Este es el blog de algunos de nuestros últimos viajes (principalmente, de los largos). Es la versión de bolsillo de los extensos relatos, que se encuentran en la web, que se enlaza a la derecha. Cualquier consulta o denuncia de contenidos inadecuados, ofensivos o ilegales, que encontréis en los comentarios publicados en los posts, se ruega sean enviadas, a losviajesdeeva@gmail.com.
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jueves, 21 de diciembre de 2017

Momentos impactantes de nuestros viajes de la era moderna

                                             Esta es de Egipto, en 2.006 y la de abajo, de Turquía, en 2.008
          Si, los momentos impactantes de nuestros viajes de la prehistoria fueron trascendentales, nada más determinante, que lo ocurrido al poco de arrancar el siglo XXI., que nos llevó a estar seis años sin arrimarnos a un sólo aeropuerto y limitando, sobremanera, nuestras posibilidades viajeras futuras.
Siria, 2.007
          -No ocurrió, de repente, por supuesto. Durante los últimos años del siglo pasado, había ido desarrollando cierto pánico irracional a los aviones. Y todo, acabó estallando en un vuelo de vuelta, desde Lanzarote y con Air Europa. Las turbulencias fueron tales, que casi desparramo la comida y la bebida por el asiento y sus inmediaciones. ¡Todavía se podía fumar en los aviones!, aunque alguien, no lo crea.

          -Un año después, tocábamos fondo. Después de haber recorrido decenas de países y de tener una situación laboral y económica envidiables, nuestras vacaciones consistieron en ir, a Cádiz y Málaga occidental, en mayo y a las procincias de Barcelona y Gerona -visitadas anteriormente-, en septiembre.
                                                                                                       Lesotho, 2.010
          -Una tarde de domingo de primavera, del ya lejano 2.005 y después de haber estado toda la jornada de cañas, caigo en un ahora decadente foro de viajes y leo las experiencias de una chica, en su periplo por Siria. Empiezo a pensar, que no no podemos perder sitios, como este y pongo todos los esfuerzos en superar la maldita aerofobia.
Egipto, 2.006
          Tras leer decenas de documentos sobre el tema, acabo decidiendo, que lo mejor es empezar por un vuelo corto. Las primeras vacaciones, de 2.006, fueron a Reino Unido e Irlanda y las segundas, a Egipto (cancelamos la idea de ir a Siria y Líbano, por el deterioro de la situación de este último país). Como curiosidad, mi pareja, que nunca había temido a los aviones, lo pasó peor, que yo, en este reencuentro con las aeronaves.

          -2.007, resultó el año más determinante y con más sabor agridulce, hasta el momento. Después de un revés laboral terrible y tras muchas dudas y deliberaciones, el 1 de noviembre, ponemos las bases para lo que iba a ser nuestro primer viaje largo, durante cinco meses, que llevaríamos a cabo desde febrero del siguiente ejercicio, hacia Sudamérica, Centroamérica y México.
                                                                                Jordania, 2.007
          -Tres años después y animado por un antiguo amigo argentino, nos embarcamos en nuestro tercer periplo largo, a través de África meridional y del este. No es, ni de largo, el itinerario en el que hayamos visto más cosas, pero sí, el que vivimos más emociones vibrantes y más situaciones difíciles (afortunadamente, todas bien resueltas, gracias a un posible intangible ángel de la guarda -supuestamente- negro).
Zimbabwe, 2.011
          -Al fin y en septiembre, de 2.011, después de haber visitado 106 países, arribamos, a India, después de un penoso, duro y largo proceso de gestión de visados, en Colombo. Desde entonces, hemos pasado casi siete meses en el país, en tres periodos distintos.

          -Al inicio de la Euro, de 2.012, celebrada en Polonia y Ucrania, se me enciende una luz y decidimos compaginar turismo y fútbol. Sacamos billetes de avión, con Ryanair, a Varsovia y además de conocer diversos países -como Moldavia y Transnistria-, asistimos a la final, en la agradable Kiev, en la que España goleó, a Italia.
                                                                                                        Ucrania, Euro, 2.012 y debajo, India, 2.011 
        -En junio, de 2.017, aterrizamos en Japón, después de tres intentos fallidos anteriores, que habían comenzado seis años antes, cuando incluso, habíamos tenido ya boletes aéreos comprados. La larga espera mereció la pena.

