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lunes, 5 de mayo de 2025

De Faro, a Lagos (Parte II)

           El camino entre Loulé y Silves no resulta demasiado atractivo, sin acceso al mar y salpicado de pequeños y desordenados núcleos urbanos.

          Así, que entretengo el tiempo recordando el duro golpe, que me di ayer en la rodilla, con un bolardo, cuando íbamos hacia la Nunciatura y que ya casi no me duele. También, me vienen a la mente dos situaciones vividas en la jornada precedente: la del chulesco tipo, que engullía a la vez dos helados de cucurucho -uno en cada mano- en el McDonald's de Barajas y la del parking del aeropuerto de Faro, donde a los coches mal aparcados, les habían colocado enormes cepos en las ruedas. ¡Ojalá hicieron eso en España!

          Llegamos al destino y ya no hay lugar para más pensamientos, porque la realidad va a ser dura y estresante. Pretendemos tomar el tren de las 19:33, que nos deposite en Lagos, antes de anochecer, por lo que tenemos apenas dos horas y cuarto para llevar a cabo los dos kilómetros y medio, que hay hasta el centro, ver la ciudad, comprar en un cercano Lidl y volver a la estación. ¡Con la lengua fuera!

          El trayecto es mucho más sencillo, que el de esta mañana, hacia Loulé, aunque resulta bastante rompe piernas por las numerosas cuestas. Desde la carretera se contemplan las vistas más globales del impresionante castillo, que junto a la soberbia catedral, forman los principales elementos del pequeño, coqueto y empinado casco histórico. Un lugar bastante agradable, ¡si no fuera por estas prisas y la sudada, que llevamos encima!

          A las 19:25 horas estamos de regreso en la estación. Las ventanillas han cerrado a las 19:00 y no hay nadie de la compañía para atender dudas o vender billetes. Ni en Faro, ni en Loulé, ni aquí - ni más tarde, en Lagos -, hemos visto una sola máquina automática de expedición de tickets.

          Pero lo peor de todo no es eso, porque el tren requerido no llega a aparecer nunca y el de las 20:26, que es el siguiente, llega con tres cuartos de hora de retraso. Por supuesto, el convoy circula sin revisor, por lo que los billetes nos salen gratis. Salvo los maquinistas, parece, que en los trenes portugueses no trabaja nadie a partir de las siete de la tarde.

          Por el camino, reservamos alcoba en el Hotel Caravela, por 30€. Habitación pequeña, aunque adecuada, con baños y cocina compartidos. Bastante céntrico y rodeado de innumerables e interminables terrazas, a estas horas, abarrotadas de turistas extranjeros. Pero, a nosotros no nos queda un solo gramo de fuerza, ni siquiera, para tomar una refrescante cerveza 

          Mañana iremos a Sagres y Cabo de San Vicente y el sábado, nos quedaremos aquí, dado, que al atardecer, tomaremos un bus para Lisboa.     

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