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miércoles, 23 de julio de 2025

No nos gusta la Alta Velocidad: camino de Toulouse

           Nos encanta surcar los cielos de todo el mundo -aunque sea con inesperadas y abruptas turbulencias- y ya llevamos 295 vuelos sobre nuestras espaldas. Pero no nos ocurre lo mismo con la Alta Velocidad ferroviaria, la cual detestamos. Asientos incómodos -se supone, que son para poco tiempo -; paisajes, que pasan demasiado deprisa -cuando los hay, que es casi nunca, porque no dejas de ver alambradas, muros, pasos elevados y poco más -; ruidos constantes y molestos -sobre todo, al cruzar los interminables túneles - y constantes mensajes por megafonía, pidiendo el mismo silencio y compostura, que ellos no respetan.

          Nuestro viaje a Madrid, debería haber durado cincuenta y cinco minutos, pero por problemas operativos -nunca los detallan-, se va a una hora y veintetres, lo que supone un retraso del 50%. Luego y con asfixiante e insoportable calor, llegamos a Chamartín, que está a tomar por el culo de todo. Para que queremos High Speed, si nos toca hacer una pausa de cuatro horas, hasta tomar el tren veloz a Valencia, que llega con cuarto de hora de retraso.

          De verdad, nosotros somos más del "chucu chucu" de toda la vida, de esos convoyes con olor a tortilla y pimientos, de los descamisados e inmigrantes -y no de los ejecutivos- y de llegar a Príncipe Pío, que está en el centro. No nos gusta , ni estar media hora antes en el andén, ni que nos controlen o fisguen el equipaje, como en los aeropuertos.

          En fin. Que vamos , a lo que vamos. Llegamos a Valencia a las once y media de la noche con una humedad, que nos revienta y aturde. El metro al aeropuerto tiene un precio abusivo, pero da igual, porque a estas horas está echando el cierre (no parece normal) 

          Pues nada: ponemos el GPS, nos aprovisionamos de cervezas y ponemos rumbo, a Manises, que se ubica a unos doce kilómetros, por un camino anodino, plagado de barrios residenciales, aunque sin demasiadas dificultades de tránsito, salvo un tramo de carretera sin aceras.

          Sobre las tres de la madrugada llegamos al aeropuerto. En una de las entradas nos controlan la tarjeta de embarque. Nos damos al vodka, para dormir mejor y así lo hacemos sobre el suelo durante tres horas, sin ser molestados, levantándonos aturdidos y desconcertados.

          El embarque es sencillo y rápido, aunque tenemos, que sacar los botes con los líquidos y enseñarlos, porque carecen de la tecnología de Barajas. Ryanair nos ha sentado casi juntos, en un vuelo repleto, pero tranquilo, que nos deposita en Toulouse, sobre las diez y media de la mañana.

          Estamos a unos diez kilómetros del centro y en teoría, existe un tranvía, que te lleva hasta allí por 1,50€. Pero, en turismo nos informan, de que no, que se encuentra en obras, aunque diríamos y tras la exploración sobre el terreno, parece abandonado. La alternativa es un autobús, que sale por 9€. Calor infernal, sol delirante y otra vez, que toca andar. Trayecto tan sencillo, como anodino, aunque con bastante sombra.

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