domingo, 17 de agosto de 2025
miércoles, 13 de agosto de 2025
La pícara de la linea de Barajas.
Hace mes y medio, que se nos acabaron los bonos gratuitos de Cercanías y desde entonces, aunque hemos ido varias veces a Madrid, no hemos utilizado este agitado servicio de transporte.
Sin lugar a dudas y teniendo en cuenta, que dichos pases nos permitieron durante tres años, recorrer de cabo a rabo la Comunidad de Madrid, uno de nuestros trayectos estrella fue el del aeropuerto, donde fuimos, casi constantemente, tanto para tomar aviones a destinos infinitos, como para dormir a pierna suelta y evitar la devastadora especulación de la implacable y demoledora hostelería capitalina.
Fue el pasado 17 de mayo, cuando pernoctamos por última vez en las instalaciones de Barajas, en plena crisis provocada por la derechona y la ultra de lo mismo, sobre los mendigos del aeropuerto, que supuestamente, tanto daño nos hacían a todos.
Ya escribí varias veces sobre este tema y de momento no voy a hacerlo más, pero insistir, en qué los mendis no suponían ningún problema -la mayoría son trabajadores pobres-, más allá de unos cuantos enfermos mentales, abandonados a su suerte por todas las administraciones.
Desde hace meses, tenía ganas de escribir este post, pero nunca encontraba el momento.
No os voy a hablar, de una mendigo al uso, sino de una pícara de manual, con un guion muy bien aprendido e interpretado, que pululaba con bastante éxito -tal vez, aún siga-, en la corta -tres estaciones- línea entre Chamartín y Barajas, sin que las distintas autoridades pusieran coto a su molesta, delictiva y compasiva actividad.
La historia, aunque inconsistente por múltiples detalles, daba penita porque ella sabe sacarle el jugo y tocar esa fibra sensible de los imbéciles. Mujer cuarentona -o más -,supuestamente abandonada, sin trabajo, enganchada a una máquina por problemas respiratorios; madre de un adolescente vilipendiado y olvidado por los servicios sociales, a los que no tenía intención de entregar, aunque solo fuera por beneficio del menor y primando su brutal ego, por encima del bienestar del chaval.
Por cierto: en las más de veinte veces, que asistimos a este lamentable espectáculo, nunca vimos al adolescente y no descartamos , que sencillamente, la película sea inventada, como todo su perfil y su áurea. La mujer, aunque llena de contradicciones tocaba/toca todas las fibras sensibles, soportando un cúmulo de desgracias injustas e infinitas.
Tonta no es y la línea ferroviaria en la que pide, no la eligió al azar, porque el tren de Barajas es muy frecuentado por gentes de clase media o alta -muchos de ellos, hispanos del otro lado del charco -, que no dudan en conmoverse y echar mano a la cartera de forma muy generosa.
Ella no acota los campos y pide desde comida -aunque esté caducada, cosa , que por supuesto, todos llevamos encima -, hasta -pasando por mil propuestas -, pagos por Bizum, sin sonrojarse o titubear.
Y, aunque su planteamiento es tan precario como inconsistente, le acompaña el éxito. Hay mucha gente de ciertos posibles y llegados a nuestro pais desde allende los mares, que no le supone ningún esfuerzo lavar su conciencia obsequiándola con diez o veinte euros.
Chapó para esta mujer, porque ganarse la vida pidiendo y convenciendo no resulta fácil.
Cada día, hay más gente mendigando limosna -o lo que caiga- en los trenes de Cercanías, combinándose tres realidades: los usuarios del servicio los ignoran, las autoridades son permisivas con ellos y sus lamentables vidas no les llevan a otro sitio, que a la frustración y a la perdida de un tiempo, que por otra parte, les sobra. Casi nadie se traga tanta historia truculenta, a diferencia de los logros de esta pícara.
Ella es diferente y tal vez, algún día también, os conmueva a cualquiera de vosotros.
martes, 12 de agosto de 2025
Deambulando por agosto
La noche languidece y por otra parte, ya iba siendo hora, porque el panorama y nuestras vidas, en general, ya no dan mucho más de si. La madrugada muere, aunque sin casi energías, caminamos por la cada vez más angosta San Bernardo, rumbo a Bravo Murillo y a nuestro objetivo, Chamartín, hogar de la Tita Clara (Campoamor).
