Todas las fotos de este post son, de Kuala Terengganu (Malasia)
Hoy es san Viernes. Es el primero, que
pasamos en la zona más islamista radical del este de Malasia. El día
no empieza mal, porque nos hayamos ante un espectacular mercado,
arremolinado en torno a la estación de autobuses, de Besut: fritos
crujientes recién preparados, pescados irresistibles -en todas sus
formas-, vegetales al dente, ropas...Pero, finalmente, nuestra
ventura resulta nuestra cruz.
Queremos tomar el bus de las 10:30,
hacia Terengganu. Pero, como todo resulta un batiburrillo y nadie
explica nada, el bus no entra en la estación y lo perdemos. Somos
veinticuatro guiris y los únicos, que nos molestamos en investigar
el suceso, somos los de siempre. Nosotros, los guiris “listos”,
pasamos 30 minutos al sol esperando una falsa esperanza, que ni la de
la taquilla sabe darnos o es, que ni se molesta en comprobar nada.
Los otros, los guiris “tontos”,
tiran de cartera y se agrupan en caros taxis compartidos. Mientras,
nosotros, mal entretenemos el tiempo en comer algo, en beber algo, en
refugiarnos a ratos en el único supermercado con aire acondicionado,
pero sobre todo, en pensar.
No son muchos los días, que llevamos
aquí, pero estamos hartos de musulmanes de toda índole -no es
depresión, porque de alcohol, vamos bien surtidos-, que lo único
que hacen es reprimirte, aunque vengas de turismo a dejarles una
pasta y además, lo hacen sutilmente con públicos cartelitos
adoctrinadores sencillos, como si fuéramos niños pequeños,
educados estupidamente por los insoportables imanes de su malditas
mezquitas.
“Usted, señora -escriben sin más
miramientos-, tiene que vestir así, porque son las costumbres de
Malasia -más bien, son imposiciones religiosas- y usted, señor, de
esta otra forrma”. En Khota Baru, por ejemplo, un radical se me
lanzó al cuello por llevar pantalón corto.
En lo más alto de nuestro animo,
empezamos a valorar y tras ir, a Brunei, no volver a visitar países
puramente musulmanes, durante largo tiempo.
Por fin y tras tanta reflexión, no
siempre calmada, el siguiente autobús, arranca, después del periodo
de locura histérica colectiva, que tienen todos los mahometanos los
viernes entre las doce y las dos de la tarde. Toda la localidad se
vacía de inmediato, aunque el calor nos continua asfixiando, por
mucho, que Allah sea grande y Mahoma, sea su maldito y cansino
profeta.
Ya en los alrededores de Kuala
Terengganu -la very islamic city, según nuestros libros-, todo sigue
cerrado. Creo, que los que, realmente, inventaron el wi-fi o las
redes móviles, han sido los musulmanes, porque saben repicar la
señal sonora de una mezquita a otra -en inimaginable cadena-, sin
perderla en ningún momento, mientras transitas por una carretera de
infinitas curvas y recodos (y las inacabables consignas son en árabe
y no, en malayo).
Un buen hotel -desde hace mucho tiempo
no teníamos aire acondicionado-, la visita al maravilloso barrio
chino, donde aparte de calles pacificas y elegantes grafitis en las
pulcras paredes, hay chicas vestidas de occidentales y no tapadas
hasta las orejas, nos reconcilian con parte de nuestro fatídico día.
¡Viva China!, en Terengganu. Pero, sobre todo, ¡viva la
tolerancia!, que esta ciudad parece transmitir. La visita promete.
¡Iremos contándolo!.
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