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sábado, 23 de septiembre de 2017

Cosas, que aprendí de Tokio, durante la primera tarde (parte II, de III)

                                                                    Todas las fotos de este post son, de Tokyo

        Los esforzados nipones son expertos en le manejo del equilibrio en el transporte público a pesar de los frenazos y de las curvas. De hecho, en el metro, no hay casi sitio donde agarrarse. Mientras el vehículo circula a toda marcha, ellos juegan, de pie, a los Pokemon o hacen sudokus digitales. Mientras, otros duermen sentados, relajadamente, sin torcer la cabeza, en ningún momento o agachar la barbilla y ¡no se pasan de estación!.

          Apenas se ven bebes o niños de corta edad por las calles, en parques públicos o zonas de esparcimiento.

          Son frecuentes, los centros comerciales subterráneos eternos y no muy bien señalizados. Entre unas cosas y otras, no terminas de calcular, si pasas más tiempo bajo tierra que en la superficie. Aunque, esa impresión mejora con los días

          Las japonesas y los japoneses, nos parecieron menos feas y feos, que cuando los vemos en España u otras partes del mundo. ¡Deben mandar al extranjero a los menos favorecidos! Eso ya nos pasó hace más de veinticinco años, cuando fuimos a Alemania y descubrimos que no todos eran rubios.

          Abundan las chicas, ellos no tanto, con mascarilla en la cara por todas partes. ¡Hasta las cajeras de los supermercados!.

          Lo que comes -y esto es de lo más fascinante de todos estos esbozos-, sabe a lo que esperas y no, como en España, donde muchas cosas tienen un aspecto estupendo, pero no saben a nada. Muy parecido a lo que ocurre en Corea del Sur.

          Nos ha dado la sensación, de que pronuncian como escriben, porque siempre entendieron, donde queríamos dirigirnos, sin pestañear (igualito, que en India o en los países árabes).

          Los peatones son muy acelerados. Cuando vienen de frente, parece que te van a arrollar, pero en el último momento, se abren y cambian de trayectoria. Menos, claro está, en el famoso cruce de Sibuya

          Pocas cosas son caras en Japón, si exceptuamos los productos del supermercado. El transporte sale igual o más barato que en España y resulta más eficiente. Hoteles hay para todos los gustos, pero lo que si resulta prohibitivo son los bares y restaurantes.


        No es anormal, encontrarse centros comerciales excéntricos, que venden cosas -aparentemente irrelevantes o, al menos, no urgentes y que abren las 24 horas-, y seguro que les funciona, como negocio.

          Lo mismo te topas con tres supermercados en media hora, que con ninguno en un día entero. No hay normas, para un recién llegado acostumbrado a que en España haya dos o tres en cada barrio.

          Minimalismo: todo es pequeño en Japón. Los platos, las casas, las habitaciones de hotel, las toallas del baño (hemos tenido, que secarnos con una, de un tamaño inferior a una servilleta).

          En una tarde, no es fácil encontrar degustaciones gratis y deliciosas, pero con un poco más de tiempo y paciencia, das con los sitios donde probar las exquisiteces propias del país.

          Los frikis del manga, del anime, de los pachinkos, de las máquinas recoge-todo con el gancho -sean peluches, kinchi o hamburguesas- son pocos y no tan sobrevalorados como en occidente

          El rock japonés es muy bueno. Lo pudimos constatar, en directo, en el mismo hostel, donde nos trataron de engañar

          Nunca te cogen, ni te dan el dinero en la mano. Siempre tienes una bandejita para ese trámite.

          No hay gatos. No hay cibers -o están muy escondidos-, pero sí salas de relax para ambos sexos, aunque nunca revueltos.


          No encontramos borrachos durmiendo sus excesos, tirados por la calle. ¡Ni siquiera, nosotros!.  

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