          Y para terminar, reseñar tres veces en esta historia moderna de viajes, en las que nos trataron de robar en nuestra habitación de hotel, siempre con la misma mecánica, en Malawi, Turquía del este y Bangladesh. Seguirnos y espiarnos, durante el día y aporrear la puerta de nuestra alcoba por la noche, para pillarnos, dormidos, desconcertados y así, abriéramos la puerta, dejando nuestras pertenencias y dinero en bandeja de los desalmados delincuentes. En ningún caso, lo consiguieron.

martes, 19 de diciembre de 2017

Momentos impactantes de nuestros viajes de la prehistoria.

                                   Plaza de España, de Madrid (15 de julio, de 1.987)
          Si no se producen novedades, voy a cerrar el año con un post sobre nuestras actividades navideñas y otros dos, recogiendo una serie de momentos, que marcaron, tremendamente, nuestros viajes, a lo largo de 30 años. Ya, desde hace tiempo, divido nuestros periplos por el mundo en dos categorías: los de la prehistoria -correspondientes al siglo XX- y los de la edad moderna, que llegan hasta nuestros días. Empecemos por los primeros.

          -15 de julio, de 1987. Viajé a Madrid, junto a la que un año después se convertiría en mi pareja y dos primos lejanos suyos. Dos objetivos importantes motivaban esta escapada: recoger nuestras calificaciones de primero de periodismo y en mi exclusivo caso, asistir al memorable concierto, de U2, en el estadio Santiago Bernabeu.

          La mañana fue perfecta, porque los dos aprobamos todo. La tarde ofreció contradicciones, en un claro dulzor amargo. Había quedado con un amigo, en Sol -frente a la Mallorquina-, para asistir al evento y tras esperarle, durante dos horas, me di cuenta, de que me había dado plantón. Volví al encuentro con mis acompañantes -no sé, como lo hice, porque no había móviles- y me quedé sin el histórico concierto. Ni siquiera, revendí la entrada a la puerta del estadio, a pesar de que en la radio decían, que daban 15.000 pesetas por ella (la había comprado, a 1.500). A cambio, pasamos una magnífica noche, que ayudó a poner los cimientos de una relación, que ya dura treinta años.
París, 1,989
          -Marzo, de 1989. Después de recibir una importante recompensa económica, viajo con mi pareja a París, en el ya mítico y desparecido tren, Puerta del Sol. Tuvimos un serio problema con el alojamiento reservado -no existía Booking, que también da inconvenientes- y nos ahogamos en una gota de agua. Tras dos noches, regresamos a casa, compungidos. Nos fundimos el resto del dinero en comidas, copas y juergas, en Madrid y prometimos, que nunca más volvería, a ocurrir esto.

          -Un año después y en Amsterdam, fuimos víctimas del único atraco, que hemos sufrido en nuestra trayectoria viajera. Por entonces, aquella ciudad era el estercolero de Europa. Mucha gente dudosa iba,directamente, al choque y en uno de ellos, mi pareja se puso furiosa y contraatacó. Los dos individuos nos acusaron de haberles tirado de la mano una cantidad de droga y tuvimos, que negociar una recompensa. Al final, nos sacaron 25 florines holandeses.                 Sofía, 1.997 
                                       
        -La Europa del este de los años noventa, era bastante más insegura, que viajar hoy por Sudamérica o por África (casi equiparable, a ser un pringado, en “Narcos”). Las extorsiones estaban a la orden del día y la primera, nos sobrevino, en -la por entonces, peligrosísima- Rumanía. Un desalmado y agresivo revisor -aún recuerdo sus gruesas botas y su abrupta mirada-, nos solicitó una enorme cantidad en concepto de reserva, que ya habíamos pagado al controlador, de Hungría. Tras una agria discusión, se tuvo que conformar con cuatro dólares, que teníamos sueltos. Estábamos solos en el vagón y pasamos el resto de la noche con un medio terrible, acordándonos de nuestras mamás.

