Taza
Nuestro pasaporte, lleno de visas y de sellos, renovado hace tan sólo un año, se está convirtiendo en motivo de admiración y asombro, además de entretenimiento, de las autoridades fronterizas de Marruecos y de los dueños de los alojamientos. Nos encanta la apacible y agradable curiosidad árabe hacia el visitante, después del indiferente –a veces despectivo- trato, del que fuimos víctimas, no hace mucho, en la India.
Nuestro pasaporte, lleno de visas y de sellos, renovado hace tan sólo un año, se está convirtiendo en motivo de admiración y asombro, además de entretenimiento, de las autoridades fronterizas de Marruecos y de los dueños de los alojamientos. Nos encanta la apacible y agradable curiosidad árabe hacia el visitante, después del indiferente –a veces despectivo- trato, del que fuimos víctimas, no hace mucho, en la India.
En este
invernal viaje, hay dos características que nos resultan ajenas a Marruecos,
acostumbrados como estamos, a viajar en verano: que nuestras habitaciones
parezcan iglúes, tapándonos con mantas a todas horas y que llevemos varios días
sin ducharnos (por falta de ducha o de agua caliente). Contábamos con el frío, pero
no con la persistente lluvia, que afortunadamente, solo cae por las noches.
Taza
El fenómeno
ducha, acompañado del de la ausencia de enchufe alguno en las habitaciones,
resulta bastante molesto. De los cinco alojamientos, que nos ha permitido
nuestra economía de guerra, cuatro no tenían, ni una cosa ni la otra. Y, el
caso es, que por lo demás, no estaban mal.
En
cualquier otro país del tercer mundo siempre hay una forma de asearse, aunque
sea compartida. En Marruecos no y se acepta, porque este tipo de hoteles, están
llenos de lugareños. ¡Así huele en los autobuses, más populares y populosos!
La medina
de Taza es pequeña, pero muy bien cuidada, limpia y con numerosos atractivos,
en forma de zocos, mezquitas, estrechas calles a las que se accede, después de
ascender, bordeando la muralla, por 273 escalones. Unas alubias blancas con
deliciosa salsa, nos reconfortaron bastante, junto a unos fresquísimos
boquerones fritos, con vinagre –muy a la madrileña-, ideales para combatir el frío,
desde dentro del organismo. La pega de esta ciudad –que en su parte baja,
cuenta con un magnífico mercado-, es la escasez de hoteles.
Fez
Quisimos
partir el viaje en dos, después de que por motivos ajenos, no fuésemos
directamente, a Rabat. La escala fue, la mil veces visitada Fez, donde al
contrario de otras veces, fuimos muy acosados por los comisionistas de los
alojamientos. Se nota, que estamos en temporada baja. Nos hemos integrado tanto
en el país y en el aburrimiento generalizado, que acontecimientos como la final
de la Copa de África –Zambia contra Costa de Marfil-, supusieron un momento de
nervios y gozo.
Al día
siguiente, llegamos por cuarta vez a Rabat. Es la primera, que no es Ramadán y
la ciudad cambia bastante. Ya han inaugurado el tranvía, que la comunica, con
su vecina, Sale. Mañana es San Valentín. También aquí, el consumo ha encontrado
su hueco, entre las grietas del férreo islamismo. Aunque lo hacen a su manera,
de forma muy incipiente. Si no, no se explica, como uno de los regalos más
destacados, es un enorme reloj de pared, con corazoncitos y fondo rojo, que más
que para la casa de una enamorada, parece ideado, para los pasillos de un
putiferio.
Sale
Mañana,
trataremos de gestionar la visa de Mauritania. A ver si la conseguimos en breve
y ponemos rumbo la sur. En cualquier caso, será el aniversario, del día que nos
robaron la cámara en Lusaka y conseguimos recuperarla.
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