Este es el blog de algunos de nuestros últimos viajes (principalmente, de los largos). Es la versión de bolsillo de los extensos relatos, que se encuentran en la web, que se enlaza a la derecha. Cualquier consulta o denuncia de contenidos inadecuados, ofensivos o ilegales, que encontréis en los comentarios publicados en los posts, se ruega sean enviadas, a losviajesdeeva@gmail.com.
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jueves, 15 de septiembre de 2016

14 "pequeños" destinos imprescindibles en África

Frontera entre Sahara y Maurittania
          Afortunadamente, terminó este insoportable verano, lleno de tardes soporíferas, aunque también de fiestas, conciertos, limonadas, barbacoas... Por diferentes circunstancias -que no vienen al caso- el periodo estival ha transcurrido sin un viaje, que llevarnos a la boca. El debate, a fecha de hoy, es si nos iremos 20 días a Grecia, en octubre; arrancaremos el séptimo viaje largo, en noviembre o pasaremos este año en blanco. Ya iremos viendo.
                                                                                                                                       Rosso (Mauritania)
          Mientras tanto y después de tres meses sin publicar, retomo el blog con el objetivo de haceros llegar catorce “pequeños” lugares de África, que no deberíais perderos en los periplos por este continente. No se trata de sitios famosos, pero si entrañables, encantadores o pintorescos. No se exponen ni en orden ascendente, ni descendente, sino simplemente geográfico, de este a sur y de noroeste hacia abajo. Y además, sin repetir un solo país.

          -Bahariya (Egipto): A unas cuatro horas en coche de El Cairo, este oasis no tendría nada de especial, sino fuera porque a unas decenas de kilómetros, se hallan los desiertos Blanco y Negro, muy sorprendentes, poco turísticos y maravillosos.

                                                               Fadiouth (Senegal)
          -Harar (Etiopía): Se trata de la cuarta ciudad sagrada del Islam y aunque es una gran urbe, su centro histórico se presenta bastante recogido y muy atractivo, con casi cien mezquitas de diferentes épocas, bellas casas tradicionales y calles gremiales, a casi 2.000 metros de altitud.
Vilankulos (Mozambique)
          -Lamu (Kenia): La más antigua y tradicional ciudad swahili del África oriental, ofrece encantadoras calles, que parecen haberse detenido en el tiempo, además de gentes muy amables y bonitos paisajes de mar. Quizás, no sea tan bello, como Zanzibar, pero sí, mucho menos turístico.

          -Namanga (Tanzania): Se trata de un pueblo de unos 10.000 habitantes, en la frontera con Kenia, que penetra parcialmente en este país. Es uno de los lugares donde contemplar la cultura masái en estado puro, sin la contaminación de las agencias de viajes y sus tours. Las celebraciones religiosas musulmanas están a la orden del día.
                                                                                                                                                 Djenné (Mali)
          -Chipata (Zambia): A pesar de no ser un núcleo muy pequeño, la ciudad conserva su indiscutible talante rural y agrícola, dentro del parque nacional de Luangwa del Sur. El mercado es puramente africano y sus gentes resultan entrañables, en un país, donde la hostilidad hacia los extranjeros blancos se hace incuestionable.

          -Michinji (Malawi, en la frontera con Zambia): Malawi es de las naciones más pobres del planeta, pero el turista siempre es bienvenido y -en la medida de lo posible- agasajado. Tiene todos los encantos de las pequeñas ciudades de frontera y ninguno de sus inconvenientes. Al menos, durante nuestra estancia, las actividades lúdico-festivas nos llenaron de gozo.
-Vilankulos (Mozambique): Una de las joyas de este país, algo dispersa -como es frecuente, en África-, pero encantadora, donde parece que uno ha retrocedido varios siglos atrás, cuando se observan las artes de la pesca y preciosos barcos, que parecen sacados de una película medieval. Me ha costado decidirrme entre este núcleo urbano y Cuchamano, en la frontera de Zimbabwe, uno de los lugares más entrañables del continente.

                                                                                                Michinji (Malawi)
          -Kariba (Zimbabwe): Disperso enclave de cultura y tradiciones muy rurales, donde contemplar animales salvajes está a la orden del día. Nosotros llegamos a fotografiar elefantes a dos metros de distancia, además de ver hipos, cebras y otras muchas especies. Afortunadamente, nuestras imprudencias no tuvieron castigo.
                                                                                                                                    Mamamga (Kenia)
          -Tozeur (Túnez): Que yo sepa, se trata del mayor palmeral del mundo, donde acabamos odiando y vomitando los dátiles, debido a los excesos, que como otras tantas veces, cometemos. Un lugar con mucho encanto, con pocos viajeros y con ningún pelma.