          -Tres años después, en Sofia, fueron dos policías, quienes nos levantaron veinte dólares. Nos pidieron los pasaportes, cerca de la estación de autobuses, donde íbamos, para tomar un vehículo, a Estambul y se negaron, a devolverlos, sino pagábamos. Otra vez, la negociación fue a cara de perro, pero -por la cuenta, que nos traía-, sin abandonar la sonrisa.
Amsterdam, 1.990
          -Tras tomar ese autobús y sin ser nuestro objetivo, nos colamos de ilegales, sellando sólo en aduana, pero no en el puesto fronterizo. Al tratar de salir del país, al final de nuestras vacaciones, un policía nos indicó, que teníamos un serio problema y nos llevó ante su inmediato superior. ¡Acojonados y casi llorando!. Afortunadamente, este hombre era joven y poco castigado por la vida y por sus mandos y entendió, a la perfección, nuestras explicaciones.
Budapest, 1.991
          -En septiembre, de 1.998, sufrimos el único robo en un alojamiento, en nuestra dilatada experiencia viajera y resultó ser, una triste bolsa de aseo vacía de mi infancia. Llegamos al cmaping, de Torun, en Polonia. No había casi nadie y al montar la tienda, ya nos advirtieron del peligro de hurto. Así ocurrió, durante la madrugada siguiente. Yo ni me enteré, pero mi pareja oyó el ruido de la cremallera y se abalanzó sobre él, huyendo el ladrón a toda velocidad.
Estambul, 1.994
          Obviamente, cambiamos de alojamiento y nos fuimos a un motel, donde se practicaba la prostitución. Esa noche, pusimos el armario delante de la puerta de nuestra habitación y aún así, dormimos poco.

          -Al regresar de ese viaje, desde Polonia, a Praga, también solos en el vagón de un inquietante tren, fuimos advertidos por el revisor, de que no podíamos dormirnos hasta las cuatro de la madrugada y hubiéramos cruzado la frontera. En aquellos tiempos, no eran pocos, los que hablaban de los trenes del gaseo, en esta zona de Europa, donde te dormían con gases y te lo robaban todo. No sabemos, de la veracidad de esta historia, pero metía bastante miedo.
Munich, 1.991
          -Los primeros pasos de la independencia de Cataluña, los vivimos nosotros en nuestras carnes, en Zagreb, en junio de 1.999., Fuimos reprimidos en nuestra propia lengua, por un conserje extremista de hotel, que nos dijo, que nosotros no halábamos español, sino castellano, porque en la península se reconocían otros idiomas, como el catalán, un pueblo oprimido.

          Anteriormente, esa misma jornada, nos habían reñido en la calle, al vernos con una antigua guía Trotamundos, en cuya portada ponía: “Yugoslavia”.   Cualquier parte del mundo

lunes, 29 de febrero de 2016

Sobre vestimenta, viajes nacionales antiguos y gente joven

                                          Esta y las siguientes nueve son, de Santiago de Compostela
          Cuando el lunes pasado vi irrumpir a Hugo Silva -Pachino, en la serie-, en “El ministerio del tiempo”, vestido con sus ropajes ochenteeros, tuve que acudir a nuestros álbumes más viejos para constatar, que realmente, los encargados de vestuario de la magnifica ficción de Televisión Española, habían dado en la diana. ¡Clavadito!. A ver si los guionistas del serial, nos muestran el número de puerta para retornar a aquella época.


          Y es, que aunque todos recordamos los ochenta y los primeros noventa por la fresca, divertida y magnífica música patria -bandas, que casi aprendieron a tocar poco a poco, disco a disco-, por la Movida Madrileña o por las nulas prohibiciones -que hoy asedian a los jóvenes-, mientras no te metieras con nadie, esa era también tuvo su propia puesta en escena y su vestimenta, como factor a tener muy en cuenta.

