Esta y las tres siguientes son, de Bangkok
Por mucho que vengas a Bangkok, -y ya
llevamos siete veces en nueve años-, la ciudad te sorprenderá.
Nos ha hecho gracia, que algunos
coloridos tuck-tuck -ya no son tan ruidosos, exóticos ni cutres,
como hace una década-, dispongan incluso de wi-fi. La aldea global
expande sus tentáculos hasta los sitios más insospechados, como un
virus imparable o la lepra.
Nos ha atemorizado, en un país tan
pacífico como este -a pesar, de sus constantes golpes de estado-,
encontrar montones de fundas para pistolas, en loas centros
comerciales más transitados de la capital..
Nos ha encantado, que determinado
servicios de bus públicos -como el que va a la cercana isla, de Kho
Kret-, sean de uso gratuito, aunque desconocemos las causas y si la
iniciativa perdurará en el tiempo.
Nos ha malhumorado y llenado de
indignación, en un día de extremo calor, que haya algunos Seven
Eleven de la periferia -en plan muslium-, que no dispensen, ni
cerveza, ni bebidas alcohólicas.
Nos ha compungido, que cada vez haya
más obras empezadas y menos terminadas. Algunas, como la del templo
del Amanecer o las que tienen a Chinatown patas arriba, ya las
encontramos en nuestra última visita, hace ya tres años.
Nos ha confundido, que lleven tres
años sin dar un golpe de estado. Raro, raro, raro, teniendo en
cuenta la tradición local.
Estas tres son de la isla, de Kho Kret, en Bangkok
Por lo demás y a pesar del húmedo
bobhorno y de las persistentes lluvias vespertinas, nos dedicamos a
los imprescindibles de siempre: el Pho, Chinatown, el templo de
mármol...-, aunque siempre quedan nuevos lugares por descubrir, si
varias tus recorridos habituales. Por ejemplo, ayer, nos topamos con
un desértico y agradable complejo de templos, estupas, rocas y
cuevas, que nos sumió en un estado inmenso de felicidad.
Y, hoy, ¡el no va más!. A unos 16
kilómetros de Bangkok, -contad unas cuatro horas entre esperas y
tránsito del bus, para la ida y la vuelta-, se encuentra la
fantástica isla artificial, de Kho Kret -ubicada en el Chao Phraya-,
que parecería sacada de un cuento del país maravilloso de Alicia,
sino fuera por las persistentes y escandalosas motos, que campan a
sus anchas en un mundo de paz y de gentes genuinas y auténticas.
El lugar es idílico: casas de madera,
riachuelos, puentes, estupas -la más famosa, torcida-, templos
impolutos, fábricas de alfarería artesanal, plataneras y naturaleza
virgen, que provocan una humedad tropical insoportable. Sólo y
además de las motos y de los carritos de salchichas, hay dos cosas
que recuerdan a la maldita civilización: un garito, en plan
carretera del desierto americano de Nevada, con macarras y música a
tope -aunque sin señoritas visibles, al menos, por la mañana- y la
mundana realidad, de que para abastecerse de cualquier cosa en este
lugar, se debe coger el bote y cruzar al supermercado Tesco, en
tierra firme.
Un maravilloso y bullicios mercado y
un templo de bandera -cercanos a la isla-, completaron una jornada de
leyenda, que solo estuvo parcialmente malograda por el ya mencionado
asunto del transporte.
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