           -Mulay Idris (Marruecos): Después de siete viajes al país, resulta difícil elegir un sólo sitio. Nos quedamos con este, por ser poco conocido y maravilloso. Enclavado en una roca, se puede disfrutar de sus estrechas calles empedradas, las colinas adyacentes y las cercanas ruinas de Volubilis.            Lamu (Kenia)


          -Frontera de Sahara Occidental: Los cinco o seis kilómetros, que separan este país, de Mauritania, se constituyen en una de las experiencias más alucinantes para el viajero. Territorio salvaje, lleno de minas y coches quemados, donde sin un conductor experto, se pierde la vida, seguro. No hay más población, que los numerosos empleados y buscavidas chantajistas de los puestos fronterizos.
                                                                                    Harar (Etiopía)
          -Rosso (Mauritania): Otra localidad fantástica de frontera, sino fuera por sus lamentables y tenebrosas infraestructuras hoteleras. Existe un mercado -al menos, los domingos-, genuino, muy animado y maravilloso.

          -Fadiouth (Senegal): Conectada por un largo puente de madera con la población de Joal, esta isla artificial llena de conchas, resalta la cotidianidad y convivencia de cristianos y musulmanes -con sus respectivos cementerios- en plena Petite Coté. ¡Un momentazo!.

          -Djenné (Mali): Sus construcciones tradicionales en adobe, hacen de este lugar un destino incomparable, sobre todo, si se visita los lunes, día del animado y bullicioso mercado, donde conocer gente y comer mil cosas distintas, resulta bastante factible. ¡Recomiendo las sabrosas albóndigas de pescado!.
Entradas  a monumentos egipcios

domingo, 20 de marzo de 2016

Lo que hemos hecho por la cerveza (parte I, de IV)

          Comienzo una serie de cuatro posts, para comentaros lo importante, que ha sido la cerveza en nuestras vidas y las cosas -algunas, casi increíbles-, que hemos tenido, que hacer por ella a lo largo de 27 años de viajes por el mundo.

          Hay tres factores, que subyacen en casi todas las experiencias: camuflar con éxito, cerveza o alcohol en aeropuertos y países musulmanes; jugárnosla de noche y desatendiendo todo criterio de seguridad para conseguir, a toda costa, la preciada birra de turno y problemaspoliciales para beberla en la calle, en muchos países, como por ejemplo, Estados Unidos o Polonia.


          Aunque en Europa es fácil de conseguir, en casi todas partes, también pueden ocurrir contratiempos, que lo hagan difícil,
Esta y la siguiente son del salar, de Uyuni (Bolivia)
          1º.- Corría agosto, de 1.994. Ese año nos fuimos, a Estambul, en tren, a través de los países del este y volvimos por Grecia e Italia. Una mañana calurosa tomamos un convoy, que desde Sofía, nos debería llevar a la ciudad turca. Al bajar en la frontera, me golpeo la cabeza y me abro una pequeña brecha. Viajamos con Jordi y Xuclá, dos catalanes, que hemos encontrado , en Bucarest.


          Ya dentro del país otomano, nos detenemos en una caótica estación. Un avispado niño, de unos 7 años, vende cervezas frías, a un dólar, cada lata. En la cartera sólo tenemos un billete de uno y durante más de cinco minutos, debemos revisar todo el equipaje, para milagrosamente, encontrar otro. Entre los cuatro sólo juntamos 3 billetes verdes. Negociamos a la desesperada, para que el crío nos ofrezca las cuatro unidades, pero este no cede. Xuclá, que además, ha discutido con Jordi, se queda sin el preciado y ansiado premio.

          2º.- Ya en Turquía, nos pasamos tres horas y media, en Kayseri (Capadocia), andando y preguntando, hasta que casi a la hora de cerrar, encontramos una tienda especializada. ¡Salvados por la campana!.


          En 2.012 y en este mismo país, decidimos no hace noche, en Trabzon, después de 20 horas de autobús, por el alto precio de la cerveza -dos euros y pico, una lata de medio, en supermercado- y nos pegamos una buena paliza para llegar, a Georgia, donde nos atiborramos de ella.


          3º.- En septiembre, de 2.004, nos largamos a Suiza. Recorrimos el país, desde Lucerna y Lausana. Un día, al volver de una excursión, hacia el primer destino mencionado, constatamos, que era festivo local y los supermercados estaban cerrados. Ni cortos, ni perezosos, nos cogimos un tren, a Zurich, para adquirir con éxito, nuestro líquido elemento.

Bucarest (Rumanía)
           4º.- Hemos viajado siete veces a través de Marruecos -dos de ellas en el mes sagrado-, por lo que las anécdotas son interminables. La primera fue en 2.005 y durante el Ramadan. Tras ímprobos esfuerzos e investigaciones para conseguir cerveza, todos fueron vanos, hasta llegar, a Tanger, de vuelta, después de dos semanas abstemias. Finalmente, dimos con un pequeño supermercado, donde las tenían en cámaras cubiertas con negros e inquietantes cortinajes. Casi de forma clandestina y a un precio de contrabando, conseguimos unas 20 latas, forradas en periódico, que sacamos en bolsas oscuras. ¡Nos sentimos vigilados por el CNI!.
Estas dos  son, del velero Colombia-Panamá

         5º.- Entramos en Bolivia, en marzo, de 2.008, a través del parque nacional Eduardo Avaroa y el Salar de Uyuni, contratando un tour organizado, que compartimos -entre otros- con nuestras queridas amigas argentinas, Flor y Flopa. En los géisers y a 5.200 metros de altitud, inesperadamente, nos encontramos una botella de medio litro de cerveza, que engullimos entre los cuatro. En este caso, más que decir, lo que hicimos nosotros por la cerveza, deberíamos consignar, lo que nos regaló ella, a nosotros.