          Zapatos de plataforma, botas “pisamierda” y botines, pantalones de pitillo y ceñidos -en el caso de los vaqueros, con un color azul añil clamoroso-, minifaldas y chupas vaqueras -en el segundo caso, o muy anchas o estrechísimas, pero sin punto intermedio-, faldas largas de altos vuelos, camisas de cuadros -estilo leñador de la América profunda- o estampadas y camisetas ceñidas -hasta para los hombres, fulares y pañuelos, hombreras prominentes, pulseras de cuero por decenas, pelo cardado -llamado también, frito-, gabardinas o abrigos “gguardapolvos” -hasta las rodillas-, coreanas... ¡Y `podríamos seguir!. En general y viendo las fotos de aquella época, creo que tanto chicos, como chicas, presentábamos una estética más macarra y trasgresora, que la del siglo XXI.


          Al hilo de la ropa de entonces, me da para escribir el último post vintage -prometido- en varios meses y esta vez, versa sobre nuestros viajes nacionales en los últimos tres años de carrera y en la primera época laboral, en la capital del reino.

          Como tuvimos la suerte de disfrutar de tres becas -entre los dos, siendo dos estatales y una privada- para estudiar, en Madrid, acometimos una situación económica envidiable, que sin dar palo al agua, no sólo nos permitía salir a quemar la capital los fines de semana o festivos -finalmente, hasta los jueves, que se puso de moda-, sino viajar en cada puente, soliendo alargarlos un par de días. ¡Lo mismito, que disfrutan nuestros sufridos estudiantes de estos convulsos tiempos!.


          Sé, que me pueden llover las críticas, por gastarme en fiestas y viajes el dinero del Estado. Pero la cosa funcionaba así: si cumplías los requisitos económicos y aprobabas todas las asignaturas, la Administración no se metía en tu vida.

          A tan acelerado ritmo, España se nos quedó pequeña en pocos años. Visitamos la Barcelona preolímpica y de Gaudí, aunque nos desagradó, que no pusieran tapa con el botellín o tercio (que allí llamaban quinto o mediana). Nos las cogíamos tan gordas, que una noche acabé en un desaliñado bar, a cuatro patas, buscando una lentilla, que a la mañana siguiente apareció dentro del ojo.


          La Visita a Santiago de Compostela se convirtió en muy recurrente, precisamente, por lo contrario de Barcelona: Extraordinarias tapas con el Ribeiro o el Albariño y muy contundentes raciones. La primera vez, que nos dejamos caer por allí, corría octubre de 1.989 y le prometimos al -por entonces, olvidado- Santo, retornar tras 50 años. Lo haremos, en 2.039, pero de momento,, ya hemos regresado más de 20 veces. Enseñad nuestra foto en los bares de las ruas del Franco y la Raiña y seguro, que nos conocen los camareros más veteranos del lugar (hace ya unos ocho años, que no hemos vuelto), pero tenemos constancia, de que la cosa ha cambiado..


          Esta y las dos siguientes son, de Barcelona
          Granada nos fascinó por su gente, sus atractivos turísticos y las tapas más generosas, que hayamos engullido jamás. Yo me preguntaba: ¿Cómo es posible que aquí pongan estos pinchos tan memorables y cierren a mediodía, siendo el negocio rentable y en Valladolid, ni lo uno, ni lo otro?. Aún sigo sin respuesta.

          Y, paulatinamente, cayeron Toledo, Ávila, Segovia, Salamanca, Sevilla, La Coruña, Lugo -tapas excepcionales-, Santander, San Sebastián, León -muy buenos pinchos-, Córdoba... Llegada la mitad de la década de los noventa, podríamos haber redactado con éxito una guía gastronómica y de garitos -no sé, si se sigue utilizando esta palabra- de casi toda España.


          Y siempre, guiados por el mismo patrón, para no despistarnos. A saber: pensión de mala o regular muerte, visitas desde el mediodía hasta la hora de comer y a media tarde, menú del día económico y generoso y cervezas y copas hasta el amanecer. Y, cómo podéis ver, estábamos delgados.

