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viernes, 25 de julio de 2025

Aix en Provence y adiós al sur de Francia

           Se acabaron las bondades de Flixbus en este viaje. El resto del transporte en Francia se paga a golpe de atraco, a mano armada.

          Dudamos de si ir, a Aix en Provence, pero a pesar del abusivo esfuerzo económico, no nos queda otra, porque lo demás sería malgastar el tiempo, que no nos sobra, ni estamos dispuestos a dilapidar o regalarlo.

          Pero pongamos los datos sobre la mesa: hacer unos 450 kilómetros entre Toulouse y Marsella y con Flixbus nos ha costado menos de 25€ por persona. Ahora, por los poco más de 20 kilómetros a Aix en Provence y por la misma distancia al aeropuerto marsellés, nos piden, respectivamente, siete y diez euros. ¡Porca miseria¡, ahora, que estamos a punto de largarnos, a Italia.

          Aix en Provence es un lugar interesante, aunque nada espectacular y se ve rápido, porque su atractivo casco histórico se pasea en un plis plas, tras visitar la agradable plaza del Ayuntamiento, el Palacio Episcopal y la algo decepcionante catedral.

          En Marsella, son muy típicas las tiendas de lavanda y de jabón del lugar. En Aix, hay que añadir las de magdalenas con forma de platillo volante, rellenas de casi todo lo imaginable, aunque a precios exhorbitados para una mente económicamente sana.

          En fin. Nos encontramos en el día siete del viaje, agotándolo y quedan cinco. La noche la7u6u7 pasamos en el aeropuerto de Marsella de forma muy cómoda y confortable, dado, que no existen controles de ningún tipo y puedes dormir en el suelo, cuantas horas quieras ( los asientos resultan una tortura). 

          Con todos los objetivos cumplidos, decimos adiós a este trepidante periplo por el sur de Francia y nos disponemos a afrontar el reto de unos pocos días por Calabria, unica región italiana, que todavía, no conocemos.

          Cada día, se nos va complicando la vuelta a casa, desde Valencia, porque los trenes y los autobuses no paran de disparar sus precios. ¡Eso nos pasa por perezosos! Estamos valorando, servirnos de Bla Bla Car, aunque la única experiencia en el pasado con esta plataforma fue realmente muy negativa.

          El vuelo de Ryanair, hacia Reggio Calabria sale con media hora de retraso, aunque eso no nos desestabiliza ningún plan. Llegamos a la punta de la bota del país transalpino y para nada, hace más calor -que ya es mucho-, que en el país galo

          Estamos en un pequeño aeropuerto y el bus al centro de la ciudad es frecuente y barato. ¡Pero no todo va a ser tan fácil en la desgobernada y caótica Calabria!

          Nos esperan días intensos y estamos dispuestos a asumir el reto, porque logros mayores en nuestras vidas, ya hemos conseguido muchos.

La inefable Marsella

           Tras la apoteósica madrugada en la rotonda -estación de Montpellier -, llega el temido e inevitable bajón. A las siete de la mañana, tomamos nuestro último Flixbus -a partir de ahora, el transporte nos saldría bastante más caro-, con destino a Marsella. No nos preguntéis, sobre el paisaje, que hay de camino, porque las dos horas y media, nos las roncamos enteras.

          Llegamos a la potente estación de autobuses, que comparte extenso territorio con la de trenes. Ahora, toca bajar la eterna e incómoda escalera, que nos deposita en el meollo de esta ciudad, emblemática en la literatura y el cine, no precisamente, por cosas buenas.

          Nuestra primera sensación es el caos. A pesar de las advertencias, no esperábamos encontrar aquí, una mezcla de ciudad de India, con el estilo de vida y experiencias del Nápoles de hace unas tres décadas.

          Desde el minuto uno, vemos que, la ciudad está llena de grafitis por todas partes, en una mezcla de lo artístico, lo bohemio, lo reivindicativo, lo elegante y a la vez, lo cutre.