          6º.- En este mismo viaje largo, ya en Colombia -concretamente, en Cartagena de Indias-, contratamos pasajes en un velero -cinco días- para hacer una ruta por el Caribe y desembarcar, en Panamá. Un miércoles y tras mucho negociar con el capitán sueco, se comprometió a regañadientes, a llevarnos a una isla cercana, donde adquirir cerveza. Pero se fue haciendo el remolón -acorde con su nacionalidad-, según pasaban las horas.         
         Decidimos pasar a la acción. Cogimos la cartera y una desgastada bolsa de plástico y nadamos el medio kilómetro, que nos separaba de dicha ínsula. Negociamos con los indígenas -en dólares- y nos hicimos con un buen cargamento cervecero, que hubo que arrastrar por el agua con paciencia, a una mano, mientras con la otra se sostenía la cartera fuera del mar.


Continuará!. 

martes, 5 de marzo de 2013

Magia medieval

                                Todas las fotos de este post son de Fez (Marruecos)
          Sin lugar a dudas y en nuestra opinión -y en contra de la general, que opta por Marrakech-, Fez es la ciudad más interesante de Marruecos. Y podemos hablar con conocimiento de causa, dado que después de siete viajes, conocemos casi todo el país alauita.

          Nuestra última y quinta visita a Fez, fue hace más o menos un año. Íbamos camino de Rabat, para obtener la visa de Mauritania. Era un día, en que se jugaba un Zambia-Costa De Marfil, final de la penúltima Copa de África. Se notaba, que estábamos en febrero y al haber muy pocos turistas, tocábamos a muchos más comisionistas y pelmas, que de costumbre, aunque ya hace tiempo, que aprendimos a desactivarlos por completo. Además, muchos de los comerciantes de Talaa Kebira y de Talaa Seguira, ya nos conocen de otras veces y saben, que somos de pocas compras y de mucho regateo.

          La anterior comparecencia resultó aún más emocionante. Fue en julio de 2.010, el día después de ganar la final del Mundial de Sudáfrica. Ataviados con la camiseta de España, vivimos un baño de masas y recibimos centenares de felicitaciones. No había un solo marroquí, que fuera con nuestro rival, Holanda.

          Pero, nuestros recuerdos más emotivos, sin duda, proceden de nuestra primera irrupción en la ciudad, ya hace casi ocho años. Asistimos a emociones extremas: por un lado y muy agradables, las que proceden de un lugar, que respira mediavalidad -permitidme el palabro- por todas partes. En cada calle, te empapas de Edad Media por todas partes, debido a los numerosos negocios y talleres artesanos, que aún se sirven de técnicas de esa época, para elaborar o comerciar sus productos. Desde el escultor, que esculpe lápidas a mano, con cincel, al hombre que teje con un rústico, pero bello telar. ¡Que decir del colorido y el ambiente de los zocos, que recuerda a otros tiempos!. Y toda la actividad se desarrolla, mientras las mulas suben y bajan por la estrecha calle principal, transportando cosas diversas -incluso, cajas de Coca Cola- y al grito de “bale”, por parte del mulero, que significa, que si no te quitas de en medio, será peor para ti.

          Pero, por otro, también sufrimos bastante. Y es, que aunque ya no era tan fuerte como en los años noventa, el acoso de los buscavidas resultaba bastante intenso. Y más, si se dan cuenta -que se la dan-, de que es la primera vez, que viajas a Marruecos. Niños, queriéndote
llevar a un hotel o restaurante, comisionistas o propietarios de las tiendas -de muy mal carácter y tretas muy astutas-, guías y falsos guías, radicales religiosos -era Ramadán-, ociosos buscavidas de oscuras intenciones...

          Mas, tranquilos. Hoy la cosa ha mejorado mucho y los incidentes son más escasos. Las autoridades tomaron conciencia a tiempo y se dieron cuenta, de que tenían un gran problema. Hoy en día, un niño que sea pillado haciendo de guía, puede acabar en la cárcel.

          Los conflictos más habituales surgen, si osas acercarte por libre por la zona de los tintoreros, quizás, el área más emblemática de la ciudad. Ya, cuando te acercas por las calles adyacentes y empiezas a oler ese nauseabundo hedor de las pieles tratadas, intuyes, que el momento va a ser bastante especial.