          Como cabía suponer, este país ha cambiado mucho en estos 25 años. Para bien y para mal, así que no hay, que dramatizar. Ha mejorado muchísimo el aspecto urbanístico de las ciudades. Los sucios, viejos y caóticos cascos históricos de la época, se peatonalizaron y remozaron, haciendo de localidades, como Bilbao, Sevilla o Valencia -por poner tres ejemplos- auténticas joyas para el viajero (algo paralelo ha pasado, en Italia).
                                    Las tres siguientes son, de Madrid y la de arriba, de Vigo

          Pero la cosa ha empeorado muchísimo en cuanto a la diversión, que ofrecen las urbes, sobre todo para los jóvenes, limitándolos al botellón -que nosotros ya hacíamos, como no única opción, en lugares públicos y sin que nadie se asustara- y a actividades culturales gratuitas a las que no van, porque no están pensadas para ellos.

                                                                           La De abajo es, de Sevilla
          Muchas de las zonas de vinos y copas se han transformado o han desaparecido y los precios -democráticos, antiguamente- se han puesto imposibles para buena parte de los ciudadanos. Una caña en un bar costaba 30 céntimos, en 1.989. Hoy en día, como mínimo -y salvo recientes opciones low cost, ha quintuplicado su precio. Si la carne hubiera hecho lo mismo, un kilo de unos filetitos de ternera valdría 30 euros, en 2.016


          Siempre digo, que a mi la propina del instituto -de tipo medio- me daba para fumar durante toda la semana y salir viernes y sábados. Creo, que para seguir nuestro ritmo, hoy en día, harían falta setenta u ochenta euros semanales. El actual barato acceso a la nueva tecnología es estupendo, pero no podemos descuidar los foros públicos de contacto físico y mandar a los jóvenes a un parque, a darse al biberón.                                    Barcelona

domingo, 21 de febrero de 2016

Conexión vintage

                                                                 Amsterdam, 1.990, arriba y Praga, 1.991, abajo
          Aunque las fotos de este post puedan parecer bastante vintage o incluso, para algunos, de tintes viejunos, debo indicar a los más jóvenes trotamundos -que han sido paridos con la creencia, casi cierta, de que el mundo cabe dentro de un teléfono móvil-, que esto era la alta tecnología a finales de los años ochenta.


     Estambul, 1.994, arriba y Budapest, 1.991
          Corrían tiempos, en que para escuchar música en la calle se necesitaba un walkman y en casa una cadena; para hablar por teléfono una cabina telefónica y para tener fotos al instante, sólo era posible con una rudimentaria Polaroid, hoy pieza olvidada de museo. 


                                                           Arriba, Praga, 1.991 y París, 1.990
         Palabras como casete, vinilo, carrete fotográfico, UHF o Mama Chichos, eran tan populares entonces, como hoy lo son, whatsapp, e-mail, pirateo, Gran Hermano VIP o spotify. La twitter de aquellos tiempos no era otra cosa, que pasarse notitas en clase, que iban de mano en mano. Eso sí, comíamos con cuchara, cuchillo y tenedor, calzábamos zapatos o deportivas y hacíamos botellón en calles y plazas, así que lass cosas en lo esencial, tampoco han cambiado tanto.
         
                                     Arriba, Etambul, 1.997 y Roma, 1.990
          No soy de mucho guardar, pero aún conservamos nuestra vieja Olympus OM707, con la que fueron inmortalizadas todas estas instantáneas, aquí presentes, a lo largo de los últimos ochenta y primeros noventa. Nos la regalaron en 1.986, unos tíos nuestros muy generosos, que habían ganado un pleito millonario por accidente de tráfico. Aunque, no lo creáis, costó más de lo que hoy vale un Iphone 6s: 125.000 pesetas o lo que es lo mismo, 752€.

                                  Capadocis, 1.997, arriba y Sofía, 1.997  
         Pero, no es mi intención, hacer de abuelo cebolleta y comparar unos tiempos con los otros y menos para reseñar, como cabría esperar, lo bueno que era lo antiguo y lo malo de ahora. Leyendo  estos días de atrás, algunos relatos míos, ya amortizados, he podido constatar, lo mucho que hemos evolucionado -no sé, si para mejor o peor-, como viajeros. Y es lo que me propongo en estas líneas, analizar esos cambios.

