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sábado, 18 de octubre de 2025

Tetuán y Larache

          El viaje empieza mal, aunque por motivo justificado. Nuestro ALSA proveniente, de Palencia y que debía llegar a la deteriorada y en obras estación de Valladolid, a las ocho y media de la tarde, lo hace a más de las diez. A la altura de Cabezón de Pisuerga, en la A62, un enorme camión de fardos de paja ha comenzado a arder, desperdigándose toda la mercancía por la carretera y generando enormes columnas de humo. Se ha cortado al tráfico, durante hora y media y la noticia ya sale en la prensa local.
    
          En un vehículo lleno y con ese mismo margen de tiempo de retraso, llegamos a la estación de la T4 de Barajas. En ella, tomamos el bus interno, que nos transporta a la terminal uno. Por la megafonía y en off, una voz nos advierte, de que debemos tener la documentación a mano.

          Efectivamente, debemos presentar la tarjeta de embarque a unos seguratas, en la única puerta, que permanece abierta. Nuestro vuelo es a las 8:50 y es la una y media. Nos tiramos al suelo a dormir, pero no tenemos ningún privilegio por ser pasajeros y a las cinco nos levantan. Solo se puede permanecer en las cada vez más escasas sillas -todas ocupadas-,de pie o paseando. ¡Cada día AENA y el gobierno tratan peor a los muchos, que esperamos un vuelo!, casi llegando a la categoría de delincuentes.

          Partimos media hora tarde, pero con el retraso de una hora en el reloj, a las diez ya estamos en Tetuán. Para ir al centro hay cuatro kilómetros y medio, que cubre un barato autobús local, pero como no tenemos un solo dirham y el cambio en la pequeñísima terminal es muy malo, los cubrimos andando, por un camino sencillo. El cielo está totalmente nublado y es justo, al llegar a la magnífica y fascinante medina, cuando comienza a llover. Lo deja un rato y aprovechamos para recorrerla, además, de la animada plaza principal y las calles comerciales y de alojamientos económicos.

          Pero no dormiremos en esta ciudad, donde estuvimos hace un par de años, si no en Larache. En la estación de autobuses tomamos, el que a la postre, sería el peor vehículo del viaje, muy similar, a aquellos terroríficos, que circulaban hace veinte años en nuestra primera visita al país.

          En un par de horas nos ponemos en el destino. La estación es nueva y lejana. Ya desquiciados y tras hora y cuarto de caminar, llegamos a la bonita, no muy concurrida y pequeña medina, con el sol castigandonos desde lo alto y con 28 grados de temperatura.¡No salimos de este interminable verano!

          No hay demasiados alojamientos en Larache y menos, de categoría económica. Se hallan en la zona "semi peatonal", donde las motos y bicicletas campan a sus anchas y donde se ubican la mayor parte de animadas terrazas. Ni rastro de cerveza, vino o alcohol. Menos mal, que venimos bien surtidos del duty y de casa.

          Al final y por 200 dirhams, nos hospedamos en el hotel Málaga, en una habitación correcta, confortable y con baño y ducha propios, que a veces en Marruecos, están separados, aunque si suele haber casi siempre lavabo.

          Con el cambio de hora, a las siete de la tarde ya es de noche y disfrutamos de bellas estampas de la bonita medina, mientras, los niños no dejan de vacilarnos con tremendo descaro.

           Las únicas novedades de esta ciudad respecto a 2010, son la construcción de un agradable paseo marítimo y el inicio de las obras de restauración de la fortaleza, que van para muy largo.

          Buscamos la cena, comenzando nuestro idilio de una semana con los dos elementos del fast food más típicos de la costa atlántica de Marruecos: los bocadillos de pescado frito, vegetales y tubérculos y el que nosotros llamamos "tojunto" (mortadela de vaca, huevos, patatas, aceitunas, algo de carne, cebolla, tomate, mayonesa...)

          Juega España contra Georgia y los lugareños se divierten, como locos. No estamos nada cansados, porque hemos dormido en el aeropuerto, en las sillas de embarque, en el avión y en el autobús hasta aquí.

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