          Si consigues deshacerte de los pelmas, que pretenden subirte a las terrazas de los negocios de alfombras o ropa diversa, desde donde se ven perfectamente los enormes cuencos de tintes de colores y a los trabajadores, dentro de ellos, aún te espera otro enemigo mayor: los vigilantes, que custodian el callejón, que baja hasta ellos.

          Se trata de un espacio público, pero no te dejan pasar y lo hacen, conmoviendo tu conciencia: “no queremos que veáis las penosas e indignas condiciones de trabajo de estos hombres” y te lo dicen en perfecto español. Por supuesto y como cabía suponer, si aflojas el bolsillo, se acaban la ética y las prohibiciones. Pero, a nosotros no nos dio la gana pagar y estuvimos más de media hora discutiendo, sobre moral, libertad y otros conceptos, con los que te quieren hacer comulgar, como si fueran ruedas de molino. Por supuesto, amenazarles con la policía no sirve de nada. ¡Te animan a que lo hagas!.

          La medina de Fez -para nosotros, la mejor del mundo- consta de más de 9.000 calles. La mayoría de la gente no se atreve a entrar en ella, sin guía, pero es más emocionante adentrarse al tun-tún, por libre. Y además, no es tan difícil. Nosotros no nos hemos perdido nunca. Basta con dos sencillas técnicas: saber si estas paralelo o perpendicular, en relación con la calle principal y conocer hacia donde se orienta el sol, por donde quieras salir (por la tarde se pone hacia la puerta Boujloud -la azul por un lado y verde por el otro-, por lo que si se quiere abandonarla por ahí -que es lo más habitual-, hay que ir hacia el astro rey).

          El mayor y más preocupante problema de Fez es, que se está cayendo a cachos y nadie pone remedio. Por eso, cuanto antes vayáis, mejor.  

martes, 15 de mayo de 2012

Objetivo Mauritania


            Tras abandonar El Aaiun, los controles policiales nos siguieron molestando, al grito, de ¿cuál es su profesión?. Por supuesto, siempre fuimos sinceros en nuestras respuestas: periodista y terrorista, como Alá manda. A los franceses, no les piden nada, ni les hacen preguntas. Debe ser, que todos tienen oficios muy adecuados y prósperos.
Vendiendo su trabajo, en Dakhla


Después de una noche de viaje, llegamos a Dakhla, última ciudad poblada, antes de arribar a Mauritania, aunque aún muy alejada de la frontera. No hay transporte público, por lo que el que no tenga vehículo propio, acabará cayendo en las manos del dueño del hotel Sahara. El lugar es tan adecuado y afable, como el dueño, pesetero. Pero, él tiene la sartén por el mango. El precio –caro, aunque depende, como se interprete- es innegociable y ha subido un 20%, en dos años.

Tras hacer noche, partimos a la hora convenida, en un antiguo Mercedes, bien mantenido, junto a un chico marroquí y una oronda señora, a la que llamamos “la chupa-chups” de fresa y nata, por su vestimenta. Es medio liberal: va tapada hasta las cejas, pero fuma como una coracha. ¡Esto ya no es lo que era!
                                   Desierto del Sahara
                                                                                              
El desierto sigue siendo tan desértico y vulgar, como en los últimos tiempos. La frontera de Marruecos es desorganizada y nuestro conductor, para adelantar tiempo, trapichea y soborna a los funcionarios. Atravesamos unos cinco kilómetros, de tierra de nadie, sin asfaltar o siquiera alisar. Quién no conozca la zona, puede acabar no encontrando nunca, el puesto fronterizo mauritano.

Entramos en el nuevo país, rodeados de amabilidad, simpatía y trámites sencillos. A pesar de que sigan obsesionados, con nuestra profesión y el itinerario. Cuentan hasta con un escáner, lleno de arena y polvo, como todo aquí. No hay control aduanero, así que los tres litros de alcohol marroquí, que llevamos camuflados en botellas de agua, se van para adentro.

La carretera vuelve a ser buena. Hay algo más de tráfico, que desde Dakhla, donde hemos pasado más de una hora, sin cruzarnos con nadie. Adelantamos a varios camiones, de inquietante remolque vacío. Hasta aquí, ya no se adentran las caravanas de los acomodados jubilados europeos.

Nouadhibú resulta desconcertante, por varios motivos, aunque no, porque todas las calles, asfaltadas o no, estén llenas de polvo y arena, Es una urbe sin estructura, de plantas bajas, en torno a una circunvalación. Cada uno ha construido donde ha querido y lo que le ha dado la gana. Poco caos y escasos transeúntes en un lugar, donde resulta difícil saber, donde y de que viven.
Nouadhibou
Los puestos callejeros son escasos: de mandarinas y naranjas, recargas de móviles, cigarrillos sueltos y chupa-chups. Gran amabilidad, para una localidad, donde ni siquiera hay bares de te o café y donde los niños juegan en futbolines, con solo la mitad de los jugadores y al lado de coches destrozados y saqueados, de todo lo que tuviera valor.