Por fin, aunque por poco tiempo, un delicioso aunque tenue aire refresca nuestra faz y nos recuerda, que no todo está perdido aún, mientras contemplamos, como una panadería artesana expande poco a poco sus agradables -aunque clásicos - olores; un Uber frena de milagro, instantes antes de atropellarnos o un descarriado -más todavía, que nosotros- nos interroga, sobre un cercano y mítico after hours. Estamos nosotros más bien, para hacer un homenaje a Ramoncin y a sus litros de alcohol venosos, que para facilitar respuestas.
Con las legañas colgando y con el último aliento suave del amanecer, llegamos a Chamartín, donde aún nos quedan cinco horas para tomar nuestro Alta Velocidad de retorno a casa. Tan larga espera, para luego, viajar tan rápido y fugaz, nos parece tan absurdo, como nuestro devenir de los últimos findes de este verano.
Después de lidiar -deberíamos habernos enfrentado, pero no tenemos fuerzas- con la borde de turno que lleva por bandera su amargura y que la hicieron princesa, cuando la contrataron para el control de equipajes, estamos sudando -ni un ventilador de soplido tienen, en la Alta Velocidad patria- en la insufrible y siempre provisional sala de espera de Chamartín. RENFE va de low cost guay por la vida, pero debería apuntarse a la lesson one del curso iniciático de Ryanair, sobre como hacer la mayoría de las cosas, para no tratarnos a los viajeros, como mierda mutante.
Salimos algo tarde, aunque llegamos un par de minutos antes. Siempre, más pendientes del reloj, que de nuestras propias y extenuadas vidas.
El próximo puente de mediados de mes, no iremos al Lago de Sanabria, como estaba previsto. El plan no cuadra: escaso transporte y camping lejano y caro nos han disuadido.
Iremos a Gijón, con nuestro bono de ALSA y a saber, como nos moveremos y volveremos, porque todo el transporte en esas fechas está requetepetado.
Esa saludable incertidumbre, que a mí me alimenta y a mi pareja no le gusta nada, nos mantendrá vivos en las insufribles temperaturas.
Ella y yo tenemos un pacto no escrito: la lío, constantemente, pero con el compromiso de resolver, la situación. Más bien, lo del conocido dicho de Juan Palomo .
lunes, 11 de agosto de 2025
San Cayetano y San Lorenzo, en Madrid
Son las cinco de la tarde del viernes, cuando llegamos a Madrid, aplastándonos el mazo solar y con 41 grados a la sombra. La caótica y eternamente inacabada estación de Chamartín -menuda gracia le haría, si Clara Campoamor levantará la cabeza -, es el mayor campo de minas, con equipajes vertiginosos y con ruedas, del que resulta todo un éxito conseguir salir.
Toca ir andando, porque no tenemos prisa y por el camino nos vamos derritiendo como si fuéramos frágiles polos de hielo de marca blanca. Al menos y tras contemplar, que en Madrid, no hay casi guiris, llegamos a la fresquísima limonada de la calle del Oso, ataviada, como cada año, con mantones de manila y pañuelos chulapos, donde la Tuna ofrece un animado y casposo espectáculo.
Vivimos a tope la tradicional fiesta de San Cayetano, que mañana enlazará en otros cercanos escenarios con la de San Lorenzo y el finde venidero, con las de la Virgen de la Paloma, en Cava Baja, la plaza de la Paja y las Vistillas.
Que Madrid está casi vacía en agosto -nada comparable, de todas formas, a hace treinta o cuarenta años - lo denota, los baratos precios de los alojamientos para estos días. Conseguimos -tercera estancia en cuatro meses-, una cápsula doble en el hotel de Usera. Muy ventilada, pero sin aíre acondicionado, que termina casi siendo frustrante, de no ser, porque el poderoso frigorífico de la cocina ha convertido en salvador granizado, nuestro zumo de naranja y mandarina del cercano Lidl.
Llega el sábado y la ola de calor nos sigue torturando. Hasta la tarde, el día es de perfil muy bajo -porque no hay exposiciones nuevas y otras, estan cerradas-, por lo que estamos más preocupados por combatir la asfixia, que por hacernos personas de provecho. El aire acondicionado del Palacio de Correos de Cibeles nos acaba devolviendo nuestras constantes vitales, mientras contemplamos algunas interesantes muestras.
Del asfalto y de las paredes de los edificios sale fuego. Los osados caminantes no podemos transitar sin una botella de la mano a la que recurrir, constantemente.
