Cataratas de Iguazú
Llegamos a Puerto Iguazú, agotados y carentes de reflejos.
Sólo así, se puede explicar, que nos dejemos atrapar por las garras de un
comisionista de alojamientos y que accedamos a quedarnos en uno, que no sale
muy barato y no resulta gran cosa. La propietaria habla por los codos y cuando
los ha desgastado, empieza a hacerlo hasta por las orejas. En claro, apenas
sacamos, que le tiene bastante manía a los viajeros israelíes, porque lo rompen
todo.
Dos noches
seguidas de autobús, han tenido la culpa de nuestro estado extremo. La primera,
nos transportamos desde la magnífica ciudad colonial brasileña, de Paraty y
desde sus maravillosas playas de los alrededores, hasta la capital, Sao Paolo.
A pesar, de que no son muchos sus atractivos monumentales de esta ciudad, no
nos decepcionó, en absoluto. Sobre todo, gracias a una zona algo decadente, con
unos cuantos pintillas, cuyo nombre no recuerdo –aunque podría ser, la del
metro de santa Cecilia- y que al menos de día, se nos mostró con bastante
encanto.
Durante la
segunda, conectamos esta ciudad con Foz de Iguazú, ya en la frontera con
Argentina. Nos pareció estar transitando por Kosovo, dado que todas las luces
interiores del autobús –“colectivo”, en estas tierras-, iban apagadas,
incluidas las de lectura. Nos daba la sensación, de irnos infiltrando por las
líneas enemigas, a gran velocidad, para conseguir el objetivo.
Al ir al baño –todos los buses de
largo recorrido, lo tienen- y no ver nada, le arreé un buen mangurrino en la
cabeza, a una señora, que casi quedó conmocionada. Desde entonces, aprendí la
costumbre local: Para manejarte en el interior del vehículo, es necesario
desplazarse, apoyando las manos en los portaequipajes de arriba y no en los
asientos.
Las
cataratas de Iguazú deben contemplarse, tanto del lado brasileño, como desde el
argentino. Desde el primero y en nuestra opinión, resultan más espectaculares,
al verse de lejos, a través de un recorrido muy bien acondicionado.
Espectacular, contemplar atónitos desde abajo, la Garganta del Diablo. Desde
Argentina, se observan saltos desde mucho más cerca, aunque con menor perspectiva
y en ocasiones, con demasiado vapor de agua en suspensión. Se puede –y debe-
navegar desde el islote de san Martín, hasta acercarse bastante a una caída de
agua, impresionante.
Dado, que
muy cerca se halla también, la frontera de Paraguay, no es desaconsejable hacer
una excursión de un día, a Ciudad del Este, sobre todo, si os gustan las
compras de casi todo. Pero, no hagáis el panoli, como nosotros, que fuimos un
domingo y desde la una de la tarde, estaba todo cerrado.
Lo primero,
que nos sorprendió de los paraguayos –de esta zona- es, que no les entendíamos
absolutamente nada. Lo segundo, la cantidad de parrilladas, que se estaban
haciendo a la hora de comer. Y después, a escuchar los partidos del campeonato
nacional de fútbol, con las radios de los coches a todo trapo, mientras
consumían mate. Los narradores y como era de esperar, espectaculares. ¡Ni la
tele en alta definición, te lo pone más colorido!
Ya de nuevo
en Puerto Iguazú –donde asistimos a una especie de Carnaval nocturno-, fueron
las maravillosas empanadas, las que ganaron nuestro corazón para siempre (de
queso y cebolla, bonito y tomate, queso fundido y jamón, espinacas…). No así,
la cerveza Quilmes. Como bien dice un buen amigo argentino: Esta cervecera
aprendió hace tiempo, en que el secreto del éxito, consiste en servirla
helada”. Lo dice todo.
Pero, con
ese amarillento líquido, tuvimos varios conflictos en el cono austral
–incluyendo también, Chile-. En el Calafate, una cajera se negaba a cobrarnos
una botella, porque no llevábamos casco. “Mire, venimos de España –le dijimos-.
¿Qué quiere, que nos lo traigamos de casa”. “Sí –contestó” Y fueron infinito,
los conflictos, porque después de ingerido el líquido y devuelto el recipiente,
no nos quisieran devolver el dinero. Siempre, salimos victoriosos, aunque en
Puerto Montt, nos costó rellenar media hoja de reclamaciones.
Cataratas de Iguazú
Por cierto
y retomando el tema Calafate. Por motivos ecológicos, se ha suprimido el uso de
las bolsas de plástico en la ciudad. Pero sin embargo, las calles presentaban
una suciedad significativa. Nos llamó la atención este curioso contraste.