Mauritania es cara y en estas primeras horas, nos sentimos contrariados por algunas cosas. Pero no, desde luego, porque tanta gente hable nuestro idioma y porque casi todo lo que se vende aquí, proviene de marcas de nuestro país, adquiridas en Ceuta y Melilla y transportadas, a través de Marruecos y Sahara Occidental. No me extraña, que los polis hayan sido tan considerados en la frontera.       

lunes, 14 de mayo de 2012

"¡¡Allí, ya no hacemos nada!!"

          Sin lugar a dudas, se trata de la frase del viaje, en el tiempo que ha transcurrido, entre nuestro aterrizaje en Nador y las escasas horas, que nos restan para abandonar el Sahara Occidental, camino de la enigmática Mauritania. En esta zona del globo –como en otras-, los emigrantes comienzan a retornar, con el convencimiento y la decepción, de que lo de la crisis, ha sido un invento de occidente, no se sabe muy bien para que.
                                                                                 Tarfaya
La mayoría de los que así se expresan, más con calma y sosiego, que con resentimiento, han trabajado en España y quieren a nuestro país con locura. Pero, han llegado a la conclusión –varias veces escuchada, en estos días- de que, en Marruecos o en el Sahara, sigue habiendo trabajo, para el que lo quiera. ”No da para lujos, pero al menos, si llega para vivir, porque aquí los precios de las cosas, no se desorbitaron, ni nadie se volvió loco. ¡Allí, ya no hacemos nada!”
                                                                                   El Aaioún
            España y Marruecos, son dos países, culturalmente muy diferentes. Desde el Magreb o el Sahara Occidental, nadie lo discute, ni ponen reparos. Pero, si se asombran y contrarían de qué hace unos pocos años, por el alquiler de una casa en Madrid, se pagaban, 1.200 euros y hoy, sabiéndolo negociar, se pueda sacar por 600. Si esto es difícil de entender para un europeo, imaginaos, para un musulmán. 

"Somos como los vascos. Ellos ponen bombas y nosotros tiramos piedras"

                                                                                 Desierto del Sahara 
              Abandonamos Tarfaya, contemplando como los niños se divierten, jugando al fútbol con un bote y las niñas, a las casitas, con cajas vacías de leche, zumos y yogures. Hemos tenido suerte, porque nada más llegar a la parada, hemos completado un taxi compartido. El conductor y uno de los viajeros, hablan perfecto español. El primero, porque ha vivido en Majadahonda. Casado con una filipina, tiene dos hijos españoles. Con las leyes de 2005, fue expulsado a Nador, algo que no nos cuadra, teniendo vástagos nacidos en España. El segundo es un amable saharaui, que tras larga y agradable conversación y después de que nos paren 17 minutos, en un exigente control policial, a la entrada de El Aaiún, nos lanza la frase contenida en el título de este post, de forma contundente.

            Sin embargo, la cosa no parece tan cierta. El extranjero que llega a esta ciudad, no contempla resistencia activa o protestas mediante escritos o pintadas –como ocurre en Palestina-. El Aaiún es una ciudad tranquila, moderna y civilizada, que ofrece muestras de un buen nivel de vida. Aunque, resulta algo clónica: una mezquita es igual a otra, una tienda a su competidora, un puesto al de al lado, un edificio al de enfrente. ¡Aburre!. No sé porque, pero nosotros nos habíamos imaginado, otro escenario muy distinto. Dakhla

            El aire sopla fuerte y de repente se detiene y así, todo el día. Debido a ello, en diez minutos es verano y en otros cinco, invierno. Toda la ciudad es de color ocre, al igual que las nubes, suponemos, preñadas por el omnipresente polvo del desierto.

            Ayer fue domingo y hoy lunes, la urbe está más animada y salvo conversaciones particulares, nada recuerda, que nos hallemos en un territorio ocupado. El ambiente es hospitalario, aunque guardamos nuestras prevenciones. Muchos sólo se nos acercan, para espetarnos: “viva el Sahara libre y viva el Frente Polisario”, en perfecto español. La mayoría son críos, que no llegaran a los quince años y que no deben tener ni idea, del meollo del conflicto. La gente de más edad, apenas abre la boca. Vive y deja vivir, desengañada y con la callada convicción, de que más vale una relativa prosperidad económica, que profundizar en el odio.
                                        El Aaiúsn
Nos topamos con varios jóvenes combativos de palabra –que nos invitan a te y se fotografían con nosotros-, que, sin embargo, están muy poco dispuestos a pasar a la acción. Por un lado, dicen: “a por ellos, que son pocos y cobardes”. Pero por el otro, que “su revolución sólo parte desde el alma”. Sus ropas y sus móviles, de última generación, denotan que son de clase acomodada. Al menos, nos ponen en la pista, de dos hechos, que el adversario no desmiente: la riqueza del Sahara Occidental, no está en la arena del desierto, sino en los prósperos caladeros de pescado. Y que El Aaiún, es la ciudad de la policía: “están infiltrados en todos los sectores de la vida cotidiana y de la sociedad. ¡Hasta el tío que te vende las patatas o los frutos secos, es uno de ellos!”