          Hay que andarse con cuidado, porque los cruces de tráfico y las aceras no tienen ley conocida. En ellas, circulan patinetes y bicis a toda hostia, aparca quien quiere, montan extensiones de los negocios -incluidos maniquíes -, terrazas y los que les sobran y no lo esconden son los amedrentados peatones .

          Con Marsella, no ha podido ni Booking, dado que hay decenas de alojamientos de los que no hay ni rastro en la plataforma holandesa y que se asemejan  a pensiones madrileñas mal mantenidas de finales de los años ochenta del siglo pasado. Eso si: es de agradecer, que todos estos establecimientos muestren claramente sus precios en recepción, por lo que te ahorras preguntas y molestias.

          En un antro de estos acabamos, pagando cincuenta euros en metálico -ni bizum, ni tarjeta -, con baño compartido, en lo que va a ser a todas luces la peor y más vintage habitación del viaje.

          Marsella es, como es y sobrevive a su turbio pasado de gánsteres y droga, como puede, aunque con bastante esfuerzo y optimismo colectivo.

          El puerto es menos decadente de lo esperado y su transitar por él, se nos hace largo, debido al insoportable calor y a la convulsa y decepcionante zona.

          Marsella no tiene grandes atractivos indiscutibles y apuesta sus bazas al antiguo y oscuro barrio de Le Panier. Debemos reconocer, que se lo han currado, para hacer tan atractivo, lo que fue un núcleo truculento, temible y detestable.

          Las calles y los edificios no son gran cosa, pero se han esmerado en llenarlas de grafitis, plantas o adornos, que les hacen ganar mucho fuste y que resultan muy agradables para el paseo, al ser también y en muchos casos, vías escalonadas. Se nota, fehacientemente, el esforzado deseo de los marselleses de romper con su sospechoso pasado.

          Tras una mañana trepidante y apasionante, el cansancio nos vence y agotamos la tarde a duras penas sobre la descuidada cama del hotel, apenas asistidos por un maltrecho ventilador.

jueves, 24 de julio de 2025

Montpellier

           Llega el lunes y por tanto, nuestro quinto día de viaje. Nuestro hotel está a dos minutos de la Avenida de Varsovia, donde debemos tomar el Flixbus, que nos lleve a Montpellier. Hoy, con sol y claridad, esta calle parece otra cosa, aunque no puede disimular su aspecto tercermundista.

          El bus parte y llega puntual, después de circular a través de un paisaje insulso. Al menos, el aire acondicionado nos protege del sofocante calor exterior.

          Nos dejan en una rotonda con varios andenes, a más de cuatro kilómetros del centro. Hay tranvía hasta allí, pero como siempre, nos decantamos por andar, a través de barrios sórdidos de infumables aceras. Al menos, nos topamos con un supermercado Auchan, con precios interesantes y con numerosas posibilidades de apagar nuestra insaciable sed.

          Montpellier nos sorprende, agradablemente, por su amabilidad hacia el viajero, antagónica, a la hostil Carcassonne. Abundan las calles peatonales, la música callejera, el tránsito tranquilo, las terrazas bien ubicadas -que raro -, ...

          El punto de partida es la enorme, variopinta y animadísima plaza de la Comedia. Todos los lugares de interés están muy bien indicados en carteles, donde además pone los minutos, que se tarda en llegar.

          Y el patrimonio es más de lo previsto: dos arcos de triunfo, una impresionante y original catedral, varias iglesias, un acueducto antiguo, una torre puntiaguda, museos para aburrir...

          Es 14 de julio, fiesta nacional y es, que a nosotros, por suerte y/o por desgracia, siempre nos tocan todos los eventos, vayamos donde vayamos. Pero, no hay problema, porque casi todo está abierto y debido a la amplia movilidad, hasta los supermercados han ampliado sus horarios, hasta casi la madrugada.

          Eso si y debido a la misma causa, los hoteles están a precios inalcanzables por lo que toca otra noche en la calle sin más alternativa viable. Además, no nos merece la pena el desembolso, porque el bus para Marsella sale a las siete de la mañana.

          Entre cervezas y más cervezas volvemos al punto de partida, donde nos dejaron hace horas. Como dije, no hay estación, sino una rotonda y varios andenes, donde cogen y dejan viajeros las compañías de buses de bajo coste, como Flixbus, Bla Bla Car o marcas blancas francesas o portuguesas.

