Y mientras tanto, sufriendo y asistiendo al espeluznante espectáculo de zombies enmascarados, que invaden las ciudades, hasta convertirlas en la ya no futurista, Zombilandia. De todos es sabido y no de ahora, que el 99% de la población está compuesta por imbéciles -aunque, ni lo sepan, ni lo reconozcan-, aunque a veces resulta complicado demostrarlo. Sin embargo, cuando ocurren situaciones extraordinarias, como está, todo resulta mucho más fácil de entender.
Y lo dice una persona latrofobica, medio deglufobica y que aún no ha encontrado la palabra adecuada, que defina el odio a las mascarillas usadas sin sentido.
Resulta que cuando estábamos en la cima de la pandemia con casi 10.000 contagiados diarios, muchos íbamos al supermercado o por la calle sin está supuesta protección y no pasaba nada y ahora con poco más de 150 infectados cada jornada y en núcleos grandes, ves a más del noventa por ciento de la gente con la maldita mascarilla quirúrgica. ¿No os dan miedo? Nunca un gobierno -y este, que supuestamente, aunque lo dudo, es de izquierdas-, lo tuvo tan sencillo para autoamordazarnos.
Luego la ilógica, que todo lo gestiona, ha dado por bueno, que en torno a una mesa de terraza y bien juntitos, se pueden sentar diez personas, sin enmascarar. Tras mucho darle a la cabeza para entender este fenómeno o despropósito, he llegado a una conclusión: la mayor parte de la people deben creer, que los amigos y familiares por solo serlo y aún no siendo convivientes, nunca contagian el virus. Sólo lo hacen los desconocidos, que vagan por las calles.
Y así es, porque esos mismos, que suben tanto el listón en esas reuniones, te miran con cara de odio o se separan de ti sin disimulo, cuando te los cruzas, durante una décima de segundo por la calle y no llevas la pertinente mascarilla. Como veremos más adelante, solo es obligatoria en un caso.
Además, la ciudadanía -porque no se ha informado bien, porque no le apetece o porque se han creado su propia historia, que de todo habrá- no conoce muy bien las distancias clases de mascarillas -de tela, quirúrgica, FPP2,FPP3...- y como se lleva a cabo su uso. Desconocen, que utilizarla mal -la mayoría lo hacen- es peor, que no portarla.
Y, como toda moda pasa -hasta las más estúpidas, como esta- y agota, pues últimamente, se empiezan a observar situaciones escandalosas desde el punto de vista sanitario, que agitan a decenas de enfermeras, en Twitter. La gente se quita las mascarillas y las deja caer sobre la barba, se las pone de diadema, se las cuelga de las gafas de sol en el escote, de los retrovisores interiores, del salpicadero o del ambientador del coche, del manillar de la bicicleta, de muñequera o pulsera, de codera...
Y dejó párrafo aparte para las cuatro situaciones más hilarantes. El otro día, vimos a una jovencita - probablemente, salió de casa con ella obligada por la madre-, que se la había quitado y la usaba de coletero para recogerse el pelo. Poco después, contemplamos atónitos a un residente de una zona residencial vacía de gente, que salió con ella puesta para tirar la basura en un contenedor, situado a tres metros. Otro ciudadano y en las afueras de nuestro pueblo, ataviado con mascarilla quirúrgica, asestó varias patadas contundentes, hasta casi destriparlo, a un gato muerto por atropello para sacarlo del centro de la carretera.
Y lo de mi vecina de chalet, ya es para partirse de risa: ayer, fregaba su escalera exterior, estando ella sola en veinte metros a la redonda cy mascarilla. ¿Tendrá miedo de contagiarse a si misma, de que nosotros le hayamos echado a posta virus sobre ella o es un TOC, como un caballo? No se lo pregunté, porque no me hablo con ella.
Clargo, que el gobierno, tampoco ha colaborado mucho con la causa. Empezaron diciendo, hace tres meses, que la mascarilla era solo aconsejable para quien estuviera enfermo, para al poco, recomendarla y después, ser altamente necesaria. Y finalmente, acabaron con una ley express superfast, que no entiende nadie.