            Compartiendo el retraso del bus, a Dakhla, charlamos con un joven, que viene con su novia, del entierro de un sobrino, de 17 años, muerto en un accidente de moto. Su madre es marroquí, y su padre y su futura esposa, saharauis. No quiere saber nada de política y entiende y rehuye a las dos partes. Es viajado y liberal y aún así, dice que su sobrino, ahora estará mejor, porque ya ha llegado al paraíso. La maldita religión, acaba siempre poniendo el punto sobre la i, en cualquier conversación. Sea la que sea.

Entrando en el Sahara


            La localidad de Tan Tan, es tan tan vulgar, tan tan aburrida, tan tan anodina…Resultó una visita no deseada y algo larga, después de la magnífica, Sidi Ifni, encasquetada obligatoriamente, por problemas logísticos de autobuses.
Tarfaya
A las puertas del Sahara Occidental, nos encontramos con un Marruecos distinto. Las mujeres ya no visten ajustado ni muestran su cabello, los transportes aprovechan en mayor medida el uso de la fuerza animal y los vehículos, son más viejos y de batalla. El nivel de vida, cae drásticamente: venden incluso sacos de pan duro, en las calles, no sabemos para qué (suponemos, que para la alimentación de animales. Sin embargo, la iluminación nocturna es perfecta y no hay mucha basura por la calle.

Si alguna vez, tuviéramos que poner un negocio en este país, sería un bar de tés, una barbería, una tienda de dulces o una plancha de carne o pescado o como alternativa, un puesto de verduras o fruto secos. Los de los faldamentos, zapatos, cachivaches varios y demás, compiten entre ellos ofertando lo mismo y muriéndose de hambre, por falta de clientes.

            En Guelmin –parada obligatoria, viniendo de Sidi Ifni-, jabíamos tenido la oportunidad, de compartir cochazo, hasta Senegal. Pero, desconfiamos del hombre que nos ofreció tal propuesta, porque siendo dueño de ese vehículo, ¿quién necesita compartir gastos?
                                                                                   Tarfaya
            Abandonamos Marruecos –por séptima vez- y nos adentramos en territorio ocupado. Con más dificultades de las previstas, en materia de transporte, nos introducimos en el Sahara, en un Land Rover compartido, con un presunto polígamo, sus tres mujeres e hijos y dos santurronas, que cargan con un pesada alfombra y que paran en mitad del desierto a rezar, arrodilladas en la arena, junto al conductor, que aprovecha esa misma postura, para orinar (veríamos más veces esto, que nos llamó la atención, a lo largo del tránsito por desierto).

            El panorama es pedregoso, aunque la mayoría del tiempo y a la derecha, se ve el mar, azul profundo. Cada 30 ó 40 kilómetros, aparece algo interesante. Generalmente, son atractivas dunas, que se deslizan hasta la carretera. Un niño de menos de un año y con el beneplácito del polígamo, absorbe una lata de coca-cola, como si en ello le fuese la vida y su último disfrute.

            Tarfaya es pequeña, desanimada –en un sábado por la tarde- y presenta algunos edificios tan bellos, como decadentes, además de las habituales y casi clónicas mezquitas. Pero, resulta extraordinariamente auténtica.
El Aaiún
            Hemos bajado un nuevo escalón en la pobreza, con un recibimiento tan indiferente, en esta nación ocupada por Marruecos, como no esperábamos. Las alubias con salsa roja y preparado de harisa y aceitunas, además de los bien especiados callos de cordero, nos han templado el estómago, sin dejarlo castigado. En este último plato, la ausencia de morcilla y chorizo, se echa tanto de menos, como se agradece.

Hacia el sur, con la visa de Mauritania en el bolsillo


             Gestionar la visa de Mauritania, resultó más fácil de lo esperado. Cuando haces la de la India, te entra una especie de visadofobia, que cuesta superar. En este caso, no hay problema por dejar algunos campos del formulario sin rellenar, sin que te riñan y si entregas las dos fotocopias del pasaporte, en un mismo folio, cortan la hoja con tijeras, en una pura y práctica solución a lo africano. Su único interés verdadero, es hacerse con los 340 dirhams, que cuesta la pegatina, que tira a cutre.
                                                                                         Agadir
            Hay que llegar temprano a la embajada, porque los horarios de atención al público, son tan irregulares, como misteriosos. En la cola hicimos amistad, con unos franceses mayores –camino de Burkina Faso, en un coche de más de 20 años- y con unas japonesas, algo estresadas, que habíamos conocido en Rabat, el día anterior y que nos propusieron viajar juntos. Opción tentadora, para cruzar la frontera de Mauritania, pero ellas, pretendían ir demasiado deprisa para nuestro ritmo, deseosos de profundizar, en el Sahara Occidental.