         
                                    Milán, 1.990, arriba y Sofía, 1.997 
          Como ya he escrito en este blog en otras entradas, nuestra trayectoria viajera comenzó una Semana Santa de 1.989, con más de diez días en París (¡mon dieu!). Aunque en esa ocasión fuimos de hotel, los periplos de los primeros 15 años viajeros estuvieron caracterizados por el camping, como forma de alojamiento. Más bien, por tradición familiar, que por ahorro de dinero o mentalidad espartana y sacrificada, porque nos fundíamos hasta el último duro, como si no hubiera un mañana. 


                                        París, 1.990, arriba y Viena, 1.991
          Aún recuerdo, como después de 45 días de alocado e intenso interrail por Europa, en 1.991, llegamos a casa tan campantes y risueños con tan sólo un franco y medio francés en el sufrido bolsillo.


                                                Estambul, 1.994, arriba y Sofía, 1.997
          Más o menos, en este tiempo, nuestras prioridades de mayor a menor por orden descendente eran: beber en grandes cantidades, bares y tapas; visitas turísticas básicas e imprescindibles; ser auténticos -eso incluía, cuanto más mierda encima mejor y la que llamábamos la bolsa del amoniaco, repleta de ropa ya usada-; conocimiento de otras gentes, culturas y viajeros; comer lo que caía en nuestras manos y control del presupuesto (nulo, por supuesto, porque daba muchísima perezita).


                                             Berlín, 1.991, arriba y Budapest, 1.991 
          Especial mención merece lo de ser auténticos, dado que no solo incluía mancharse los pantalones cortos con la grasa de la lata de bonito o la de mejillones, sino que esta también acababa por el suelo, generando imborrables manchas, aunque el lugar elegido fuese un puente sobre un canal de Venecia, la plaza del barrio viejo, de Praga o el coqueto casco histórico, de Korkula, en Croacia.


                                Praga, arriba y Berlín, ambas de 1.991
          En Europa nos conteníamos más, por aquello de la diferencia de precios, hoy casi inexistente. Pero, en España no nos cortábamos un pelo. Hubo un tiempo, mediados los noventa, que controlábamos y nos conocían en las zonas de bares de más de 20 ciudades patrias y no exagero. Es curioso, que teniendo no demasiado dinero, lo despilfarrábamos con alegría, a diferencia de hoy, que viviendo holgados, optimizamos hasta el último recurso económico. ¡Porca miseria!.


                                              Capadocia, 1.997, arriba y Estambul, 1.994         
          2.002, supuso un antes y un después, especialmente en las aventuras nacionales. Sin lugar a dudas, fue el año de los recortes, que aún perduran. Cambiamos, el salir de bares mañana y tarde, por tomar unas cervecitas o unos cubatas en el hotel o camping y redujimos las diarias comidas en bares o restaurantes, a ocasiones esporádicas. ¿La causa?. No miento si aún os digo, que sigo sin saberla.


                                            París, 1.991, arriba y Atenas, 1.994
          También y esto afectó a todos nuestros periplos por el mundo, de forma inconsciente, fuimos reduciendo hasta lo imprescindible, nuestros trayectos en transporte público urbano. Descubrimos lo gratificante de caminar a lo bestia. Así, nos pateamos ciudades, como Nueva York, Beiging, Hong Kong, Seúl, Buenos Aires, Río de Janeiro, Nairobi, Ciudad del Cabo, Londres o Roma por poner unos pocos ejemplos, sin usar bus o metro, salvo en los casos de venir o volver del aeropuerto.


                                                            París, 1.990 y Praga, 1.991
          La última tienda de campaña la tiramos en Irlanda, en 2.006, después de haber viajado por este país, Inglaterra y Escocia y casi no haber podido utilizarla por causas diversas. Hoy en día, ya sólo la usamos para escapadas muy concretas -fundamentalmente, festivales o conciertos-, en verano. Este periodo fue el inicio de una nueva época, en la que dejamos Europa y el norte de África, para abalanzarnos hacia el resto del mundo, a tumba abierta.