          No sabemos, si este es un modelo premeditado de transporte o no, pero nos encanta porque al evitar los costes de la construcción de una terminal, se eliminan los cargos a las compañías y por ende, a los usuarios, beneficiando a todos.

          Asi, que nosotros, tan satisfechos y enamorados de esta práctica rotonda atípica en un país europeo, por la que fluyen gentes de todo tipo, en un barrio agradable y no tan cutre como otros, que hemos visto y donde por goleada, ganan los habitantes árabes, salpicados por unos pocos subsaharianos. Tiendas y restaurantes de todo tipo, hasta romper la imaginación, abiertos hasta la madrugada, aprovechando el continuo flujo de tránsito humano.

          Estamos cansados, medio borrachos, pero encantados por haber vivido esta fantástica madrugada de impagable crisol 

Carcassonne

           Pues si. Llegamos a Carcassonne con el cielo ennegrecido y cayendo una tromba de agua impresionante. No hay estación. Nos dejan tirados en la truculenta y anegada Avenida de Varsovia, que parece el escenario idóneo de una serie de mucho miedo.

          Tras casi una hora, esperando, a que escampe, debajo de una frágil parada de autobús urbano, nos encaminamos al centro, que no está demasiado lejos. Transitamos por un barrio feo, aunque encontramos un par de iglesias de postín, encajonadas en calles inverosímiles e intransitables, porque sus aceras no miden ni medio metro y hay que parar y refugiarse, cada vez, que viene un vehículo. En medio de tanto incomprensible desastre tercermundista, hallamos varios hoteles a más de cien euros la noche. Llegamos a la plaza Carnot. Se ve, que estamos en fiestas patronales, porque en las calles adyacentes cuelgan un sin fin de banderolas. La lluvia ya ha cesado y un grupo musical ensaya sobre un escenario. Con un poco de suerte, está noche asistiremos a un concierto, que nos alivie la vida, porque ya hemos desestimado definitivamente, encontrar alojamiento.

          Vuelve a pintear a ratos, pero seguimos nuestro camino hacia la increíble ciudad fortificada. Primero atravesamos un barrio deprimente, hasta llegar al largo y difuso puente viejo. Después, llega una calle peatonal plagada de restaurantes y pequeñas terrazas, que funcionan a medio gas. Y tras esto, una larga cuesta y la mitad de la nada que nos acaba llevando hasta una de las murallas más increíbles, que hayamos visto en el mundo.

          Desconocemos la causa, pero se construyó un recinto amurallado doble y con remates muy imaginativos, irregulares y preciosos. Dentro, un patrimonio histórico increíble, compuesto por un castillo espectacular, varias iglesias, la catedral, palacios, calles con encanto y los negocios turísticos de siempre con precios y formas de obrar, que rayan con lo insultante.

          Como ya dije, este lugar es una joya imprescindible, aunque no da para más de un par de horas y eso, si te recreas o entretienes mucho. Pero, bueno. Como es tarde y a punto de anochecer, casi no hay nadie y es de agradecer. Y aún más satisfactorio, cuando regresamos al amanecer.

          Y por medio, pasa la noche. Efectivamente, asistimos a un concierto discreto, no muy de nuestro gusto y a casi un atropello fatal en nuestras carnes, fruto de la imprudencia de un conductor en esas calles imposibles, diabólicas y casi sin aceras.

          Lentamente, entre paseos y sentadas, entre vodka y cervezas, entre conversaciones cruzadas de gente, que vienen y van, llega la madrugada y el amanecer, ya sin nubes y con pletórico sol.

          Hoy, si tendremos hotel y tocará descansar la mayor parte del día al abrigo del potente aire acondicionado. Pero, ¡nuestros 72€ nos cuesta!

          

miércoles, 23 de julio de 2025

Toulouse

           Estamos cansados, aunque finalmente, llegamos a la Plaza del Capitolio, el corazón de Toulouse, tras recorrer la calle que va desde el puente de San Pedro y que no es peatonal, a pesar de su empedrado y de sus tiendas y restaurantes.