            Por lo demás, Rabat y Sale siguen como siempre. Aunque algo más modernas. Ya han instaurado, incluso, el carril-cacharro. Es como nuestro carril bici, pero por él circulan, motos, puestos móviles, bicicletas, personas que tiran de algo…¡Ya es un avance!. Mientras el primer mundo se deprime, África avanza, con mucha dignidad, aunque sea a ritmo lento.
Sidi Ifni
También pudimos descubrir, lo bien que se come en Rabat, cuando no es Ramadán (habían coincidido esas fechas, casualmente, en nuestras tres visitas anteriores, a la ciudad). Mucho pescado rebozado y delicioso, legumbres y verduras a la plancha, además de patatas rebozadas, con extraordinarias salsas y excelentes precios. De Rabat a Agadir, nos trasladamos en un plis-plas. Los autobuses han mejorado tanto, para las largas distancias, que ya han superado a los patrios (sobre todo, a los Alsa).

            Encontramos Agadir, desordenada urbanísticamente, como la vez anterior y llena de jubilados franceses, haciendo sus tablas gimnásticas, a lo largo del paseo marítimo. Un solicitado Marjane, nos permitió reponer nuestras reservas alimenticias y sobre todo, alcohólicas. Pasamos el día al sol, como los lagartos y yo terminé, quemándome las orejas y el brazo.
                                                                                    Sidi Ifni
En vez de tirar para Tarfaya, nos conducimos hacia Sidi Ifni, antiguo, pequeño y agradable protectorado español, donde sus bares, sus ultramarinos, su ambiente y el sempiterno olor a sardinas fritas y muy frescas, nos reconcilió con el mundo y hasta con el Islam. Merece la pena alejarse de la ruta principal, para llegar a esta entrañable localidad, donde nos esperaban para nuestra incontenible alegría, una ducha –de socorredora agua gélida- y un enchufe.

            Por cierto y ante las dudas surgidas en la red y no convenientemente aclaradas: la visa de Mauritania vale desde la fecha, que tú solicitas en el formulario para el ingreso al país –y no la del día que lo rellenas-, hasta 30 días naturales, después.

Sin duchas, ni enchufes

                                                                                             Taza
            Nuestro pasaporte, lleno de visas y de sellos, renovado hace tan sólo un año, se está convirtiendo en motivo de admiración y asombro, además de entretenimiento, de las autoridades fronterizas de Marruecos y de los dueños de los alojamientos. Nos encanta la apacible y agradable curiosidad árabe hacia el visitante, después del indiferente –a veces despectivo- trato, del que fuimos víctimas, no hace mucho, en la India.

            En este invernal viaje, hay dos características que nos resultan ajenas a Marruecos, acostumbrados como estamos, a viajar en verano: que nuestras habitaciones parezcan iglúes, tapándonos con mantas a todas horas y que llevemos varios días sin ducharnos (por falta de ducha o de agua caliente). Contábamos con el frío, pero no con la persistente lluvia, que afortunadamente, solo cae por las noches.
 Taza
            El fenómeno ducha, acompañado del de la ausencia de enchufe alguno en las habitaciones, resulta bastante molesto. De los cinco alojamientos, que nos ha permitido nuestra economía de guerra, cuatro no tenían, ni una cosa ni la otra. Y, el caso es, que por lo demás, no estaban mal.

            En cualquier otro país del tercer mundo siempre hay una forma de asearse, aunque sea compartida. En Marruecos no y se acepta, porque este tipo de hoteles, están llenos de lugareños. ¡Así huele en los autobuses, más populares y populosos!

            La medina de Taza es pequeña, pero muy bien cuidada, limpia y con numerosos atractivos, en forma de zocos, mezquitas, estrechas calles a las que se accede, después de ascender, bordeando la muralla, por 273 escalones. Unas alubias blancas con deliciosa salsa, nos reconfortaron bastante, junto a unos fresquísimos boquerones fritos, con vinagre –muy a la madrileña-, ideales para combatir el frío, desde dentro del organismo. La pega de esta ciudad –que en su parte baja, cuenta con un magnífico mercado-, es la escasez de hoteles.
                                                                                                Fez
            Quisimos partir el viaje en dos, después de que por motivos ajenos, no fuésemos directamente, a Rabat. La escala fue, la mil veces visitada Fez, donde al contrario de otras veces, fuimos muy acosados por los comisionistas de los alojamientos. Se nota, que estamos en temporada baja. Nos hemos integrado tanto en el país y en el aburrimiento generalizado, que acontecimientos como la final de la Copa de África –Zambia contra Costa de Marfil-, supusieron un momento de nervios y gozo.