                                                               Venecia, 1.990, arriba y Atenas, 1.994
          Además de decenas de periplos de duración corta o media, entre 2.008 y 2.014, pusimos en marcha seis proyectos de viaje de larga duración, a través de cuatro continentes, dejando Oceanía para un séptimo, que esperamos llevar a cabo en no menos de 15 meses, incluyendo otros destinos inexplorados o ya visitados (India).


                                            Viena, 1.991, arriba y Budapest, 1.990
          Acumulamos muchísimas experiencias y casi desde el minuto uno, modificamos nuestros hábitos. Pasamos de turistas a viajeros más reposados -pero no, perezosos-; empezamos a valorar sobremanera la gastronomía de los distintos destinos, como asunto esencial; aumentamos nuestro tiempo diario de exposición en calles, plazas y mercados, para absorber hasta la última esencia; reducimos nuestro consumo etílico, hasta moderarlo; dejamos de pensar, que toda visita era imprescindible -costase lo que costase en esfuerzo o peculio- y a dar mucho más valor a la cultura y la cotidianidad de los indígenas. Pero sobre todo, organizamos mucho mejor nuestro presupuesto, para prescindir de gastos inútiles, aunque sin pasar necesidades. Quien no lleva apuntadas y distribuidas sus partidas de gastos en una aventura larga, no se llega a dar cuenta de la enorme cantidad de dinero, que se puede ahorrar -para estar más días, por ejemplo-, poniendo en marcha una contabilidad básica.


Bucarest, 1.994, arriba y Venecia, 1.990

         Nuestro orden de prioridades, de muyor a menor, quedó de una forma muy diferente al expuesto párrafos más arriba: conocimiento de las culturas y las gentes, compartir tramos de viajes con otros viajeros, la gastronomía local, caminar y caminar, organización del presupuesto y de la contabilidad -da mucha seguridad-, disciplina en el lavado de ropa y orden de nuestros bultos, beber cerveza u otras bebidas alcohólicas, las visitas turísticas imprescindibles e inaplazables...

          Como ejemplo de esto último, hemos estado cinco meses en India -en dos periodos distintos- y tres veces, en la ciudad de Agra y sólo hemos visto el Tej Mahal desde las terrazas, porque no nos da la gana pagar las 850 rupias por cabeza, que nos piden, que es el equivalente a tres días de vida completa en ese país, cuando no realizamos desplazamientos.

    Sibenik, 1.999
          Al margen del carácter personal y de la evolución de nuestros gustos viajeros, resulta innegable, que la tecnología ha modificado la forma de viajar de todos los que vamos siendo un poco veteranos. Hace 28 años, por poner un ejemplo, era imposible hacerse con un mapa de vías férreas de Europa, si no te pasabas tres días sollozando ante el funcionario de RENFE, de la calle Alcalá, de Madrid, para que te dejara hacer una fotocopia en din a4. Hoy en día, como todos sabemos, casi todo es posible, sin levantarse de un sillón y con un simple e irrelevante movimiento de dedo.
                        
          ¿Y qué nos deparará el futuro?. Supongo, que los cambios serán menos drásticos, que con los de la época de la juventud y tenderán a ir siendo más conservadores, paulatinamente. Posiblemente -y esto ya ocurre-, nos hagamos más temerosos, obsesivos y maniáticos, como suele suceder en el lento e inevitable camino hacia la vejez.
                                                                                                               Berlín, 1.991
          No queremos demorar demasiado tiempo el séptimo viaje largo, pues el arranque del sexto hace dos años, ya fue complejo, perezoso y muy convulso, durante las dos primeras semanas, en las que nos fue imposible estar allí y desconectar de lo de aquí. Anteriormente, nunca antes nos había pasado esto.

          Una vez, lo hayamos concluido, seguiremos viajando una o dos veces al año -siempre, que la salud lo permita y el cuerpo aguante-, por periodos, que generalmente y salvo excepciones, no serán superiores a un mes.
Roma es más eterna, que yo y así debe ser