          Tras el intento fraudulento de una reserva de habitación con Airbnb -primera -y última en nuestras vidas-, la deleznable, pero segura Booking viene en nuestro rescate. Por 44€ logramos una alcoba en un piso turístico compartido, que se encuentra a cinco kilómetros del centro. Llegar hasta allí resulta bastante atropellado y molesto. El lugar es regulera, pero agradecemos esa nueva moda imperante de dotar a las habitaciones con cafetera (a veces de cápsulas).

          La enladrillada Toulouse nos recuerda en cierta medida a la rojiza Bolonia, aunque no en todo. Esperábamos algo más de este lugar, que se vertebra en torno a la nada espectacular plaza del Capitolio y en las agradables riberas del río Garona. El antiguo hospicio, diferentes iglesias y sus entretenidas calles históricas y comerciales, se convierten en el mayor atractivo para el curioso visitante.

          La zona del alojamiento resulta muy residencial, pero a escasos diez minutos andando se encuentra un Aldi, rodeado de numerosos negocios típicos -kebabs, peluquerías hipster y demás -, regentados por árabes. Todo muy animado.

          Como cuando estuvimos en Burdeos hace poco más de un año, nos damos cuenta, de que los precios de muchas cosas, son más baratos, que en España (no así, el vino y la cerveza). Por ejemplo: el tabulé patrio del Lidl de 400 gramos, que cuesta 2,45€, aquí es de medio kilo y sale por 1,39.

          Afortunadamente, el sábado y tercer día de viaje amanece nublado y con cierto frescor. Rematamos la visita a la ciudad con más ánimo y a media tarde, junto a la estación de trenes y al famoso canal navegable Midi, tomamos un baratísimo bus , a Carcassonne.

          Sin Ryanair -como siempre - y sin Flixbus, este viaje -como tantos otros-, no hubiera sido posible. Coger autobuses regulares en Francia o trenes, es el atraco del siglo. Baste decir, que en Marsella, para cubrir poco más de veinte kilómetros hasta el aeropuerto te soplan 10€.

          Finalmente, el bus, que es subcontratado con otra compañía, resulta cómodo, aunque no funciona, ni el wifi, ni el baño. Tras hora y media, llegamos al destino, mientras somos testigos del diluvio universal. Debemos protegernos bajo una parada de autobús urbano, casi una hora, antes de llegar a la plaza principal -se celebra el Carcafest y a mi pareja le digo con sorna, que ya era hora, de que encontrara su festival - y de acceder a la bellísima, pero efímera -es una joya, pero la visita no dura más de dos horas, alargandola- ciudad antigua y fortificada.

          Hoy, con ligero fresco y sin haber traído jersey, toca pasar la noche al raso y sin alojamiento, cuyo precio es de los más elevados en el país galo. ¡Ya veremos, como nos pinta, aunque todo termina pasando y normalmente, con menos padecimiento del esperado!.       

No nos gusta la Alta Velocidad: camino de Toulouse

           Nos encanta surcar los cielos de todo el mundo -aunque sea con inesperadas y abruptas turbulencias- y ya llevamos 295 vuelos sobre nuestras espaldas. Pero no nos ocurre lo mismo con la Alta Velocidad ferroviaria, la cual detestamos. Asientos incómodos -se supone, que son para poco tiempo -; paisajes, que pasan demasiado deprisa -cuando los hay, que es casi nunca, porque no dejas de ver alambradas, muros, pasos elevados y poco más -; ruidos constantes y molestos -sobre todo, al cruzar los interminables túneles - y constantes mensajes por megafonía, pidiendo el mismo silencio y compostura, que ellos no respetan.

          Nuestro viaje a Madrid, debería haber durado cincuenta y cinco minutos, pero por problemas operativos -nunca los detallan-, se va a una hora y veintetres, lo que supone un retraso del 50%. Luego y con asfixiante e insoportable calor, llegamos a Chamartín, que está a tomar por el culo de todo. Para que queremos High Speed, si nos toca hacer una pausa de cuatro horas, hasta tomar el tren veloz a Valencia, que llega con cuarto de hora de retraso.

