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sábado, 23 de septiembre de 2017

Cosas, que aprendí en Tokyo, durante la primera tarde (parte III, de III)

                                                         Todas las fotos de este post son, de Tokyo 
         No logramos entender -ni en la primera tarde, ni en todas las siguientes-, dos cosas bien evidentes, que parecen muy típicas e inevitables en el tercer mundo, pero, que chocan en el supuesto primer mundo.

          1ª.- Montoneras de bolsas de basura en los árboles, como en la España de los setenta, sin posibilidad de depositarlas en contenedores apropiados

          2ª.- Enormes monoraíles -que dan soporte a todo tipo de transporte-, elevados entre las principales arterias de la ciudad, provocando ruido y escasa visibilidad. ¡Que los haya en Bangkok, Delhi o Manila, es comprensible, pero en Tokio!

          El tiempo que se pasa en los semáforos es eterno -hasta tres minutos en una callejuela del tres al cuarto-, pero como el denso tráfico, parece que no funciona mal, los damos por bien empleados (ya nos acostumbramos a esto, hace un par de años, en Seúl).

          No nos engañemos, ni asumamos falsas esperanzas: conquistar un corazón japonés, resulta altamente costoso. Son fríos, como témpanos. Un ejemplo: tres chicas, que no se veían hacía tiempo, se emocionaron al reencontrarse, hicieron miles de reverencias con muchas sonrisas en los labios, pero nada de contacto físico

          Algo que nos encanta de Japón y que resulta novedoso en nuestros días es, que existen mapas de los interiores de las estaciones de ferrocarril, para que te puedas manejar en ellas. Son muy útiles, pero míralos parado, porque sino, la marabunta te arrastrará sin piedad.

          Un legendario mito tumbado, casi nada más llegar a Tokyo: nuestro primer tren en el país y era de cercanías, nos recogió con quince minutos de retraso

          Hablemos de los pachinkos, que son unos lugares insoportables, donde hay mucho ruido, muchos jóvenes mecanizados y con escaso cerebro, jugando a cosas, aunque no logramos entender, en ningún caso, ni la mecánica de los juegos, ni el objetivo a conseguir.

          Japón es el país de los pasos de cebra: en vertical, en horizontal o en oblicuo, da igual y todos entremezclados. Así, se solucionan los cruces, todos a lo bestia y sin rotondas (resulta especialmente mítico y sobrecogedor, el de Sibuya)

          Acabamos acostumbrándonos a la maldita manía de poner los precios de los supermercados sin IVA y luego, al pasar por caja, cobrártelo, con el suculento incremento. A mi, ¿que me importan los impuestos de Japón, si encima, no me los devuelven?

          En este ámbito, resultan curiosas las cajas, que te cobran solas -digamos, automáticamente- y que te entregan las monedas muy calientes. Cuando existe persona física, las charlas, que te dan las cajeras son contundentes, aunque saben, que no las entiendes (todo muy mecánico). Los supermercados -más bien, tiendas chinas gigantes y de varias plantas- Don Quijote -abren las 24 horas-, se muestran tan llamativos, útiles e inútiles, que no voy a dar más datos, para que los descubráis, personalmente.

          En los hoteles -no sé, en los de cuatro o cinco estrellas-, hay que descalzarse, sí o sí y no cabe ninguna negociación sobre el asunto.
Las bebidas alcohólicas de sabores, a precios imbatibles -unos sesenta céntimos la lata-, resultaron para nosotros uno de los grandes atractivos del país. Son cubatas de sabores, con unos 9 grados de graduación, que se adquieren bien fríos en supermercados, farmacias, tiendas de productos de limpieza e higiene.... Recomiendo, especialmente, el de mezcla de naranja y limón, aunque casi todos están buenos


          ¿Geishas, en Japón y por la calle?. Pues sí,que las hay y más, que en Tokyo, en Kyoto, sobre todo en la zona de Gion (la suya propia, que resulta deliciosa para pasear). Aunque, no llegamos a descubrir, si son verdaderas, maikos -aprendices de ese arte- o simples chicas con un disfraz, disfrutando del día.

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