Camino de Bagkok (Tailandia), en Zurich (Suiza)
A punto de poner ya casi los pies en
España, antes de afrontar los últimos días de nuestro sexto viaje
largo, te das cuenta perfectamente, de que todos los periplos de este
tipo, siguen los mismos patrones. Da igual, duren cien días o
doscientos cincuenta, siempre, que al menos, superen los treinta.
Bangkok (Tailandia)
Las primeras dos o tres semanas se
pasan de manera muy lenta. Cada día parece dar de si, hasta el
infinito y el tiempo, que llevas, se insinúa como mucho mayor, al
real. En este periodo, aún sigues pendiente, de todos los asuntos y
personas, que has dejado en España (sobre todo, cuando te aburres en
el transporte público).
Pero, a partir del mes, todo se
transforma. Empiezas a perder cierta consciencia, por el propio
espíritu de supervivencia. Te olvidas de todo lo que te atormentaba
o te hacía disfrutar en tu país. En realidad, pones en marcha el
mecanismo defensivo, basado en el desconocimiento. Si hay noticias
de España, a esas alturas, probablemente, no sean buenas, así, que
mejor huir hacia adelante e ignorar todo, lo que no sea el día a
día. Ya no sabes -ni siquiera te importa- si es miércoles o
domingo, o la jornada 43, 57 ó 78 de andadura.
Sangkhlaburi (Tailandia)
No es nuestro caso, aunque hay
personas, que a partir de esta fase, relajan sus costumbres
higiénicas. Aunque lo que si es una obsesión general, es tratar de
aguantar con lo que se tiene, hasta el final del viaje y luego,
tirarlo todo. Así, puedes portar un calzado con tantos remiendos y
arreglos, que no verás ni por asomo, a ninguno de los mendigos del
país del tercer mundo, que estás visitando. Coses y recoses la
mochila, sus asas, las cremalleras, la ropa interior... Todo, para
mantener como una joya reluciente, tu miserable equipaje de
desperdicios.
Petchaburi (Tailandia), arriba y Phimai (Tailandia), debajo
Otra cuestión a tratar, es la de los
dolores en este tipo de aventuras. De repente, sientes alguna
molestia física, sea en un pie, en el estómago o en un oído. Se
encienden todas las luces rojas, que encaminan a lo más siniestro y
fatal. Dos días más tarde, ni siquiera recuerdas, tan inquietante
malestar.
Los viajes largos son como el fast
food, en todos los sentidos: pides con prisa y sin pensar demasiado,
comes rápido y al poco, lo olvidas. ¡Que sabía es la mente humana!
Bundi (India)
Y llegamos al desenlace, que
generalmente ocurre, cuando en el ciber de turno, clickas sobre el
vuelo de vuelta. Entonces, vuelven las preocupaciones e inquietudes
de tu vida normal y el temor al regreso, que a su vez, ya es ansia.
Cuentas a cada instante los días, que
faltan para el retorno e incluso, puedes llegar a darte cuenta de la
mierda de vida, que has llevado durante meses (temperaturas de 50º,
ciudades inhóspitas, mala alimentación, transportes lamentables e
insufribles...).
Margao (India), arriba y Bombay (India), debajo
Otra característica, imposible de
evitar y que aparece durante los últimos días, es la alta e
incontrolable iiritabilidad.
Pero, sobre todo, lo que más anhelas
en ese periodo, es el momento de deshacerte de todos tus bienes
“materiales”, tan largamente custodiados. He visto casos
-excepcionales-, de alguien que después de llevar durante semanas la
misma ropa, guardaba una muda limpia y una camiseta para el vuelo de
vuelta.
Bhubaneswar (India), arriba y Rishikesh (India), debajo
Lo que siempre sobrevive a la
destrucción masiva, es la vetusta guía Lonely Planet, de hace diez
años, que has usado en varios viajes y que desencuadernada, yace
mugrienta, con olor a especias y a otras cosas menos mencionables, en
el fondo del atijo de vuelta (que ya no, mochila).¡Y es que da una
penita tirarla!