Llega el lunes y por tanto, nuestro quinto día de viaje. Nuestro hotel está a dos minutos de la Avenida de Varsovia, donde debemos tomar el Flixbus, que nos lleve a Montpellier. Hoy, con sol y claridad, esta calle parece otra cosa, aunque no puede disimular su aspecto tercermundista.
El bus parte y llega puntual, después de circular a través de un paisaje insulso. Al menos, el aire acondicionado nos protege del sofocante calor exterior.
Nos dejan en una rotonda con varios andenes, a más de cuatro kilómetros del centro. Hay tranvía hasta allí, pero como siempre, nos decantamos por andar, a través de barrios sórdidos de infumables aceras. Al menos, nos topamos con un supermercado Auchan, con precios interesantes y con numerosas posibilidades de apagar nuestra insaciable sed.
Montpellier nos sorprende, agradablemente, por su amabilidad hacia el viajero, antagónica, a la hostil Carcassonne. Abundan las calles peatonales, la música callejera, el tránsito tranquilo, las terrazas bien ubicadas -que raro -, ...
El punto de partida es la enorme, variopinta y animadísima plaza de la Comedia. Todos los lugares de interés están muy bien indicados en carteles, donde además pone los minutos, que se tarda en llegar.
Y el patrimonio es más de lo previsto: dos arcos de triunfo, una impresionante y original catedral, varias iglesias, un acueducto antiguo, una torre puntiaguda, museos para aburrir...
Es 14 de julio, fiesta nacional y es, que a nosotros, por suerte y/o por desgracia, siempre nos tocan todos los eventos, vayamos donde vayamos. Pero, no hay problema, porque casi todo está abierto y debido a la amplia movilidad, hasta los supermercados han ampliado sus horarios, hasta casi la madrugada.
Eso si y debido a la misma causa, los hoteles están a precios inalcanzables por lo que toca otra noche en la calle sin más alternativa viable. Además, no nos merece la pena el desembolso, porque el bus para Marsella sale a las siete de la mañana.
Entre cervezas y más cervezas volvemos al punto de partida, donde nos dejaron hace horas. Como dije, no hay estación, sino una rotonda y varios andenes, donde cogen y dejan viajeros las compañías de buses de bajo coste, como Flixbus, Bla Bla Car o marcas blancas francesas o portuguesas.
No sabemos, si este es un modelo premeditado de transporte o no, pero nos encanta porque al evitar los costes de la construcción de una terminal, se eliminan los cargos a las compañías y por ende, a los usuarios, beneficiando a todos.
Asi, que nosotros, tan satisfechos y enamorados de esta práctica rotonda atípica en un país europeo, por la que fluyen gentes de todo tipo, en un barrio agradable y no tan cutre como otros, que hemos visto y donde por goleada, ganan los habitantes árabes, salpicados por unos pocos subsaharianos. Tiendas y restaurantes de todo tipo, hasta romper la imaginación, abiertos hasta la madrugada, aprovechando el continuo flujo de tránsito humano.
Estamos cansados, medio borrachos, pero encantados por haber vivido esta fantástica madrugada de impagable crisol
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