martes, 2 de diciembre de 2025
Demasiado tarde para acceder a la Gran Duna
La misteriosa escalera del calentón
No tenemos nada claro, si tras la visita, nos alojaremos aquí, si regresaremos al hotel de El Aaiun de ayer o si tomaremos un bus nocturno a Bojador, donde llegaríamos a las dos de la madrugada (muy mala hora, porque por las noches hace bastante frío). Esta última opción queda descartada, porque todos los buses a este destino y desde aquí y hoy, ya han salido. Habría, que retornar a El Aaiun.
Mientras nos decidimos, nos topamos con el Hotel Granada. Nos dejan una estupenda habitación con baño dentro por tan solo 150 dirhams, por lo que no le damos más vueltas. El check in nos lo hace una mujer mayor. Junto a ella, una jovencita de unos 20 años, que va a protagonizar la anécdota del viaje. Nuestra alcoba está en la segunda planta y debemos subir cuatro empinados tramos de escaleras, casi a oscuras. Delante va mi pareja. La joven, que se da cuenta de mi dificultad visual, ni corta ni perezosa y sin siquiera hablar, me agarra con las dos manos por el brazo derecho y pega sus voluminosos pechos a mi cuerpo. No tengo tiempo para valorar ninguna opción, porque empieza a tirar de mi con fuerza escaleras arriba a una velocidad de vértigo y sin dar la luz. Estamos a punto de caer tres o cuatro veces, pero nada la detiene. Yo, con un calentón tremendo y mi pareja flipando boquiabierta.
Al sofocón, se une el calor de la calle, en la jornada más soleada y de más alta temperatura de este periplo. Es hora de zamparnos un rico bocadillo de sardinas con salsa -nos calientan hasta el pan- y unos calamares.
Lo expongo sin rodeos: Marsa es un lugar horrible. Habíamos leído sobre su puerto antiguo y una bonita playa. Pues nada de nada. El primero es enorme y aglutina barcos de todo tipo, la mayoría de ellos muy viejos. Además es imposible acceder sin permiso al interior, porque lo rodea un muro y verjas. La playa está detrás y no se ve. Hay otra caminando hacia la derecha y enfrente de una mezquita, pero está plagada de escombros y el mar se vislumbra muy lejos.
Nos cansamos de dar vueltas sin ton ni son y después de arrasar con una pastelería de dulces baratos y ricos.
Cuando llegan las cinco de la tarde y como ayer, el cielo comienza a ennegrecerse, mezcla de nubes y polvo del desierto y ya no volverá a despejar. Tenemos el pelo lleno de arenisca, que nos ha traído el viento a pesar de que nos hemos duchado ayer.
Cada vez tenemos más dudas, sobre si mañana iremos a Bojador. Teóricamente, sería factible coger un bus a primera hora, dos o tres de visita y continuar en un nocturno, a Dakhla. De todas formas y con la incertidumbre de los horarios, tal vez no merezca la pena arriesgarse y perder el vuelo ( no hay otro hasta el próximo sábado).
Lo que si hemos descubierto es el bus urbano, que conecta con El Aaiun. Tiene el número 18 y pasa cada sesenta minutos (7 dirhams, por los 20, que hemos pagado está mañana).
Compramos la cena, también a base de pescado y nos vamos a disfrutar de nuestra magnífica habitación. En la recepción ya no está la guapísima chica de este mediodía. ¡Una pena!.
Hay jaleo hasta casi media noche en las calles adyacentes, aunque ni El Aaiun, ni Marsa, destacan por sus mercados. Tan solo, unos pocos puestos de olorosa fruta y en perfecto estado de maduración, lista para ser disfrutada ( y no, como en España).
La ducha -a pesar de caer solo un hilillo de agua hirviendo - resulta reconfortante. Apagamos la televisión, que solo emite programas en árabe y nos damos al indie de Spotify, mientras tomamos una buena dosis de vodka. Las reservas van justas y se acabarán mañana. Dormimos de un tirón, porque llevamos tres noches a medias.
lunes, 1 de diciembre de 2025
Cansino El Aaiun
Al lado de la estación de autobuses de El Aaiun hay un buen alojamiento. La chica nos ha pedido 150 dirhams por la habitación, lo que nos parece razonable, aunque preferiríamos dormir en el centro y hacia allí nos dirigimos. En el camino, nos zampamos un suculento bocadillo de sardinas y otros complementos vegetales. En este país lo pican todo hasta lo minúsculo, porque la mayoría de la gente tiene la dentadura muy mal. Nosotros tampoco les vamos a la zaga y deberíamos ir más a menudo al dentista.
En el centro existen tres hoteles juntos, de fachada fea y antigua, aunque con habitaciones razonables. La más barata cuesta 200 dirhams, por lo que decidimos deshacer el camino -aburridos estamos del paisaje, del incesante calor y de la brutal falta de actividad - y regresamos a la zona de la estación de autobuses. Al final, acometemos la misma calle de enormes camiones aparcados, que nos saca al centro de la calzada y que a duras penas, ya habíamos recorrido esta mañana.
Ahora resulta, que había habido un malentendido y que los 150 dirhams, eran por una habitación individual y no doble, cuyo precio casi se duplica. ¡Pues, vaya día, que llevamos!
Toca retornar al centro y llevar a cabo el sufrido camino por enésima vez. Ni unos dulces, ni el tercer refresco grande de la calurosa mañana nos alivian.
