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sábado, 30 de septiembre de 2017

A golpe de subidón y bajón, nos topamos con la gran sorpresa de Malasia

                                               Todas las fotos de este post son, de Kuala Terengganu        
          Arribamos, a Kuala Terengganu, con unas expectativas muy limitadas, fruto de nuestra ancestral vagancia, de preparar el siguiente destino, más allá de la cuestión logística. Y, es en verdad, que no merece mucho la pena, porque para determinados destinos -la mayoría,- no existen planos buenos y los monumentos resultan difíciles de calificar a priori -ni siquiera, viendo fotos en google, según su poco o mucho interés.

          Llegamos a media tarde y lo primero, que descubrimos para nuestro agrado es, que aquí nadie te da la brasa y que en definitiva, es una ciudad menos bestia, frustrante y menos abandonada, que Kota Bharu. No encontramos muchos hoteles baratos, pero conseguimos, recalar en el adecuado. Incluso, con aire acondicionado, lo que supone una novedad para nosotros.

          Sea por lo que sea, que yo no lo sé -aunque lo intuyo, pensando, que aquí se maneja mucha pasta- , a esta ciudad se le ven muchas más posibilidades, que a la mayoría de Malasia. La gente viste mejor, el tráfico es más ordenado y sobre todo, pueden permitirse sacar músculo en infraestructuras. Tanto, que algunas faraónicas y preciosas, las tienen abandonadas –el bazar Warisan y la colina Bukit Puteri- y en otras, se permiten el lujo de preverlas para cinco años y a fecha actual, no han hecho ni la mitad, pero sigue trabajando mucha gente en ellas, a día de hoy (cuando terminen el paseo marítimo, no antes de 2.020 -aunque estaba previsto para 2.017- será de los mejores de toda Asia),.

          Nuestro primer contacto profundo con la ciudad fue impresionante: un espectacular Chinatown -como nos ocurre a menudo, lo pillamos en fiestas-, plagado de casas y negocios en edificios coloniales, bien cuidados y con callecitas transversales llenas de murales, grabados, mosaicos y mensajes de concordia, paz y optimismo.

          Debo reconocer, que a la mañana siguiente, nos invadió el bajón. Tal vez, buena parte de la culpa la tuviera el licor chino de la noche anterior. El agradable, aunque aglomerado y oscuro mercado central, dio paso a todas esas infraestructuras en decadencia y al colapso del mencionado paseo marítimo, que hoy en día es más una frustración, que un desahogo, para quien quiera tener un rato de paz.

        Nos costó recomponernos, no lo niego, y mucho más, porque el calor húmedo nos resulta más insoportable cada día. Lo conseguimos por la tarde, visitando de corrido y porque quien anda mucho se lo acaba encontrando todo, esos fantásticos lugares, que no se menciona la maldita Lonely Planet, que tomamos prestada, sin permiso, del hotel de Bangkok. ¡ Así, tenemos nuestro castigo!

          Me refiero al Waterfront -que debe ser antiguo por el tipo de losas y probablemente, devastado por las inundaciones del monzón-, a otra colina, a un espectacular templo chino junto al mar, a un puente muy del estilo de Calatrava...


          Y, a la entrañable celebración china, que nadie nos supo explicar -o no supimos entender-, como se llama. Banderitas, camisetas de Red Bull, farolitos, templo iluminado, deliciosa comida, teatro de marionetas, desfiles y gente disfrutando del buen ambiente. Duró desde el viernes, al domingo.

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