La tarde termina siendo algo frustrante, porque la cacareada Fiesta Bresh, acaba convirtiéndose en una agónica y tediosa sesión DJ de mal gusto, con las invasivas barras de los bares cercanos, a golpe de estafa, con minis de cerveza a 9€ y con patatas bravas -normales, picantes, picantísimas, o que te harán llorar- a uno más. ¡Hoy en día, ya ningún hostelero se corta o enrojece!.
Tras diversos movimientos insustanciales y perfectamente prescindibles, terminamos ya de madrugada en la plaza de los Cubos, viendo, como otras veces, como la gente devora hamburguesas del MacDonalds. Una oronda, maleducada e ignorante chica de 19 años, alecciona a sus nuevos amigos, sobre las poderosas razones para votar a Vox e ir a manifestarse a la cercana calle Ferraz. Cuando la acusan de no tener estudios, se vuelve muy violenta y contrariada, espetando: "Claro, que los tengo. He sacado la ESO". Si el mundo, hoy en día, está fatal, ya no os cuento de madrugada.
¡Odio eterno a la Alta Velocidad española!
Llega el segundo finde de agosto, torturados por la eterna ola de calor, que apenas, nos deja sobrevivir. ¡Odio visceral a este verano, que tiene pinta de no terminar nunca!.
Tomamos el AVLO de las 15:50 del viernes, rumbo a Madrid. Es el único horario, cada día, que sale a cuenta por precio para ir a la capital. Como ya he dicho más de una vez, no nos gusta la Alta Velocidad y menos, la de RENFE (Ouigo tiene un pase, Iryo todavía no la hemos probado).
El convoy va abarrotado de gentes modestas agosteras, con enormes bultos colgando de todas partes, que apenas consiguen manejar, acudiendo a prácticas iniciáticas de trileros.
No sé, porque quizás, siempre optamos por las gangas, nos ha vuelto a tocar la fila 1. Espacio amplio para los pies en la salida de emergencia, pero a cambio, estrecho asiento, que se abre y cierra, como si fuera el de un cercanías o el de un bus urbano. Ya sabemos, que a Madrid son solo 50 minutos, pero este tren llega hasta Alicante y tarda tres horas y estas no son formas de viajar.
Será casual, pero nos ha vuelto a tocar -una vez más-, acomodarnos , es un decir, en el coche 8, uno de los que llevan la maldita máquina de refrescos y snacks y que suelta una demoledora letanía acústica, cada vez, que se produce una extracción. No se, porque hoy en día, hablan tanto los cacharros y achiperres diversos y tan poco, las personas. Y también, instrucciones eternas por la megafonía, sobre lo que podemos hacer y lo que no.
¡Tendré, que ver si en Temu, me puedo comprar un vagón del silencio a 2€!.
Y nada. Arrancamos tarde, como siempre. Donde habrá quedado aquella publi del AVE, de que si llegabas cinco minutos tarde, te devolvían el dinero. Entonces, eran trenes de ejecutivos y no, como ahora plagados de inmigrantes en chanclas, con cuerpos escombro, de veraneantes en apuros y de gilipollas, como nosotros, que no saben estarse quietos en casa.
No nos sale a cuenta la Alta Velocidad. No solo por los anodinos paisajes devorados sin casi verlos o por los molestos ruidos en los túneles -en esta línea está el de Guadarrama, que es el más largo de España, con 28,5 kilómetros -, sino por la suma de tiempos del viaje.
Veamos: con el Media Distancia y a la céntrica Príncipe Pío son unos 165 minutos, el chucu chucu de toda la vida y contemplando bonitos paisajes e interminables y rancios pueblos castellanos. ¡Ya está!.
Hagamos la suma con el AVE. Presentarse media hora antes, para que en el control de equipajes, la malalechera empleada de turno, te toque los huevos -u ovarios -, porque has cometido el imperdonable delito de llevar un cuchillo, no para asesinar al maquinista, sino para abrir el pan y rellenar el bocadillo.
Añade la hora de viaje -retraso incluido- y ya llevamos 90 minutos, que se ponen en más de 100, cuando tratas de salir de la caótica Chamartín, practicando eslalon con los interminables y mal conducidos y voluminosos bultos con ruedas, que amenazan con llevarte a La Paz y de paso, dejarte sin más planes y cabreos, durante todo el verano.
Ahora y en mitad de la nada, te toca llegar al centro. Eliges entre ir andando, a 40 grados, coger varias conexiones de autobuses o sumergirte en el truculento y aventurero mundo de Cercanías, donde la adrenalina siempre, la tienes garantizada
Suma y sigue y al final, si acaso, dentro de cuatro horas has llegado, donde querías.