          De verdad, nosotros somos más del "chucu chucu" de toda la vida, de esos convoyes con olor a tortilla y pimientos, de los descamisados e inmigrantes -y no de los ejecutivos- y de llegar a Príncipe Pío, que está en el centro. No nos gusta , ni estar media hora antes en el andén, ni que nos controlen o fisguen el equipaje, como en los aeropuertos.

          En fin. Que vamos , a lo que vamos. Llegamos a Valencia a las once y media de la noche con una humedad, que nos revienta y aturde. El metro al aeropuerto tiene un precio abusivo, pero da igual, porque a estas horas está echando el cierre (no parece normal) 

          Pues nada: ponemos el GPS, nos aprovisionamos de cervezas y ponemos rumbo, a Manises, que se ubica a unos doce kilómetros, por un camino anodino, plagado de barrios residenciales, aunque sin demasiadas dificultades de tránsito, salvo un tramo de carretera sin aceras.

          Sobre las tres de la madrugada llegamos al aeropuerto. En una de las entradas nos controlan la tarjeta de embarque. Nos damos al vodka, para dormir mejor y así lo hacemos sobre el suelo durante tres horas, sin ser molestados, levantándonos aturdidos y desconcertados.

          El embarque es sencillo y rápido, aunque tenemos, que sacar los botes con los líquidos y enseñarlos, porque carecen de la tecnología de Barajas. Ryanair nos ha sentado casi juntos, en un vuelo repleto, pero tranquilo, que nos deposita en Toulouse, sobre las diez y media de la mañana.

          Estamos a unos diez kilómetros del centro y en teoría, existe un tranvía, que te lleva hasta allí por 1,50€. Pero, en turismo nos informan, de que no, que se encuentra en obras, aunque diríamos y tras la exploración sobre el terreno, parece abandonado. La alternativa es un autobús, que sale por 9€. Calor infernal, sol delirante y otra vez, que toca andar. Trayecto tan sencillo, como anodino, aunque con bastante sombra.

martes, 22 de julio de 2025

Un viaje con algunas novedades

           Antes de entrar en detalles y en desarrollo cronológico de este periplo de doce días por el sur de Francia y Calabria -única región de Italia, que nos quedaba por conocer-, quisiéramos destacar que este viaje y por necesidades del guión, ha traído unas cuantas novedades, que han afectado a nuestras consolidadas rutinas 

          Vamos con algunas de ellas:

          -Caducados los bonos gratuitos de Media Distancia, nos tocó rascarnos el bolsillo para ir, a Madrid, aunque no salió muy caro (7€, en AVLO). No fue novedad tomar el primer vuelo desde Valencia, porque estamos acostumbrados a partir desde la periferia debido a los altos precios desde Barajas.

          -Primera -y última- experiencia con Airbnb. Nos habíamos resistido con firmeza a usar esta plataforma y los hechos nos han dado la razón. En Toulouse, los precios eran mucho más bajos, que en Booking, así, que probamos, con unos resultados absolutamente negativos, porque el proceso de reserva es larguísimo y como si fueras a abrir una cuenta bancaria por internet, para hacer una simple reserva, te piden fotos de tus documentos, selfies y videos. ¡Increíble!

          Segundo, porque no te lo confirman en el momento, dando un plazo de 24 horas al propietario de la habitación para decidir. Mala cosa, porque nuestra petición era para dentro de 3. Finalmente y en breve, nos rechazaron sin ninguna explicación, pero no nos devolvían el dinero hasta una semana después. Afortunadamente, nuestro banco había bloqueado el pago por sospechoso. ¡Una y no más!

          -Vuelta a Bla Bla Car, después de once años. Nos despistámos y no compramos a tiempo los billetes de vuelta desde Valencia en tren y subieron, como la espuma, a precios desproporcionados. Habíamos usado esta plataforma cochera una sola vez en 2014, con resultados muy lamentables y caímos en el desánimo. Pero, a la fuerza ahorcan y no nos quedo otra, porque el trayecto Valencia - Madrid, nos salía cuatro veces más barato. Afortunadamente, está vez, la aventura ha resultado buenísima y hemos compartido un montón de experiencias de muchos quilates.

