jerusalén, más alambradas y muros y otro nuevo control, en el que debía bajar todo el mundo, menos nosotros, aunque si nos pidieron el pasaporte. A la guapísima y joven militar se le salieron los ojos de las cuencas al ver el sello de Siria. Nos dimos cuenta, sin saber ya, que más pensar, que este sello había lastrado nuestro viaje israelita desde el principio.

          Llegaba la última noche en Jerusalén y la promesa decidida -que no se cumplió- de no volver a este país nunca.

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