Todas las fotos de este post son, de Leh (India)
Tras una noche horrible, de
pesadillas, de dormir en un colchón, que más bien se asemeja a una
tabla y de padecer los jaleos vecinales, a las ocho y media de la
mañana ya estamos en la calle, con el mismo estrés de siempre, para
ver la ciudad y resolver los muchos temas pendientes.
Lo primero sería, buscar un nuevo
alojamiento, pero como siempre, nos vamos perdiendo de estupa en
estupa, de gompa en gompa, de palacio, en fortaleza... y nos da el
mediodía. Lo segundo, desayunar y aunque a regañadientes, lo
hacemos de una forma muy básica, a base de tritanga.
A lo largo de la mañana, hemos
encontrado la única tienda de alcohol -donde nos tratan de sacar más
rupias de la cuenta-: agencias, en las que descartamos volar, desde
aquí, hasta Delhi, por caro y, sobre todo, hemos hallado la oficina
de turismo, donde una chica muy eficiente, resuelve todas nuestras
dudas. Parece, que no estuviéramos, en India.
Al contrario de lo que nos temíamos,
la carretera de Srinagar, a Jammu está abierta y transitan por ella
buses estatales. Esto significa, que no tendremos, que volver por la
carretera de la muerte, a Manali y que podremos cerrar nuestro
recorrido en circulo, a través de Cachemira. Es la mejor noticia del
día, aunque el bus desde aquí, a Srinagar, tenga un precio abusivo
y tarde unas veinte horas.
A la una de la tarde, encontramos una
guest house a muy buen precio, pero ya hemos pagado en el otro hotel,
donde por solo abonar 300 rupias por la habitación, no tenemos
derecho a la clave del wifi, ni siquiera pagando: ¡India en estado
puro!.
A decir verdad, Leh resulta
espectacular y la incluimos en las cinco ciudades más bonitas de
este viaje -no sabemos en que orden-, pero otra vez, nos topamos con
una urbe cacharro. En este caso, el tráfico no es complicado -sólo
coches y microbuses, sin tuck tucks, ni rikshaws- y apenas
encontramos basura, pero el polvo, que se respira y se pega como una
lapa en el cuerpo, resulta insoportable. Y, más, porque por una
habitación con agua caliente para quitártelo, te piden una fortuna
y sino, a ducharte directamente con el agua de los glaciares
himalayos.
Y es, que resulta estúpido aquí,
contratar un treking, con lo divertido que resulta el urbano, al
recorrer el barrio viejo y también caminando por el resto de la
ciudad: aceras de las que para subirlas o bajarlas, debes sortear
cinco escalones o tirarte en plancha, montoneras que se asemejan al
Everest, barrancos inesperados en cualquier parte y obras por
doquier, donde uno coge escombros con la pala y otro, provisto de
una cuerda, tira de ella, para que resulte más fácil
(supuestamente). Y eso, por no hablar de la subida al palacio o al
fuerte, que no llegamos a completar: es escalofriante, andar trepando
por esos riscos, a los que tienen respeto hasta las cabras. Los
fabricantes de barandillas en este país se mueren de hambre ¡Pobres!
Esto es así, menos en la cuidada zona
de los guiris, rodeada de bolardos , donde no permiten que entre nada
peligroso. Salvo una vaca, que se enfada, porque le niegan la verdura
de un puesto y enviste a una turista en la ingle. Aquí, hay
papeleras cada veinte metros y como, en otros centros urbanos de esta
zona noroeste del país, está prohibido fumar y beber en público.
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