          -Vuelta al ALSA, después de tres años para el recorrido entre Madrid y Valladolid. Y más vale, que nos acostumbremos, porque es, lo que hay para el futuro, si el gobierno no lo remedia. Nos hemos sentido extraños, incómodos y tristes, pero seguro, que ya se nos pasará.

          De las demás novedades -ya menores- y de nuestras andanzas del día a día os hablamos en la siguiente serie de artículos.

De la invención del"interair", al viaje ✈️ roller coaster

           Hace un par de años y motivados por los altos costes de viajar por Europa, fuimos los creadores del modelo "interair", de los que hemos realizado tres, desde entonces. Se trata, en resumen, de recorrer de forma -mas o menos fugaz-, diversos países y ciudades del continente, durmiendo en aeropuertos por la noche y haciendo las visitas por el día. De vez en cuando, eso sí, un hotelito reparador.

          Ahora y tras varios experimentos previos, hemos desarrollado el patrón "viaje montaña rusa" (roller coaster, que dicho en inglés, suena más elegante). No es la panacea de la felicidad, ni algo pensado para gente cómoda, pero se ahorra muchísimo dinero y sobre todo, se tiene la sensación, de que no te están explotando turísticamente, cosa hoy en día muy difícil de evitar.

          La fórmula no tiene muchos secretos y si, bastante esfuerzo. Se trata, de ir alternando noches de hotel o apartamento con otras sin ellos. El día con alojamiento es el momento álgido y se aprovecha para llevar a cabo todas las actividades y planes. Para la noche por ahí -si no hay aeropuerto- se debe ser creativo y encontrar entretenimiento. La mañana siguiente es horrible, aunque se pueden seguir haciendo cosas a medio gas. Y, a mediodía -o algo más tarde-, llega el nuevo check in y la hora de regalar el resto del día en la calle a quien lo quiera. Y, de nuevo a empezar. Hay, que decir, que gracias a este método, hemos tenido experiencias nocturnas tan reconfortantes como divertidas.

          Y lo más importante: hemos logrado, que en Francia e Italia, la media del gasto por noche no supere los 25€ y un viaje de 12 días por estos territorios, nos haya salido por menos de 600 pavos. A nuestra manera, seguiremos luchando contra la sangrante especulación turística, que se lleva todo por delante.

          Al margen de estas consideraciones decir, que este viaje ha contado con algunas novedades importantes, aunque esas os las contamos en el próximo post. De momento, señalar, que hemos cumplido todos los objetivos trazados y que los nueve destinos previstos han sido visitados con rotunda facilidad y sin más inconvenientes, que los que presenta el día a día.

          Detallamos nuestro itinerario y los medios con los que lo hemos llevado a cabo:

        -DIA 1: Valladolid - Madrid - Valencia (AVLO)

         -DIA 2: Valencia - Toulouse, con Ryanair, visitando esta alegre y vistosa capital.

          -DIA 3: Toulouse - Carcassonne (Flixbus).

          -DIA 4: Carcassonne.

          -DIA 5: Carcassonne - Montpellier (Flixbus) con disfrute de esta vibrante ciudad.

          -DIA 6: Montpellier - Marsella (Flixbus) y a pesar del calor, locura por la antigua capital de los gánsteres.

          -DIA 7: Aix en Provence y noche en el aeropuerto.

          -DIA 8: Marsella - Reggio Calabria -con Ryanair - y visita de esta caótica ciudad. 

          -DIA 9: Reggio Calabria - Scilla - Tropea (Trenitalia). Dos magníficos pueblos costeros

          -DIA 10: Tropea - Lamezia, con Trenitalia, para conocer el destino más tercermundista de Italia.

          -DIA 11: Lamezia - Valencia, con Ryanair.

          -DIA 12: Valencia - Madrid, con César, de Bla Bla Car y finalmente, a Valladolid, con ALSA, después de mucho tiempo de divorcio con esta compañía.