Siete años después de nuestras primera visitas, incumplimos la firme promesa de no regresar a Israel, aunque fue por necesidades del guión, más que por deseo.
Corría agosto de 2014 y llevábamos cuatro meses de nuestro sexto viaje largo -ahora ya van once-, en los que habíamos transitado a través de Tailandia, Bangladesh e India. Nos quedaban apenas cuatro días para la caducidad del visado de este último país y debíamos actuar con urgencia.
Era pleno verano y nos resultaba imposible encontrar un vuelo de precio asequible para volver a España. Nos pusimos a buscar a tiempo completo, estando en Udaipur y finalmente, logramos una combinación rocambolesca aunque económica: Delhi - El Cairo, con Royal Jordania y Vía Amman y Tel Aviv - Barcelona, con Vueling. Desde Egipto, hasta Israel, iríamos por tierra con calma.
En el país de los faraones, ya habíamos estado en el otoño de 2006, visitando sus principales lugares turísticos. El reencuentro con El Cairo, -15 grados menos, que en Delhi-, resultó muy reconfortante. Aprovechamos para conocer nuevos lugares como Port Said o la increíble Dahab -Blue Hole incluido- y todos sus alrededores, donde estuvimos durante ocho inolvidables días.
Desdé allí y por un feo camino arribamos a, Taba, población fronteriza con el estado hebreo. Por entonces, en este punto de control no había casi nadie.
En esta ocasión, tardamos hora y media en ingresar al país. Los polis, algo menos bordes, que en 2007, se olvidaron completamente de mi y se centraron en un interrogatorio casi sumarísimo a mi pareja, a la que volvieron loca. Les pedimos, que no nos pusieran el sello en el pasaporte y nos respondieron, que usaban otro método: entregar un papelito minúsculo con todos tus datos personales y fechas, que debías devolver a la salida. La alegría nos duró muy poco, al darnos cuenta, de que no habíamos solicitado lo mismo al salir de Egipto y nos habían puesto el sello de Taba. El más torpe de los sabuesos fronterizos de un país árabe lo detectaría sin dificultad y nos impediría la entrada (salvo Marruecos, Jordania o los países del Golfo Pérsico.
Menos mal, que a pesar de tener solo cuatro años, nuestros pasaportes estaban llenos de sellos y deberíamos renovarlos en breve.
Salimos a unos ocho kilómetros de la ciudad de Eilat y como no teníamos sequels fuimos andando hasta el centro por una cómoda acera, aunque con un calor insoportable.
Este lugar -contraste brutal con Taba- es bastante moderno, aunque no cuenta con mucho encanto. Sí resulta agradable caminar por su paseo marítimo de corte occidental y plagado de negocios europeos. De madrugada, tomamos un cómodo autobús , a Tel Aviv. Está cosmopolita ciudad -no la disfrutamos la primera vez, debido al eterno sabath de la Pascua -, si que nos gustó bastante. Además de su estupenda corniche, tiene un bellísimo casco histórico.
Dormimos en el dormitorio de un hostel, al igual, que el día siguiente en Jerusalén, adonde llegamos, después de visitar la bonita Jafa.
El reencuentro con Jerusalén fue algo frío, porque ni había eventos -como la otra vez-, ni siquiera demasiados turistas. A la mañana siguiente tuvimos un problemón. Por razones desconocidas y de muy malas maneras nos impidieron entrar en la Explanada de las Mezquitas, llegando casi a la violencia.
Para rematar por la noche y tras tomar el bus al aeropuerto de Bengurion , nos dejaron en medio de la nada y antes de entrar, se dispararon todas nuestras alarmas, debido al trato de unos enérgicos y maleducados militares. Ellos siempre ofenden o maltratan primero y después, si acaso, preguntan
Entre medias de ambos desagradables acontecimientos visitamos el Yad Vashem o Museo de la Historia del Holocausto -se llega en el tranvía o andando-, un sitio, donde los horrores del genocidio nazi se mezclan con la descarada propaganda.
Punto final a esta serie de post creados en homenaje y solidaridad con el sufrido pueblo palestino.
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