Ahora sí y ya sin titubear, tomamos la alcoba de 200 con baño compartido, en el Hotel Jodesa y nos pegamos una buena siesta hasta las seis de la tarde, cuando aún faltan dos horas para anochecer.
En el centro hay muy pocas posibilidades culinarias y son caras, por lo que nos va a tocar cenar a base de snacks y de galletas de poca monta. Aprovechamos para acercarnos a la Plaza Oum Saad. Se trata de una inmensa explanada -parcialmente, en obras-, que cuenta con mucho espacio para el esparcimiento, abundante vegetación y varias fuentes y estanques espectaculares. Un buen lugar para pasar un par de horas sin hacer nada.
Nuestros planes pasaban por ir mañana a Smara, a unos 200 kilómetros de aquí. Pero hemos constatado, que solo existe un autobús al día, tiene mal horario y no tenemos garantizado el bus de vuelta. Nunca hemos cambiado tanto nuestra opinión sobre destinos, como en este viaje y las veces, que aún nos quedan de hacer lo mismo.
Por tercera noche consecutiva dormimos regular y abandonamos la habitación pronto, a pesar de que a estas horas ya golpea con fuerza el calor, que ha ido un crescendo a lo largo de los días, hasta límites insoportables (llegamos a 34 grados,mientras en Madrid no pasan de los 10).
Hemos decidido, que nos iremos hasta Marsa, a unos 25 kilómetros, donde se encuentran la playa y el Puerto de El Aaiun. Ayer y en una mensajería nos han hablado, de que existe un bus urbano, que parte de otra estación de autobuses,que lleva hasta allí. Pero nadie -incluida la chica del hotel-, nos sabe dar indicaciones de donde cogerlo.
Volvemos con calma y con abatimiento a la terminal de ayer y cogemos un caro vehículo de Supratours. Deberíamos tardar tres cuartos de hora, pero como de camino para treinta minutos para cargar y descargar mercancías en uno de sus almacenes, pues nos vamos a más de una hora. Menos mal, que el aire acondicionado es bastante potente.
El conductor no se entera de nada y tenemos, que gritarle, para que pare, porque intuimos, que nos hemos pasado de nuestro destino. Efectivamente, nos toca retornar andando -por una acera, eso si-, casi tres cuartos de hora soportando un intenso, constante y desagradable olor a pescado salado y seco.
Nos damos cuenta, de que de nuestra primera visita a El aaiun en 2012, no recordábamos apenas nada.
Sin duna no hay paraíso
Atardece, aunque al sol le cuesta irse. Compramos los billetes del bus nocturno, a El Aaiun con SATAS, porque sale más barato y tiene mejor horario. Nunca debimos hacerlo.
Tratamos de llegar a las playas salvajes de la otra vez, ubicadas en el otro lado de la península de Dakhla, pero la noche nos confunde y acabamos atrapados en un polígono industrial, abarrotado de pesados camiones en constante movimiento y con vomitivo olor a pescado podrido (que no secado).
El bus, que parte desde la puerta de la agencia, sale veinte minutos tarde. El vehículo lleva más mercancías, que pasajeros. Los asientos -por llamarlos de alguna manera -, son los más incómodos, que hayamos ocupados en décadas. El viaje resulta una pesadilla de constantes paradas y acelerones, que ponen a prueba nuestra paciencia y la capacidad para dormir. Pero, en esta vida, todo termina fluyendo y a las seis y media de la mañana y huesirrotos arribamos a nuestro destino.
La estación de El Aaiun es bastante nueva y funcional, aunque a estas horas -lo poco, que hay-, está cerrado. Nos tumbamos en un banco, pero nos levantan. ¡Ganas de molestar a lo tonto!.
Esperamos, a que amanezca, sobre las ocho. La bolita azul del Maps nos indica, que nos encontramos bastante cerca de la Gran Duna, que es nuestro primer objetivo del día. Estamos algo desconcertados y con sueño.
No hay casi nadie por la calle, porque ni en Marruecos, ni en Sáhara Occidental, madruga nadie. A los pocos transeúntes existentes -de sesenta años pa arriba -, les preguntamos por la duna en francés, español e inglés, pero nadie nos entiende. Finalmente y junto a unas casas de típica y pobretona construcción desértica, damos con el camino.
Habíamos leído, en el excelente blog "Salimos de Bilbao", que hay, que cruzar un arroyo y que se puede hacer montando un puente de piedras. Debieron venir en época de sequía, porque hoy el agua, nos llegaría, fácilmente, al cuello y no estamos por la labor. Buscamos alternativas, mientras el calor empieza a apretar, pero no las hay. El agua o la abrupta vegetación nos impiden el paso, así que debemos asumir el fracaso, cuanto antes. Nos vamos al alejado centro.
El Aaiun es una ciudad anodina, cuadriculada, aburrida y muy fea. ¡Hala, ya está dicho y de golpe!.
Lo más auténtico y divertido se encuentra en este barrio de la duna, donde al menos hay vida y negocios, incluida la insulsa catedral cristiana, como única muestra de arte. Caminando un poco , se llega a una inmensa explanada, donde se encuentran el Palacio de Congresos y la Mezquita Moulay Abdel Aziz ,con torre mamotrética, como casi todas en Marruecos. Más adelante, se llega al centro, donde hoy domingo, no discurre casi nadie.
Tenemos suerte de encontrar una casa de cambio abierta, aunque con no muy buena tasa.
Toca buscar algo para comer y una habitación adecuada, pero ambas cosas no parecen nada fáciles.