            Al día siguiente, llegamos por cuarta vez a Rabat. Es la primera, que no es Ramadán y la ciudad cambia bastante. Ya han inaugurado el tranvía, que la comunica, con su vecina, Sale. Mañana es San Valentín. También aquí, el consumo ha encontrado su hueco, entre las grietas del férreo islamismo. Aunque lo hacen a su manera, de forma muy incipiente. Si no, no se explica, como uno de los regalos más destacados, es un enorme reloj de pared, con corazoncitos y fondo rojo, que más que para la casa de una enamorada, parece ideado, para los pasillos de un putiferio.
                                   Sale
            Mañana, trataremos de gestionar la visa de Mauritania. A ver si la conseguimos en breve y ponemos rumbo la sur. En cualquier caso, será el aniversario, del día que nos robaron la cámara en Lusaka y conseguimos recuperarla. 

jueves, 10 de mayo de 2012

Muy buenas vibraciones y más sensaciones de las esperadas

           Esta vez, no perdimos el avión y aterrizamos en Nador, sin novedad. Como los taxis son caros y no encontramos a nadie para compartirlo, empezamos a andar por la carretera, a ver que ocurre. A los 100 metros, se detiene un cochazo, ocupado por varios jóvenes. Lo conduce un chico, que ha venido a buscar a sus amigos al aeropuerto, que venían en nuestro mismo vuelo. Nos invitan a subir y cambian hasta su ruta, para acercarnos hasta nuestro destino. Conversación entretenida, sobre la crisis y el fútbol, a gran velocidad –más de la permitida-, cuando nos detiene un policía. Él sonríe y los chicos, también. Hay gestos de complicidad. Larga charla en árabe, en la que nos parece entender, la palabra, comisaría. El conductor muestra su carné de conducir, junto a 20€. El primero le es retornado, pero no así y como cabía esperar, los segundos. Más sonrisas y adiós. Según nos cuentan, por lo legal, la multa habría sido bastante mayor.   Nador

            Nador es una ciudad moderna, con cierto encanto, gracias a su paseo marítimo, su gran mezquita y sus numerosos puestos callejeros, de ropa, comida, fruta o te, muy especiado y a 1 dirham. La tarde se muestra muy ventosa. Están tan poco acostumbrados al turismo, que pasamos desapercibidos.

            Al día siguiente, nos vamos a Melilla. Larga cola y lentos trámites para pasar a la ciudad española, después de deshacernos a voces, de los que te quieren vender por 3 euros –como en Ceuta-, un formulario de ingreso, que es gratuito.
                                                                                   Melilla
            La ciudad resulta ser, mucho más de lo esperado. Tras la frontera, se halla un barrio marroquí, con sus negocios típicos y mucho embalaje, tirado por el suelo. Luego, y caminado por el paseo marítimo, se llega a la plaza de España y a sus calles colindantes, con bellos edificios modernistas (el segundo exponente nacional en este estilo, después de Barcelona). Justo pasando otra plaza, nos encontramos otro barrio marroquí, donde numerosos hombres, venden sardinas frescas, en cajas colocadas en el suelo.

            Pero, la joya de Melilla es su extraordinaria fortaleza, restaurada y espectacular. Es gratuita, como todos sus museos. La visitamos solos, con un tiempo muy variable, mientras el mar golpea fuerte, contra las rocas y los muros. Extraordinarias vistas de la escarpada costa y de las islas de Chafarinas, en una jornada sin nebulosa alguna (algo, que nos dicen, es muy frecuente).

            Después de comer, nos aprovisionamos de euros en el cajero, conservas y bebidas alcohólicas, para nuestro dilatado periplo marroquí, por el Sahara occidental y la antialcohólica Mauritania.

            Cambiamos de planes. Para no pasar el fin de semana en Rabat, a la espera de hacer la visa de Mauritania, iremos hasta Oujda y así, llenaremos un día más. Cogemos nuestro primer autobús del viaje, que para variar, en Marruecos, sufre un avería.

            Oujda es una ciudad agradable, de las más modernas de Maruecos. Su limpia, tranquila, bien asfaltada y coqueta medina, nos recibe con sosiego, aunque también, con algún desequilibrado y niños pedigüeños, bien vestidos. La calle de las joyerías, parece surgida de cualquier barrio lujoso, de Nueva York o Londres.

            La especialidad del lugar, no es el tajine o la harira, sino el “todo junto”, que se vende en decenas de establecimientos: carne o embutido, huevos, queso y verduras, en un mismo bocadillo, a libre elección de ingredientes y con papas fritas.

            Las imposiciones religiosas aquí, aparecen también, más relajadas. Son muchas, las chicas que llevan el pelo sin hijab o que visten ropa ajustada –aunque sin escote, si en algún caso, con parte de las piernas al aire-, hay tiendas de cerveza y alcohol y hasta vemos a jóvenes, con pantalones estilo “cagados”. El mayor poder adquisitivo, se muestra, entre otras muchas facetas, en la buena cantidad de gente, que lporta gafas.
              Oujda
            Si en Nador, no nos pareció estar en Marruecos, hoy en Oujda, nos da la sensación de estar en Europa, sino fuera porque cuatro colegiales, recogen la lata de cerveza, que hemos dejado vacía en el suelo y rechupetean las babas, como si estuvieran deleitándose, con Moet Chandon. ¿Será esta nueva generación, la qué formará el revolucionario islamismo del futuro?. Tiempo al tiempo.